No hay dos sin tres
“Cámpora al gobierno, Perón al poder”, así empezaba el camino de este mercedino, odontólogo, exdiputado nacional y convencional constituyente de 1949 que supo estar preso cuando le tocó después del golpe de 1955 y que fue el delegado del innombrable en las elecciones de 1973.
Al quetejedi no le daban los días en el país para poder presentarse de candidato, además, por las dudas, por lo que pucha pudiese y curándose en salud, el gobierno de facto le prohibió volver hasta tanto no asumiera el nuevo gobierno.
Y se hicieron nomás las elecciones, el FREJULI de Héctor José Cámpora y Vicente Solano Lima sacó el 49% de los votos, así, decidieron que hacer una segunda vuelta era al divino botón y los proclamaron mandamases de este conventillo.
El 25 de mayo de 1973 el peronismo volvía al poder, con una gran presencia popular en las calles para festejar la asunción. Se habla de más, menos, un millón de personas, aunque los números nunca son confiables en este país.
Esa misma noche se produjo el Devotazo, en ocasión de una marcha por la liberación de los presos políticos. Al otro día, por decreto, don Héctor liberó a más de 300 con un indulto y, un día más tarde, sin demasiado debate aparentemente, salieron el resto por una ley de amnistía, un poco express, si.
La cosa era una cabeza de playa que iba a durar menos de lo que dura una primavera, apenas superó el mes y medio. El horizonte era que pudiera volver el General, que ya se comía los codos en Puerta de Hierro, - un lugar hermoso de Madrid del que el arriba firmante no hubiera vuelto ni bajo amenaza - y tenía ganas de dejar de vivir tranquilo. Así que Cámpora se abocó al pacto social de sindicatos y empresarios, se corrió de la grieta de la guerra fría, nos metió en el movimiento de los países no alineados y tendió puentes amistosos con Latinoamérica.
Pasó a retiro a los militares de la dictadura y los reemplazó por los que reconocieran al viejo y querido orden constitucional, puso al frente del ejército al tal Carcagno que se valió de encontrar la vía del diálogo con los Montoneros. Así, se dejaba en desuso la Doctrina de Seguridad Nacional que identificaba como enemigo al marxismo. Hasta un día se juntaron todos, para ayudar a reconstruir la ciudad de Dorrego que se había inundado. Paz y amor.
El padre de Taiana - el que fue canciller y ahora está un poco complicado por un pinchazo, y no de columna - le dio manija a la política universitaria, cosa que se iba a terminar de concretar en el siguiente período, pero ya estaba el puntapié dado para la gratuidad y el ingreso irrestricto.
Pero acá tenía que volver Juan Domingo Perón. Ya había avisado el General que no se podía conformar un gobierno sin su inconmensurable figura. Y entonces, volvió.
Y en Ezeiza los chavales le organizaron un comité de bienvenida. Pasa que los muchachos siempre se están reproduciendo, hasta en las fiestas de guardar, y la algarabía se transformó en un quilombo de la puta madre, al que, sin mucha creatividad, dieron en llamar “la masacre de Ezeiza”. Aclaro, yo casi no nazco por el capricho de mi padre de asistir a ese metrallapalooza. Unos trece fiambrines oficiales – los números nunca son confiables en este país – y más de cien heridos que fueron a colapsar el sistema de salud de la zona. Para Montoneros esto fue una declaración de guerra de la extrema derecha del peronismo y a otra parte con la paz, el amor y la mar en coche. Y el avión se desvió a Morón.
Cuestión que el General ya estaba entre nosotros y recibía en su casa al odontólogo delegado para hablar de politiquería y darle una mano. A la rosada no iba.
Y, como era de esperarse, a mediados de julio Solano Lima anunció que iban a renunciar, mandaron de viaje al que le tocaba el mando y un tal López Rega, metió de presidente de remiendo a Lastiri, a la postre y de casualidad, su yerno. Ahora sí, se podía llamar a elecciones y que se presentara como candidato el General Juan Domingo Perón.
Raúl Alberto Lastiri, presidente de la Cámara de Diputados, pero sobre todo yerno, se hizo cargo del sillón del repugnante Rivadavia. Por un ratito. Lo que tenía que hacer tampoco era tan difícil, llamar a elecciones. En el medio, organizó un viaje de gabinete y legisladores, con una tal Isabelita incluida, a la base Marambio. Tuvo que ilegalizar al ERP porque se mandaron un ataque al Comando de Sanidad del ejército para agenciarse armas y el pope de la CGT, José Ignacio Rucci se ganó el apodo de Traviata. Les cuento, porque hay lectores jóvenes, las Traviatas eran unas galletitas de agua que tenían 23 agujeritos, más o menos los mismos – los números nunca son confiables en este país – que le dejaron en el cuerpo a Rucci.
De paso, le prestamos 200 palos de moneda fuerte a Cuba, porque íbamos por el tercermundismo militante.
Las elecciones serían un trámite administrativo previsto para el 23 de septiembre de 1973. Para este acto tenemos una novedad: el General decide ir acompañado en la fórmula por una mujer, la suya, María Estela Martínez de Perón, para nosotros Isabel o Isabelita. Porque sí. También por López Rega, claro, pero en la fórmula no entraba.
Del otro lado volvió a ponerse Balbín, por enésima vez, como para asimilar el mensaje.
Bueno, el 62% sacó la fórmula Perón – Perón. Hoy sería la fórmula Perón – Martínez, pero eran otros tiempos, veámoslo así. Cuestión que se convierte así en el primer presidente elegido tres veces por este sesudo pueblo.
Y vale decir que no venía con todos los reflejos tampoco. Para todo hay una edad, y si no vean los diarios. El panorama era desolador. Toda Latinoamérica con gobiernos de facto, nomás asumió cayó Chile en poder de los militares, y todos bajo el ala del tío Sam.
Adentro no nos iba mejor, a López Rega se le había ocurrido que era una gran idea perseguir marxistas y para eso financió desde su ministerio de bienestar social a la Triple A, que no era la Asociación Argentina de Árbitros, sino algo peor. Se cargaron alrededor de mil tipos, los números nunca son confiables en este país.
El ERP tomó la guarnición de Azul, mató a un colimba, a un coronel, a la esposa del coronel y se llevaron preso a uno para liquidarlo después más tranquilos. Perón tuvo que salir por cadena a condenar todo este dislate y le tiró el fardo a Bidegain, el gobernador bonaerense que andaba atrás de estos idealistas. Bidegain renunció y lo reemplazó Calabró. Quiso cambiar el Código Penal para endurecer penas por estas ocurrencias, pero Kunkel y Garré, por nombrar sólo a dos soñadores conocidos de trece, se negaron. Así que Perón los llamó a una reunión, la televisó, y les dijo que si no apoyaban se fueran del partido. Se aprobó y ocho se rajaron.
Pero la gota que iba a rebalsar el vaso sería la del acto del Día del Trabajador, fecha tan cara al peronismo, y fue a todo culo. Los muchachos del peronismo revolucionario empezaron el cantito “que pasa General, que está lleno de gorilas el gobierno popular”. Perón, tal vez, en su afán de aplacar los ánimos, los llamó imberbes, estúpidos e imbéciles. Y se retiraron, en una de esas ofendidos, de la Plaza.
El General se despidió de su pueblo el 12 de junio de 1974, ya afectado en su salud y bajo recomendación médica de renunciar, cosa a la que se negaba con la frase “voy a morir con las botas puestas”, pero, de imprescindibles está llena la Chacarita. En aquel último discurso pronunció la máxima “llevo en mis oídos la más maravillosa música que es para mi la palabra del pueblo argentino”. Pocos días después cayó enfermo. Viendo el final, y conociendo el paño, cuenta la leyenda que pidió modificar la ley de acefalía para que pudiera asumir Balbín. Pero eso no pasó.
El 1º de julio de 1974, Perón murió. Su vicepresidenta, Isabel, anunció la mala nueva y se dispuso a asumir. Se vendría un velorio multitudinario, magnífico, de exportación, - nada que ver con los que se hacen ahora - y un país a punto de estallar. De nuevo.