Todos contra todos
No tenemos Constitución, ni gobierno central, ni Provincias Unidas.
Buenos Aires ya no es la que fue. Pero, así y todo, los triunfadores de Cepeda dejan a la provincia en manos de Sarratea, federal como ellos; porque los pies, adentro del plato.
El vecindario porteño era un polvorín. Cuando los militares se enteraron de que Sarratea entregaba armas y dinero, gracias a la letra chica del Tratado del Pilar, armaron la de San Quintín obligándolo a renunciar. Ahí agarró la batuta Balcarce que, ni bien vio el panorama, le devolvió los honores a su antecesor, dio las gracias por tanto, pidió perdón por tan poco y se mandó a mudar.
La cosa terminó con Sarratea cumpliendo el pacto más la yapa. Al final renunció y se fue con Ramírez a darle por saco a Artigas.
Al toque la Asamblea de Representantes eligió Gobernador a Ildefonso Ramos Mexía, que apenas soportó la desdicha un mes. Previo, devolvió a sus casas a los diputados de aquel famoso Congreso de Tucumán, le pagó las deudas del Estado a Belgrano, que era su amigo, y nombró un Consejo que limitaba su poder. Y ustedes no me van a creer, dirán que es invento mío para llenar líneas de esta columna, pero no, está ahí en los libros, en ese Consejo estaba Juan José Paso. Sí, insólito.
Y el 20 de junio de 1820, Ramos Mejía renunció. Entonces, el poder volvió al Cabildo -que era como en los ‘80 la Subcomisión de Fútbol, que se hacía cargo del equipo cuando renunciaba el DT - y nombró Gobernador a Soler. Pero Soler estaba en Luján y no volvió hasta el 22. O sea, lo que se llamó “el día de los tres gobernadores”, en realidad, fue el día sin gobernadores.
Ese mismo 20 de junio moría en su casa, pobre y olvidado, Don Manuel Belgrano, por suerte, a las siete de la mañana, ahorrándose el disgusto de ver semejante conventillo.
Soler tampoco iba a durar mucho, se fue a buscar a López, le llenaron la cara de dedos y así pasó, sin gloria y con pena, al exilio en Colonia.
Para el 5 de julio ya teníamos de Gobernador a Manuel Dorrego. Pero no eran tan simples las cosas, porque López, que venía agrandado, hizo sentar en la misma silla a Carlos María de Alvear. Así que hubo que resolver las cosas como se sabía, a los sablazos.
Dorrego juntó milicias al mando de Martín Rodríguez y Juan Manuel de Rosas y le dio a Alvear para que tenga y guarde. Y se agrandó Chacarita, así que se fue tras los pasos de López, venciéndolo cerca de Pavón. Pero no quería herirlo, de cebado nomás, el temperamental gobernador quería destruirlo, y lo siguió hasta Santa Fe. Pero la estrella se apaga, estimados, y Dorrego fue derrotado. Y, como el que pierde no conduce, la Junta de Representantes eligió a Martín Rodríguez como nuevo Gobernador.
Si nos organizamos comemos todos, parece que dijo uno, o algo así, porque en el medio de este balurdo, había que encontrar la manera de relacionarse y cuidarse el culo.
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Firma de tratados
Así empieza el período de los tratados. Si la Constitución es un matrimonio, los tratados eran como una pareja abierta al poliamor interprovincial, donde se acordaban defensas mutuas, libres tránsitos, cabezas de ganado y vaya uno a saber qué cochinada más.
Ya vimos que, ni bien derrotaron a Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, apalancaron un gobernador porteño pero federal para montarse el Tratado del Pilar.
Ahora es el turno del Tratado de Benegas, entre Martín Rodríguez y López con la mediación de Córdoba que se disponía a poner fin a la guerra civil y ordenar un poco la casa. Es que San Martín le había pedido a Bustos un Congreso Constituyente en la ciudad de las mujeres más lindas, del fernet, de la birra y las madrugadas sin par. Le pidió que pusiera orden, qué tanto, que esto ya era un papelón y él tenía que poner la cara afuera.
Mientras tanto Ramírez se había cargado a Artigas y, ya que estaba, se mandó con la independencia de la República de Entre Ríos. En plan de vamos por todo, se juntó con el chileno Carreras para derrocar a O’Higgins en Chile, así por la cara. Y ahí fue cuando se nos rompió la dupla Lennon - McCartney litoraleña. Porque tan engordado estaba el entrerriano que también invadió Santa Fe y Córdoba. Y pim pum pam, entre López y Bustos se cargaron a Ramírez, el socio y los hermanos del socio en un parpadeo.
Y porque amigos son los huevos, López y Bustos le dieron caza a Ramírez, que iba zafando hasta que le tomaron prisionera a su mujer, La Delfina, una portuguesa cautiva que, de chaquetilla y chambergo, combatía a su lado. Con eso no se jode. Cuando llegó al rescate lo ultimaron de un tiro, lo decapitaron y le mandaron la cabeza, embalsamada a López que la exhibió, didácticamente, en el Cabildo de Santa Fe.
Pero el interior estaba pochoclero. Bustos pretendía formar una unidad contra Buenos Aires, pero le faltó originalidad, todos querían lo mismo. Felipe Ibarra, de Santiago del Estero, se separaba de Tucumán y unía fuerzas con el segundo – alguno dirá que es el tercero – riojano más famoso, Juan Facundo Quiroga. Juntos se enfrentaron a Catamarca y Tucumán que eran porteñistas.
Buenos Aires aprovechó que el dislate estaba en otro lado y encontró, en este ciclo de paz, la ocasión para el desarrollo ganadero y de una clase terrateniente exportadora.
Pero el gabinete de Rodríguez era centralista, dominado por Manuel García y Bernardino Rivadavia. Este último boicoteó el Congreso Constituyente de Córdoba privilegiando la relación con el Litoral y bajándole los humos a Bustos. Así se firmó otro pacto con Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos, el del Cuadrilátero que centralizaba la política en el Litoral, desplazaba a Córdoba y permitía la libre navegación de los ríos mesopotámicos.
Todo este rompecabezas demencial generó el quebranto del Litoral, del Interior y de Cuyo, mientras Buenos Aires crecía dale que te dale. Imaginen ustedes los campos arrasados por el ida y vuelta de las tropas de unos y otros. Tampoco se podía competir contra el comercio inglés. Lo que sí crecía era la ganadería en Buenos Aires, Córdoba y Mendoza, aunque los beneficiarios de la exportación eran los porteños.
Mientras San Martín terminaba su obra en Chile y Perú y, a falta de ayuda del inexistente Estado argentino, dejaba en manos de Bolívar la estocada final de la guerra de la independencia. Luego, serían recordados con un torneo de fútbol continental.
Y en 1824, poco antes de la victoria de Sucre en Ayacucho que terminaba con la pertenencia al querido Rey -imaginen la angustia del Mariscal -, se abrió en Buenos Aires el Congreso Constituyente de 1824, con el propósito de unir a las provincias, asegurar la independencia y afirmar las autonomías. Y adivinen a quién le encomendaban las funciones de gobierno nacional hasta tanto se estableciera uno. Sí, a Buenos Aires.