El Doctor Insólito es mi amigo y además es abogado, no es mi abogado amigo. Se va en tres horas de vacaciones y detesta que lo esté entrevistando. Dice que no quiere ningún seudónimo, le digo que se va a a tener que joder, que es el Doctor Insólito. Dice que no quiere ninguna descripción de sus zapatos, que son honestamente lo más canchero que ví en bastante tiempo, le digo que le concedo eso, dice que no quiere que diga nada del bar secreto en el que estamos, sobre la bajada de la avenida Corrientes, le digo que okey eso también. El Doctor Insólito tiene pretensiones de anonimato nivel Madonna con el camarín.

Por sobre los juicios ganados, los negocios hechos con la velocidad de un pase de mano, por sobre lo suave del tweed del saco azul que ahora no tiene puesto, el Doctor Insólito tiene un corazón transparente.

El Doctor Insólito dice que ser abogado es igual a ser contador, pero con la fantasía de pegar un Jackpot. Todos los días nos despertamos con la esperanza del honorario de doscientos mil dólares. En la puta vida llegan, pero tenemos el derecho a soñar con salvarnos, dice.

El abogado bueno es el que consigue clientes. En los estudios grandes ese es el rainmaker, dice el Doctor Insólito. Claro que el que consigue clientes un día se da cuenta que puede hacer llover, entonces se cansa de compartir y se va solo a abrir su propio estudio.

Cuando sos chico querés trabajar en la fusión de dos petroleras, de grande queres agarrar el caso de un electrocutado contra la ART, dice el Doctor Insólito. Contaría los gestos que hace cuando lo dice, pero me prohibió que escriba sobre cualquier seña particular que pueda identificarlo.

El Doctor Insólito dice que el abogado tiene que transmitir éxito, porque el cliente no tiene información verdadera, solo tiene pistas, a la hora de decidir a quie contratar. Se transmite éxito por la actitud, por la pilcha, por el estudio, pero la actitud puede ser ensayada, la pilcha pedaleada en cuotas y el estudio alquilado. El trabajo del abogado cursa en el expediente y en el gerenciamiento de la percepción, dice el Doctor Insólito.

La familia judicial es un útero del que nunca se sale. Antes te ibas de la Justicia a un estudio bueno o a tu propia aventura. Ahora te vas a publicar artículos medio pelo para sumar puntos para concursos en la Justicia, donde todos los pibes se quieren quedar para siempre y por supuesto cada época política pone de moda a candidatos con más chances y cuando se pasa la moda hay que que seguir escribiendo papers malos, dice el Doctor Insólito.

David Carradine y yo estamos en el café del Malba. En la semana, la pared de vidrio y que haya poca gente lo hace soportable. Causa un poco de gracia que no vendan Coca Cola, siendo que sirven un trato malo y atolondrado.

Le pedí que nos viéramos para hablar de cosas divertidas o tremebundas de los abogados.  Nos conocemos hace diez años, alguna vez estuvimos un poco tensos pero siempre nos vimos un par de veces por año.

Pienso que nos gusta ser amigos como se hace en esta ciudad. Un amigo es un espía, un aliado, un daño colateral que precisa controlarse con un poco de tiempo de calidad cada tanto. La amistad como la continuación larga de un chiste y una tensión.

Una vez David me dijo que la hipocresía es un gran invento. Enseguida aclaró que no es para usar con todo el mundo. Tiene razón, la hipocresía es el gran lubricante operativo de la Sociedad. Para vivir en la verdad, que es angosta, solitaria y fría como el freezer de una casa, alcanza con renunciar a ser hipócrita.

David me dice que a los clientes no hay que cagarlos nunca. Los otros no importan, porque igual van a pensar que los cagaste. Dice que la vocación por el Derecho en general empieza como algo noble, porque el ser humano tiende naturalmente hacia el sentido de Justicia. Después con el tiempo la cosa se va desvirtuando.

David Carradine decidió que quería ser abogado como un chico que elige un muñeco de G.I. Joe. "Yo veía a los tipos y elegía a cuál me quería parecer, había abogados con Ferrari y abogados que escribían Filosofía del Derecho, a mi me pareció que se podía ir en Ferrari hasta la biblioteca”, se ama un segundo y lo festejo porque tengo cierta debilidad por él que un poco es recíproca, que hace que estemos acá, casi en Navidad, en el bar equivocado.

Para David Carradine, la percepción cursa también en el expediente. En el Malba me explicó la teoría de la atmósfera del litigio, de un señor Goldschmidt. El abogado tiene que operar sobre cómo va a analizar la prueba el juez y esa es una foto photoshopeada mucho después del hecho. La verdad es un dato más, no es el único dato, me dijo David, con entusiasmo juvenil iluminándole la cara.

David Carradine y yo nos reimos de cosas que se terminan. Estoy por cumplir cincuenta, me dijo. Yo cumplo cuarenta y cinco dentro de dos años. Vi la ciudad durando mientras nosotros nos desintegramos.