Peor que la soledad de los números primos es la maldición del número impar. A un obsesivo no le puede pasar una cosa así. O sí, precisamente por obsesivo. Hace diez días, el secretario de Transporte y Obras Públicas porteño, Juan José “Juanjo” Mendez, inauguró junto a Horacio Rodríguez Larreta la pista del Rosedal con la ansiedad de volver a la rutina de stand up meetings que compartían antes de la pandemia. Mientras corrían repasaban los protocolos de las actividades y al retomar las restricciones por DNI, Juanjo se dio cuenta: amanecía un lunes par y su DNI es impar. Se bañó, se autodenunció y horas después pagó una multa de $5.400 con su tarjeta de crédito. ¿La transgresión de un político, propia del esencialismo? Difícil. Quién podría querer cargar a su jefe político con el sanbenito de inclumplir la reglamentación que él mismo ideó. De nada sirve levantarse al alba para correr si vas a pasarte el día algo martirizado; así lo vieron ese lunes a Juanjo.

Llegó al círculo áureo de Rodríguez Larreta con un pedigree heterodoxo para el PRO. Creció en una familia de clase media, peronista y católica de Ciudadela. Su padre panadero logró tener una cadena de locales que vendió para montar una fábrica de herrajes que aún existe. Su abuelo Pedro -un ferroviario catalán que llegó a jefe de la Base Castelar del Sarmiento, socialista y convertido en radical- fue su referente: sembró el interés por la política y también por los motores, las instalaciones y el transporte.

Juanjo Mendez, heterodoxo de DNI impar

Juanjo es gay y se casó poco tiempo después de la sanción del matrimonio igualitario. Cuando su mamá se enteró de que el novio era agnóstico, intentó convencerlo para que se bautizara: quería que su hijo se casara con un católico para que recibiesen juntos el sacramento. Se divorció hace tres años, no está en pareja y como lo personal es político celebró el último Día del Orgullo y mostró los mensajes homofóbicos que recibe. “Pelado puto”. Él respondió a cámara: “Tenemos derecho a ser quienes somos y a no sentir vergüenza por eso ni por a quién amamos”.

A los seis años, le prometió al abuelo Pedro que sería Ministro de Economía para resolver la inflación. De aquella menuda promesa infantil cumplió solo la primera parte y se anotó para estudiar Economía en la UCA. De él también aprendió el ABC del que sería su primer trabajo: durante el boom de los teléfonos inalámbricos y la TV por cable, instaló líneas e hizo conexiones para los vecinos de Ciudadela. Cuando terminó la facultad viajó España para conocer el gen gallego y financió esa estadía con lo que ganó en El Sanatorio de Muñecos, la juguetería más antigua de Madrid, especializada en sanar muñecas antiguas.
Volvió al país, trabajó como periodista en Bloomberg y más tarde abrió una consultora de comunicación corporativa.

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Llegó al PRO con Guillermo Dietrich. Primero trabajó en comunicación, se convirtió en su mano derecha y después, en jefe de Gabinete. En 2015, se convirtió en el heredero del área de Transporte del organigrama porteño. 
Varias de las obras con las que el PRO seduce a su electorado llevan la firma Dietrich-Mendez: las ciclovías, los viaductos, el Paseo del Bajo, el Metrobus, el Microcentro peatonal y la nueva Avenida Corrientes.

“Sí, de memoria”, le respondió Juanjo a uno de sus colaboradores cuando le preguntó si conocía la causa en la que se procesó a Dietrich por presuntas irregularidades en las concesiones viales durante la presidencia de Mauricio Macri. “Además de ser mi amigo, comencé este camino junto a él hace doce años. No tengo dudas de que es un gran líder y una persona honesta y comprometida con la Argentina”, defendió a su mentor, desde Twitter.

Controla y paga multas si transgrede, pero como a todo bicho de ciudad, la cuarentena le calza mal, extraña el “desorden vibrante”. Admira a Greta Thunberg y recomienda por donde va “Teoría King Kong”, de Virginie Despentes, libro de cabecera del feminismo y de la teoría de género. Ahora lee “Golden Boys” de Hernán Iglesias Illa, las viejas crónicas de quien después se convirtió en el cerebro de la comunicación del gobierno de Macri.

Reniega de Uber porque “siempre piensa primero en la empresa y después en el resto”, comparte la mesa de negociación con los sindicatos y desde el inicio de la cuarentena trabaja sin roces con su par nacional, Mario Meoni. La grieta es un lujo caro y frugal si toca administrar la realidad.