Rajado entonces Galtieri, con unos cuantos pibes menos, con una parva de desaparecidos, con la economía devastada, un mundial ganado y otro con una eliminación algo escandalosa, nos ponemos a recibir al cuarto okupa de la Casa Rosada, el tal Bignone. Este ya viene para atrás, a entregar las banderas y ver si podía salvar algo de ropa. Pero vayamos por partes, porque todavía tenían un par de picardías por hacer.

Reynaldo Benito Antonio Bignone era un bonaerense formado un poco en nuestra Escuela de Guerra y un poco en la España de Franco, así que imaginemos el personaje que supimos concebir. Asumió este bochorno después del intento del tiro final, una guerra que los convirtiera en héroes a costa de sangre joven y los perpetuara en el poder hasta vaya uno a saber cuando. Fracasaron, como en todo lo demás, salvo en eso de andar matando gente. 30.000 se cargaron en siete años, los muy hijos de puta.

Pero este muchacho todavía tenía un año y medio para organizar la salida. Así que se puso a las cosas. En principio fue por el control de precios. Todo era una calamidad, la inflación andaba por el 200% mensual, el peso no valía una mueca, las fábricas cerraban, los negocios se fundían. Un desastre. Así que se declaró el estado de emergencia. Y, créanme, cuando se sancionan esas cosas de las emergencias, de manos libres, en este país, es para cagada.

Bignone durante la época de los juicios por lesa humanidad
Bignone durante la época de los juicios por lesa humanidad

En ese marco, pocos días después de la renuncia de Domingo Felipe Cavallo a la presidencia del Banco Central, hicieron una travesura que iba a dejar secuelas: unos 15.000 palos de moneda fuerte de deuda privada fue absorbida por el Estado. O sea, todos los argentinos pasamos a ser deudores de Dios y María Santísima. La medida, firmada por González del Solar, fue atribuida a Cavallo, aunque el cordobés siempre lo negó. Sea quien fuere el padre de la criatura, han estado creativos los impresentables.

Don Reynaldo también firmó los límites con Paraguay, paso necesario para la represa de Yacyretá, en lo que salimos perdiendo, obviamente y el Decreto Ley de Vacunación Obligatoria, que establece el primer calendario de vacunación, ahora que vivimos tan obsesionados por las vacunas.

Bignone en pleno juicio oral
Bignone en pleno juicio oral

De entrada avisó que su misión era entregar las llaves del condominio de Balcarce 50 a sus nuevos inquilinos. Además del desaguisado que habían hecho, ya tenían la presión internacional que les soplaba en la nuca pidiendo informes sobre los desaparecidos. La gente ya no repetía tanto el “algo habrán hecho”, se perdía el miedo y el “no te metás” empezaba a quebrarse.

Pero, dentro del rejunte gobernante, había tipos como Nicolaides que querían estirar un poco la cosa, sabrá Dios para qué. La Multisectorial también ya se movía exigiendo elecciones, se movilizaba en diciembre y en la represión había un muerto. Insostenible.

El regreso de la democracia con Alfonsín

En abril de 1983 se llamó a elecciones para octubre de ese año. Previamente, un Decreto ordenó la destrucción de todos los documentos sobre secuestros, torturas, desapariciones y demás atrocidades que cimentaron el esquema de poder de estos farabutes. La barrabasada explicaba que no había centros clandestinos de detención, así que el que no estaba detenido, exiliado o en la clandestinidad, estaba muerto. Oigan, que acá no entiende el que no quiere.

En pos de la “pacificación nacional” se dictó una autoamnistía para todos los militares involucrados en la lucha contra la subversión. Se la iban a meter en el culo, pero era un aviso sobre el tema de la paz, la concordia y coso.

Todo venía con trampa. En julio del ´83 se promulga el llamado a elecciones fijando la fecha para el 30 de octubre con traspaso del mando para el 25 de mayo de 1984, necesitaban casi siete meses para negociar la impunidad. Terminaron cerrando el 30 de enero.

Cierre de campaña de Alfonsín en la Avenida 9 de Julio el 26 de octubre de 1983. Foto NA: MARCELO RANEA
Cierre de campaña de Alfonsín en la Avenida 9 de Julio el 26 de octubre de 1983. Foto NA: MARCELO RANEA

La campaña fue apasionante. Por el radicalismo fue Raúl Ricardo Alfonsín, acompañado por Víctor Martínez. Por el justicialismo, invicto desde 1947, Italo Luder, secundado por el chaqueño Deolindo Bittel. También se anotaron el partido intransigente con Oscar Alende y el MID con Frigerio, el abuelo del ahora candidato a gobernador de Entre Ríos.

El radicalismo jugaba con una ventaja, el peronismo estaba de capa caída después de la experiencia de Isabelita y Luder no era tan inocente con los papelitos que había firmado cuando quedó a cargo del Ejecutivo. Pero, además, el centenario partido de las internas feroces y las boinas blancas profesionalizó la cosa. Contrataron al publicista David Ratto y armaron propaganda en serio. Slogan “ahora Alfonsín”, el gesto del abrazo a la distancia que caracterizó a don Raúl, la bandera argentina con las iniciales RA que en forma de calcomanías se popularizó en cada auto durante aquel tiempo. Un tanque.

Asunción de Alfonsín: el momento del retorno de la democracia
Asunción de Alfonsín: el momento del retorno de la democracia

También las pintadas fueron características de esta campaña. Recuerdo acompañar alguna noche de sábado a mi padre – que en aquel entonces militaba en el PI de Alende – a choripaneadas bien regadas, con números de folklore y canciones de protesta, y posterior recorrida de madrugada para acompañar a los muchachos que pintaban los muros. Muchas veces estas pintadas terminaban mal, los territorios tenían dueños y se disparaba al aire, se mostraban facas, cuchillos y demás costumbres autóctonas. La cosa sana.

No se sabía ni cómo pronunciar lawfare, no había tuiter para andar lloriqueando chiquilinadas ni se revoleaban denuncias en tribunales. Eran otros tiempos, de hacer política gastando las suelas. Menos berreta todo.

Mientras el radicalismo apostaba a la paz y a tranquilizar los ánimos, el peronismo prefería un discurso más virulento, de paso recibía denuncias de un pacto entre el sindicalismo y los militares para garantizarse la impunidad. Y la sociedad estaba medio podrida de la violencia.

10/12/1983: Alfonsín, junto a su esposa María Lorenza Barrenechea, el día que asume. Foto NA
10/12/1983: Alfonsín, junto a su esposa María Lorenza Barrenechea, el día que asume. Foto NA

Y así, llegaron los cierres de campaña. Alfonsín optó por recitar el preámbulo de la Constitución, el librito que había quedado todo lleno de polvo en un rincón; el peronismo, en cambio, cerró a toda orquesta, quemando un cajón con el escudo radical. El famoso y nunca bien ponderado cajón de Herminio.

Don Raúl Ricardo Alfonsín se quedó con el sillón del pérfido Rivadavia con el 51,7% de los votos contra el 40% del peronismo. Bignone no tuvo margen y, por decreto, adelantó el traspaso del mando al 10 de diciembre.

Ese día Alfonsín habló a una multitud desde el Cabildo. Volvíamos a ser libres, volvíamos a nacer después de mucha oscuridad, de mucha mierda.

Alfonsín y el ex vicepresidente Víctor Martínez. Foto NA
Alfonsín y el ex vicepresidente Víctor Martínez. Foto NA

El desafío por delante era consolidar la democracia, que entendiéramos que había cosas que no nos podían volver a pasar, nunca más. Idear una nueva relación con las fuerzas armadas, en equilibrio entre la justicia y la gobernabilidad, ir a un sistema político que dejara la violencia de lado y fuera capaz de gestionarse racionalmente. La idea de que la democracia por si sola solucionase los quilombos, rápidamente, fue descartada, pero las heridas demostraron que siempre es mejor que las soluciones mágicas y violentas.

Y, con todo, llevamos así 38 años, como podemos, con cales y arenas, con goces y disgustos. Con orgullos y vergüenzas. Pero en democracia.

Más adelante vendrán otras aventuras, unos cuantos desaguisados, gestas y cebollazos y un buen número de torpezas. Pero eso ya será otra historia. Yo los dejo acá.

Fin.