Martín Guzman y la paciencia del kamikaze nacional
Perfil del ministro de Economía después del acuerdo de reestructuración de deuda con tres grupos de acreedores.
Imagine usted tener la desgracia de ser periodista, querer conseguir un titular explosivo y que el flamante Ministro de Economía le diga que las medidas “se darán a conocer por escrito”. Martín Maximiliano Guzmán habló al país por primera vez como funcionario un día después de asumir, ocasión que bastó para dejar a la vista su rasgo de carácter distintivo: una voz ansiolítica que hace accesible la jerga técnica y no regala clickbaits.
Pero por lo bajo hay un espíritu más difícil de advertir. Con ayuda de sus amigos Kulfas y Lammens, Guzmán peleó para llamar la atención del entonces candidato a presidente. Dijo que la salida a la uruguaya que Fernández había barajado era inviable y le ganó el cargo a Redrado y a Nielsen, dos tiburones de la ortodoxia. Kamikaze nacional, hizo todo para tirarse sobre la bomba del default virtual que dejaron los muchachos de Cambiemos. Un tipo tranquilo, sí.
Platense, del Lobo y maradoneano, es hijo de un profesor de tenis que los fines de semana, arriba de un auto destartalado, alquilaba luces y equipos de sonido para hacerse un mango extra. Formado en la UNLP, encarnación de la movilidad social argentina, al ministro se lo presentó como un teórico sin antecedentes en la gestión pública y sin roce con el mundo empresario. Una crítica de manual que es, en realidad, su mayor activo: Guzmán no es un enviado de las corporaciones, una excepción a la regla entre colegas con el sí fácil como Martínez de Hoz, Cavallo o Dujovne.
Fluido en inglés y portugués, a los 37 pirulos Guzmán cincela un CV renacentista. En 2008 voló a Estados Unidos para doctorarse primero en Brown y luego en Columbia University, donde el Nobel Joseph Stiglitz lo hizo uno de los suyos y durante años trabajaron a la par y a una oficina de distancia. Con expertise en macroeconomía y reestructuración de deuda soberana, sus lazos académicos y profesionales en Nueva York no lo alejaron de la docencia argentina. Es adjunto en la UBA y en la universidad donde se licenció.
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Cuando el Covid 19 parecía ser un cuento chino, y Fernández hacía sociales rozagante de victoria, Guzmán se movía solo. Con la carpetita de la humildad y la convicción bajo el brazo, forjó adhesiones clave de cara a las renegociaciones. Se metió en el bolsillo a analistas e inversores en el Consejo de las Américas en Manhattan. También a Kristalina, en el Vaticano, un escenario que le era familiar. En mayo del 2019, Martín ya había estado con Francisco. Guzmán se repatrió bendito.
Aunque desde adentro los chasquis del establishment lo quieran boicotear y desde afuera los vivos lo corran con memes, el ministro tiene todas las figus difíciles del álbum. Incluso el endorso “clarito como el agua” de Cristina, cautivada por cómo está haciendo las cosas. Observada por el mundo, la compulsa con los bonistas se estiró porque la orden de pagar más venía de arriba. Hombre de paciencia, hoy Guzmán defiende su última propuesta, pide a los acreedores que acepten “ganar menos” y apunta a un futuro sostenible. Mientras tanto, administra el cartón lleno de una pandemia en un territorio que “ya tenía una economía enferma”.
Ahora imagine usted tener la desgracia de ser el médico terapista de nuestra billetera y tener que escribir el destino económico de una Argentina que puja por ponerse de pie. Lo que es la vocación.