Bonus track
“Lo que haya que hacer, hagámoslo rápido”, la frase, más o menos así pronunciada, palabras más, palabras menos, se le atribuye a Jesús cuando, contando con información clasificada, sabía que estaba listo de papeles. Lo mismo dijo después un senador, para apurar a un vicepresidente que estaba a punto de sepultar sus aspiraciones políticas, con pánico escénico y dando vueltas para decir lo que ya todos sabían que iba a decir. De esa si hay registro.
Pero yendo a lo nuestro, para cuando estoy escribiendo estas líneas ya se estarán juzgando a las juntas, habrá un par de asonadas militares, conoceremos el concepto de carapintadas, habrá punto final y obediencia debida para calmar los ánimos y asegurarse llegar a la otra orilla. Habría una casa ordenada y unas pascuas felices.
Con Oíd Mortales, esta sección que El Canciller me permitió hacer a todo gusto, llegamos, como dije en la columna anterior, hasta acá, que es justo hasta donde me había propuesto llegar. Pude escribir lo que quise y como quise. Un lujo, de verdad, y más en los tiempos que corren. Mi agradecimiento a Diego Abatecola y Luciano Dolber.
Vendrá el Plan Austral, vendrá el Plan Primavera, la economía iba a naufragar una vez más, como tantas en este páramo sin suerte. Nos podríamos divorciar cuando nos llenáramos los huevos de nuestra legítima o legítimo o cuando se nos cruzara algún nuevo amor. Habrá una elección de medio término perdida y el resurgimiento del peronismo. Cafiero se haría con la provincia de Buenos Aires que hasta ahí gobernaba Armendáriz y desde Cuyo un pintoresco riojano empezaba a caminarse cada pueblo de la Argentina con intenciones presidenciales. Desde Córdoba Angeloz iba a tratar de acercarse al sillón del hijo de puta de Rivadavia, pero con las dificultades de ser oficialista, de un oficialismo que se derrumbaba a pedazos.
Estas columnas nacieron durante mis últimas vacaciones, en la madre patria con sede en Washington, pero en el resort ese que tienen en Florida lleno de shoppings baratos. Ahí, en la casa de mi hermano escribí un par de artículos sobre las invasiones inglesas que fueron a decorar mi blog personal. Ya en Buenos Aires armé una especie de programa y se lo presenté a Diego. Lo aprobó y arrancamos a la semana. La primera hubo que acortarla, Michelle, la primera editora, tuvo que ponerle un título, a la nota y a la sección. Y yo tuve que ir aprendiendo el oficio. Y me gustó.
Para remate vendría un levantamiento subversivo en La Tablada con cebollazos y unos cuantos muertos. Las escenas de la época recuerdan cuerpos quemados o pisados por tanques. Una petit guerra a quince minutos de La Rosada.
Fueron, con este, cincuenta y seis capítulos. Las cincuenta y dos semanas del año más cuatro especiales por fechas célebres. Me nutrí de cuatro libritos chicos, apuntes y archivo digital. Salvo el especial de San Martín, para ese usé la carpeta de clases de mi abuelo profesor. Si, quedó mucho, muchísimo afuera, pero hay mucho ahí dando vueltas, y mejor escrito y pensado, para sumar cada uno. Ojalá, como decía en el primer capítulo, se haya despertado la curiosidad de alguno por saber algo más.
La interna peronista fue infernal. El que ganaba tomaba todo. Por un lado, Cafiero – De La Sota – el abuelo de Santiago y el padre de Natalia – contra Menem – el papá de Zulemita – y Duhalde – el esposo de Chiche -. Y ganó el (segundo) riojano más famoso, el resto a acompañar.
Además de aprender el oficio tuve que hacerme un método. No quise acumular material de back up, siempre en este país la semana puede regalarnos una frase nueva. Así que cada domingo, a la habitual hora del corchazo, me encerré en mi estudio a teclear, con música de acuerdo con una lista especialmente creada en Spotify que acá les comparto. Los lunes, a la misma hora, revisión y tono. Luego, enviar. Y gracias a Mara, que tuvo que acomodar cada semana estos textos.
Con promesas de revolución productiva y despegue económico, Carlos Saúl Menem, el riojano simpático, patilludo y desprolijo se hacía con la presidencia. El país estallaba con saqueos y violencia, la inflación era estratosférica, el dólar valía fortunas y todos los sueños y esperanzas de hacía seis años estaban hechos añicos. Las madres volvían llorando del supermercado porque no les alcanzaba lo que llevaban, los precios se remarcaban en las propias narices de los ciudadanos y el caos era absoluto. El traspaso presidencial se adelantó después de una reunión en Olivos.
Cada miércoles recibí con gusto sus comentarios, sugerencias y críticas. Pero especialmente me divertí. Y no es menor, considero que uno debe divertirse, que esa es la esencia de un buen trabajo, donde uno se divierte, cuando la pasa bien, y así fue.
La revolución productiva terminó con la producción parada, con retiros voluntarios, la industria se convirtió en remises, el empleo en desocupación. Fuimos. A la guerra y con los ganadores. Nos pusieron bombas. Pero un peso fue un dólar y hasta soñamos con llegar a Japón, vaya uno a saber para qué, en unos cuantos minutos. Rosas volvió a descansar a la Argentina. Lo juzgado se indultó y lo pendiente se amnistió, por el tema ese de reconciliarse entre todos, al pedo, si siempre nos odiamos. Se hizo un pacto en Olivos y se reformó la Constitución, para durar menos, pero para durar más, para que un partido se asegurara un distrito, para que el senado perdiera su razón de ser, pero repartiera más cargos, para asegurarse un bipartidismo que iba a durar poco. De paso nos visitó todo el Jet Set, claro. Y habría reelección, pero no “re-re”, porque ya las cuotas estaban complicadas lo mismo y estábamos todos hastiados. Tampoco quedaba ya ninguna joya de la abuela para seguir pagando el circo.
Yo voy a extrañar estas horas de cada domingo y cada lunes, sin dudas, como ahora mismo que tengo esta sensación de despedir al hijo que se va a vivir solo, a vivir su vida.
Y vino un tal De La Rúa, del radicalismo, aliado a un peronismo progresista asqueado del neoliberalismo del riojano que, para esa época, ya vestía como un dandy europeo. De vice fue Chacho Álvarez. Todo terminó en tragedia y dolor. Con el vice renunciado, con saqueos, con muertos en las calles, el presidente se tomó el piróscafo y, entonces, hicimos unas olimpíadas de presidentes. Tropecientos en diez días. Hasta que terminó agarrando Duhalde, el que había sido vicepresidente de Menem, que devaluó, acomodó un poco y reprimió otro tanto, con el gobernador de Buenos Aires, un tal Felipe Solá, que ahora se dedica a la diplomacia.
Tan metódico soy que sentía que si no mandaba esta columna la sección quedaba una semana incompleta, así que aquí estamos, despidiéndonos, con un bonus track.
Y vino uno de la Patagonia, Néstor Carlos Kirchner. Ya todo lo que viene desde ahí lo leemos, todavía, en sesudos análisis cada domingo en cada diario.
Seguimos con la grieta, que nos acompaña desde las invasiones inglesas, con la mala leche, con el odio en las venas. Cada tanto, también nos damos una alegría, como poder casarnos entre personas del mismo sexo y votando, votando siempre, aunque no nos haga una fiesta la cara de la boleta, aunque el arrepentimiento y la culpa nos persiga.
Ahora vivimos, como podemos, esta pandemia infame, la que tanto me ayudó a encerrarme a leer y escribir estas columnas.
Y no se olviden, como decía Osvaldo Soriano: "Si no fuese porque que al final hay que pagar la cuenta, este país sería para cagarse de risa".
Gracias por haber estado del otro lado.