El fútbol como espacio de confrontación simbólica, el adultocentrismo, los procedimientos filosóficos, el lenguaje inclusivo como ejercicio de resistencia, el bilardismo, la sororidad como fraternidad deconstruida, el canon filosófico, el abrazo Lospennato-De Ponti, Merlí, el feminismo como el movimiento político más importante de los últimas décadas y el peronismo son, entre otros, algunos de los variados tópicos que desarrollamos con Darío Sztajnszrajber en el barrio de Colegiales.

En los diccionarios se define a la filosofía como "una actividad racional argumentativa que busca tratar de conocer los fundamentos de lo real”. Darío dice a su vez que dos amigos problematizando qué es el amor, mirándolo desde un costado novedoso, también generan un acontecimiento filosófico, quizás alejado de los claustros y los cánones, pero no por eso menos importante. A lo mejor por eso disfruta tanto la divulgación de lo que lo apasiona. Desde "Desencajados”, en el teatro, pasando por sus clases en la facultad hasta su imprescindible ciclo "Mentira la verdad”, de la señal Encuentro. "Disculpame si ya de entrada te hablo en serio”, le digo. "Estoy acostumbrado, es parte de mi trabajo”.

Sztajnszrajber: "Dos personas discutiendo sobre amor provocan un acontecimiento filosófico"

—Hace poco fui a comer a la casa de una amigo que no le interesa el fútbol. Vive en Núñez. Nos quedamos sin birras y fuimos a comprar al chino. Justo estaba por jugar River y la zona era un hormiguero de camisetas. Me produjo un malestar profundo, cercano al odio, y se lo comenté. Me respondió: "Te das cuenta de que no tiene sentido, ¿no? No hay nada de verdad ahí".

—Está bueno el punto que trabaja tu amigo. Hay un concepto de un jurista alemán llamado Carl Schmitt, muy controvertido porque apoyó al nazismo en su momento, que decía que la lógica de la política es la lógica de la confrontación amigo-enemigo. Y que uno tiene que siempre construir un enemigo público para dotar de sentido lo que hace. El lugar en el que está parado. No hay nada de verdad, entre comillas, en el odio a personas concretas. Vos necesitás construir el imaginario rival y el fútbol se nutre de la construcción de enemigos públicos para que tenga sentido el orden en el que uno está. Por ahí tenés un montón de amigos de River y no les tenés asco pero le tenés asco a River como símbolo. Pero de eso vivimos. Lo importante es poder visualizarlo. Del mismo modo pasa en la política, en la discusión Moria Casán-Carmen Barbieri. Tu amigo no se siente parte pero debe tener también su propio ordenamiento binario en otro lugar: por ejemplo, le gusta Paul McCartney y odia a John Lennon, en realidad a los lennonistas. Pero no es personal. Schmitt decía que el enemigo nunca es privado. Es un emblema público que nunca representa nada. Lo loco es que necesitemos ese tipo de situaciones de confrontación simbólica para ordenarnos. Como yo hago filosofía, lamentablemente, o no, voy desarmando esas cosas. Cuando me siento tomado por ese tipo de odios para ciertas rivalidades, trato de desarmarlas rápidamente. Pero juegan en mí las dos cosas. Juega Argentina contra Brasil y quiero que los maten a todos pero al mismo tiempo me escindo en dos, me veo a mí mismo diciendo "¡Qué pelotudo que soy! ¡Son veintidós tipos jugando para una multicorporación, en un deporte que ya no tiene nada de vocacional si no que está profundamente aburguesado!".

—El límite es que esa rivalidad se vertebralice en violencia.

—Me va la hipótesis de que el fútbol sublima la violencia. No vas a matarlo afuera porque lo estás, entre comillas, matando en el campo en el momento en el que, sobre todo, le metés un gol. Cada gol es una herida que le vas infringiendo a ese enemigo. No es un deporte más. Lo que me irrita son los que hacen del fútbol algo ingenuo, tipo "vamos a divertirnos". No es entender la pregnancia que tiene en términos identitarios. Hay algo nuestro puesto en juego ahí. Creo que sublima la violencia como sucedía con los viejos gladiadores.

—Te gusta polemizar con una defensa programática de Bilardo.

—El bilardismo es uno de esos conceptos que después se sacaron de lo específico, que es el fútbol. Porque el bilardismo no deja de ser una manera de encarar un deporte. Y hoy se lo utiliza desbordándose de los límites del fútbol, como sinónimo de cualquier cosa. Yo no soy bilardista tomando el café con leche.

—El menottista se toma el café con mucho placer y el bilardista se lo traga con un embudo.

—Si es un juego, si es una ironía, desde el humor, me lo banco. Hasta podríamos hacer un libro de humor con la premisa "cómo haría cada pelotudez un bielsista, un menottista y un bilardista". Pero no se lo trabaja así. Por eso se terminó acuñando la idea de que el bilardismo es igual a resultadismo y ese resultadismo se lo asocia después con actitudes políticas. O existenciales. Yo no soy, por ejemplo, resultadista en un montón de procesos. Cuando cocino no soy resultadista. Disfruto más del proceso de cocción y si después no sale tan rico, ¡qué cagada! Pero las dos horas que me la pasé cortando las verduras, tomando un vino o haciendo el asado, tienen un valor en sí mismo. El proceso tiene más valor que el producto final. Ahora, eso en el asado; en el fútbol, no. Esa fragmentación está buena. No podés ser lo mismo en todos lados. Y desde ese lugar el fútbol me interpela mucho más que el disfrute o de la cosa del espectáculo naif. A mi equipo lo quiero ver ganar porque el fútbol representa básicamente una competencia donde algunos ganan y otros pierden. Salgo de esa lectura reduccionista que asocia únicamente al bilardismo con el resultadismo: todos quieren ganar. Y rescato otros valores que son los que más me representan. La prioridad de lo colectivo, la cultura del trabajo en el deporte, veo ahí elementos que hacen del fútbol todavía el deporte más justo. Porque permite que los más débiles puedan triunfar sobre los más fuertes. Eso te lo permite, creo yo, un esquema protobilardista.

—El filósofo es un filósofo por un método o alguien puede ser filósofo sin dedicarse a la filosofía.

—La discusión por el canon. ¿Quién pone el límite? En general los que están adentro del círculo filosófico, el círculo rojo de la filosofía, los que están adentro, son los primeros que defienden el método para establecer ese canon. Hay entonces una discusión acerca del canon. Tiene que ver con determinar el criterio por el cual algo es filosofía o no. ¿En La Biblia se hace filosofía?, por ejemplo. En los diccionarios se dice que la filosofía es una actividad racional argumentativa que busca tratar de conocer los fundamentos de lo real. Cualquier otra forma de pensar la filosofía que escape a eso va a ser en principio una filosofía outsider, que por suerte se fue nutriendo muchísimo de perspectivas así, sobre todo cuestionando ese método. Hay una especie de idolatría a la racionalidad como si expresara la condición humana que fue de algún modo deconstruyéndose. O que la racionalidad es patriarcal, porque el que posee la mayor capacidad de acceso racional es el varón. Y te das cuenta leyendo a Nietzsche, a Foucault, que esa racionalidad es un construcción, que el sujeto está sujetado por fuerzas que intentan hacer de nuestra racionalidad nuestra naturaleza, cuando detrás de la manera que tenemos de pensar hay intereses, y no es la única manera de pensar, etcétera.

—¿La filosofía fuera del canon entonces es posible?

—La carrera supone una cantidad de libros que hay que leer y de problemas que tenés que trabajar pero después lo que hay es un lenguaje. Imaginate dos personas discutiendo acerca del amor. En la medida en la que entran en una zona semántica donde abordan la cuestión del amor, desde un lugar más irreverente, tratando de entender qué se juega detrás, cuestionando las formas de amor establecidas, animándose a pelearse con sus propios principios, pero ahondando en cuestiones que no están a la vista. No el "¿Te copa él o no?”. Si no la pregunta sobre el porqué, ¿qué significa que alguien te cope? Llevar esas prácticas cotidianas a la exacerbación radical de sus fundamentos: ahí hacés filosofía. Si querés podés decir que estás teniendo una discusión existencial. Para mí eso alcanza para decir ahí hay un acontecimiento filosófico. También está el caso inverso, como cualquiera puede hacer filosofía están los que dicen "soy filósofo porque pienso sobre la libertad”. Y ahí pienso: "¡Chanta, andá a estudiar!". Es relacional el tema, es siempre casuístico. Depende. En términos canónicos tenés que cumplir con ciertos requisitos, ciertas lecturas.

—¿La obra puede ser audiovisual o para ser respetado tenés que escribir un libro? 

—Mis programas de televisión fueron los que me han dado la posibilidad de desplegar lo que hago en términos masivos. Sin embargo, nunca me pasó en términos de legitimidad pública lo que me pasó con el libro. El libro tiene todavía otro prestigio, porque todavía se piensa que un producto audiovisual es efímero. Y el libro tiene materialmente cierta estabilidad. Para mí es una boludez.

—¿Viste Merlí?

—Todo lo que ayude a sacar la filosofía del claustro, masificarla, democratizarla y popularizarla me parece buenísimo. Me interesa mucho el personaje, que sea filosofía, me interesa incluso cómo están trabajados los contenidos filosóficos. Después uno podría hacer más un crítica televisiva. Si está buena la ficción. No usaría en el aula un capítulo de Merlí para dar Aristóteles. Me queda corto. Pero me parece inspirador. Hoy los contenidos filosóficos también están de moda. Y me parece bien. La diversificación es representación de lo que somos. Me dan más miedo las totalizaciones.

—¿Hay personajes públicos que sin dedicarse a la filosofía tengan procedimientos filosóficos, cierta retórica?

—Bielsa. O Sabella, para elegir uno un poco más del palo. Cada uno en su estilo salen del cassette. Salir del cassette es la actitud primaria de la filosofía, que es cuestionar el sentido común hegemónico de lo que sea. Cuando ves que en el fútbol alguien sale del cassette. Y no salir y usar otro cassette. Está el cassette de los progres que cuestionan el cassette del mainstream. Es lo mismo. El que se permite estar saliéndose. La filosofía para mí es un acto de escape, no un acto de encuentro. Hay personajes, pocos, que aparecen en el fútbol, en el espectáculo, en la política que hacen eso.

—Una vez te escuché desarrollar el concepto de adultocracia, ¿puede ser?

—El adultocentrismo. Cratos es poder, así que la adultocracia sería el poder el adulto, que impone su poder como lógica única, que es lo mismo en algún punto. Me interesa siempre trabajar sobre quiénes son los grandes excluidos de lo micro. Los grandes excluidos de la historia ya los tenemos. Me interesan esos pequeños lugares donde uno no visualiza la exclusión. Los chicos están puestos, en algún lugar, ligados a la carencia. La instalación de los chicos como seres carentes. Infancia, por ejemplo, significa "carente de voz”. Alumno, el que tiene ausencia de luz. Todo ese universo está apagado. No se oye. Se arma una trama de significantes. La ausencia de luz, de voz; el negro, la ausencia de color; la mujer, construida también como un ser carente. Y todo eso lo que justifica son las jerarquías. Construye un sentido común con incluidos y excluidos. Con vencedores y vencidos. Y lo naturaliza como si fuera algo normal. El adultocentrismo para mí lo que marca es que hay una única edad en la que el ser humano logra su realización del mejor modo posible. ¿Por qué un tipo de 50 años tiene una mayor realización que una piba de 20 o un pendejo de 6? Y ni hablar los grandes caídos de la cultura productivista que son los viejos. Pero nadie vería como excluido a un niño.

—Y por otro lado está el fenómeno de los kidult, el síndrome de Peter Pan, los que no quieren vivir todas su vida en una permanente adolescencia.

—Ser joven es estar todo el tiempo proyectando, podés tener 70 años y te levantás a la mañana pero estás pensando en proyectar cosas para los próximos años, para mí sos joven. La juventud para mí es tener objetivos de reinvención, de transformación de lo establecido. Eso escapa a las edades. También hay un plano fisiológico que determina formatos corporales. Hay que cuidarse del usufructo de la juvenilización como forma de promoción de consumos, porque detrás de un joven eterno está la lógica del descarte. El joven no tiene relación de fidelidad con el consumo. Que si eso lo llevás hasta los 70 años, desde el punto de vista del capitalismo, hay una circulación mayor en el mercado. También hay una intención de llevar la lógica joven para toda la vida porque eso también produce una mayor expansión del capital.

—Lenguaje inclusivo, ¿qué opinás?

—Me encanta. Me parece una forma de resistencia importante. Pone el dedo en el lugar indicado porque el lenguaje construye sentido. Lo veo más como esas marcas reactivas, molestas. Entiendo que genere molestias. Y ese costo es el costo que nos hace entender que hay algo que no cierra. No sé si en algún momento el lenguaje inclusivo logre plasmarse como nueva gramática. Tal vez su destino es ser una molestia, y quedarse en el plano contestatario. Reivindicar que el lenguaje es una de las formas de ejercicio de poder y ponerlo en duda. Cuando algo molesta mucho evidencia un malestar. Por eso molesta tanto el feminismo también.

—¿Qué significa el abrazo Silvia Lospennato-Lucila De Ponti? ¿Es el feminismo un movimiento político absolutamente novedoso?

—Si el abrazo Lospennato-De Ponti en vez de leerlo desde el cassette de la política tradicional lo leés desde la revuelta feminista es otra cosa. ¿Por qué suena raro ese abrazo? Porque se lee desde la grieta partidaria. Para todos aquellos que creemos que la política tradicional está en crisis, y que hay que refundarla, ese abrazo es el inicio de otra cosa. Desde ahí no se lo puede visualizar como trucho o careta.

—Al día siguiente cada sector continúa con sus agendas programáticas.

—Para mí es similar, con sus diferencias, a la revuelta juvenil de los sesentas. La revuelta generacional poniendo el acento en el dislocamiento generacional no es muy diferente al dislocamiento de género. En los ‘60s una generación visualiza que por ser joven no tiene los mismo derechos. Esas son las peleas políticas que a mí más me interesan. El feminismo puede terminar siendo lo que muchos esperamos que sea, que además de su pelea fundamental por la condición termine siendo la punta de lanza de un resquebrajamiento de la política tradicional, el avisoramiento de algo diferente. O puede terminar siendo copado por la política institucional. Nunca pasó en la Argentina la emergencia de un movimiento tan representativo de algo que vaya por otro lado. Después del 2015 parecía que el direccionamiento iba hacia la antipolítica y sobre todo hacia una crisis profunda del progresismo. La revuelta feminista reflota que ser de izquierda no está tan mal.

—Hay un discusión sobre qué debería ser el feminismo. Hay sectores liberales que se determinan sólo en la conquista de derechos individuales y otros que dicen que no hay feminismo sin justicia social.

—Si asociamos la izquierda a los fundamentos más clásicos del marxismo, no. Podés ser feminista liberal. El feminismo es básicamente una práctica deconstructiva. Y toda deconstrucción yo la asocio con la izquierda. La izquierda hoy puede contener la defensa de cierto fuero individual en la medida que esa individualidad también está deconstruyendo sentido común. Lo personal es político. Se hace política en el aula, en las redes, cuando garchás.

—También emergió el concepto de la sororidad.

—Hay algo fuerte. Estoy leyendo un libro de Jacques Derrida que se llama Políticas de la Amistad. Donde lo que analiza es el lugar de fraternidad como valor de la política. Nuestras democracias hacen de la fraternidad un valor fundamental porque se supone que entre aquellos que compartimos un territorio, un orden social o una comunidad, si nos tratáramos como hermanos nos trataríamos mejor. La fraternidad, dice, no deja de ser un concepto patriarcal. ¿Y las hermanas? La sororidad, sor significa hermana, es el anverso de la fraternidad. Es la fraternidad deconstruida. Es una, entre comillas, fraternidad de resistencia: una sororidad.

—Daniel Santoro, el pintor, me dijo en otra de las #EntreSelfies que la verdad que contiene el peronismo es poner al hombre por delante del capital, que persigue una lógica que no genera ganancias y que por lo tanto es intolerable.

—Santoro trabaja mucho la idea de socialización del goce. Y de algún modo es lo imperdonable del peronismo. Que el negro disfrute, que el negro comparta. En ese sentido el peronismo es la reivindicación del sujeto invisibilizado de la historia. Hay una voluntad de representación política de esos sujetos. El tema es qué hacer con esa representación. Por eso no creo que haya un peronismo. Hay peronismos. Pero lo que mancomuna a todos los peronismos es su vocación de representación de los sectores populares. El resto de los movimientos políticos argentinos, increíblemente, siempre han tenido, en sus diferentes formatos, problemas con lo popular. Incluso el progresismo, o sobre todo el progresismo. Porque los sectores conservadores tienen un rechazo hasta lógico, pero el progresismo, en el sentido amplio, se reivindica defensor de esas banderas y muchas veces termina incurriendo en su negación.

—Me gusta la frase "el peronismo es una sucesión de asados en la villa”.

—Yo soy más zurdo, mi definición sería "la gente que vivía en la villa ahora puede comer un asado en su departamento”.

—Pero vos sos muy de izquierda, demasiado.

—Como dijo el ministro de Educación, soy troskokirchnerista.



Cuestionario Flotante: Darío Sztajnszrajber

—¿Qué te olvidás de comprar cuando vas al supermercado?

—Escarbadientes. Los uso, se me rompen, los muerdo.

—Algo para recomendar que hayas visto recientemente en Netflix.

—Estoy muy copado con mis hijos viendo todas las series juveniles, tipo Jessie o Kikiwaka. Recomiendo eso filosóficamente hablando.

—¿Cuál es la ensalada ideal para acompañar un bife? 

—Soy muy de los chimichurris, yo haría una criollita, con cebolla fuerte. El bife tiene que sentirse con la cebolla ahí quebrándote bien el paladar.

—Emoji que más usás.

—??.

—Si tuvieras que elegir un personaje de Los Simpsons para naufragar en una isla desierta, ¿cuál elegirías?

—Homero en todo su despliegue, con la panza llena, eructando. Y dejando de pensar, básicamente.

—Músico o disco para recomendar en Spotify. 

—No escucho Spotify. Me gustan los solistas, las solistas, me gusta mucho María Pien, Loli Molina, darle lugar a las nuevas luminarias.

—¿Una mujer ideal? No podés elegir a tu novia.

—No creo en los ideales, imposible. Trato todo el tiempo de pelearme con las idealizaciones.

—¿Una torta o un tostado?

—Un tostado.

—El mayor famoso con el que estuviste cerca.

—Yo hice mi tesis sobre uno de los mayores filósofos vivos, que es Gianni Vattimo, que es como uno de los 10 filósofos más importantes. Estuve al lado de él y nada, lo abracé, dimos un seminario juntos. Pero el día que conocí a Sabella, o la Brujita, o al Chino Benítez... El fútbol me puede, me quedo con esos personajes.

—Tu puteada favorita.

—La reconcha de tu… algo.

—Offtopic: ¿Por qué Verón en vez de la 10 eligió la camiseta 11?

—Porque piensa en lo colectivo, el 11 es el número que representa la totalidad de un colectivo. Y no la preponderancia del individualismo neoliberal en el fútbol que es pensar en términos de figuras únicas.