Latinoamérica, la región más desigual del planeta, es noticia por conflictos de diferente tipo. A los estallidos sociales en Chile y Ecuador, se suman crisis políticas en Perú y sospechas sobre el proceso electoral en Bolivia. Semanas intensas en el vecindario, las cuales imponen elementos para pensar en clave argentina, a las puertas de las elecciones.

Las imágenes de Ecuador y Chile nos recuerdan a nuestros propios estallidos sociales. La resistencia al ajuste del FMI en el primero y la rebelión de una sociedad que reclama los beneficios y equidades correspondientes a niveles de ingreso del desarrollo en el segundo, dan cuenta del agotamiento de la población.

Quedó marcado un límite a los gobiernos de centro derecha regionales de lo que es tolerable para sociedades que conjugan grandes masas de pobres con clases medias que se parecen más al ideario del ciudadano global, que al actor local del siglo xx.

Las imágenes de Ecuador y Chile nos recuerdan a nuestros propios estallidos sociales.

No son los 30 pesos de aumento en el subterráneo, ni medidas en sí que caen antipáticas. Es la resistencia a que se respeten umbrales mínimos de igualdad. Ningún líder puede hacerse el distraído; las urgencias imponen que la gente debe estar adentro del sistema y la tolerancia es baja.

En este marco se destaca el proceso argentino. A diferencia de lo que vemos en la región, la crisis que arrastramos desde abril de 2018, sus bases estructurales y las alternativas fallidas de solución, se está procesando y canalizando de forma democrática y pacífica.

Si bien hubo focos de resistencia social, como las manifestaciones contra las reformas previsional, tributaria y laboral (hoy aun sin tratamiento), la respuesta al ajuste se dio en las urnas.

La crisis que arrastramos desde abril de 2018 se está procesando y canalizando de forma democrática.

Los 18 puntos de diferencia entre el Frente de Todos y el macrismo en las PASO son la consecuencia de la crisis en una economía real pauperizada. Resta esperar a este domingo para saber si se confirma el mensaje en los comicios.

La opción que se imponga y le toque gobernar debe atender con urgencia el deterioro de las condiciones económicas y sociales. El incremento de la pobreza y la desocupación, la perdida de empleos de calidad y el aumento de la desigualdad son una pesada herencia de cara al período que se abre. Y, como se ve en la región, la paciencia es un bien escaso.

Será fundamental la conducción política de la crisis. Para desarrollar esta idea primero debemos explicar la vigente restricción fiscal; no hay plata ni capacidad de endeudamiento. Como explica el ITE en un informe publicado esta semana, el macrismo cerraría su mandato fracasando en lo que fue su nave insignia: la meta fiscal.

Si descontamos los ingresos extraordinarios declarados en el informe fiscal para los primeros meses del año, el informado superávit de $22.800 millones se convierte en un déficit de $72.200 millones (la meta del FMI era déficit de $2.400 millones).

El macrismo cerraría su mandato fracasando en lo que fue su nave insignia: la meta fiscal.

El ITE espera que el 2019 cierre con un déficit de 0,8% del PBI. Y para 2020 se observa un escenario base de un déficit primario de 1,6% del PBI. Esto en base a un gasto que no crecería e ingresos que caerán 4% en función de la activación de elementos de la reforma tributaria de 2017.

Si se considera que el compromiso con el FMI es lograr un superávit de 1% del PBI, para lograrlo debería hacerse un ajuste mayor que no es políticamente viable. Esto es parte de lo que deberá ser discutido con el FMI.

Tomando en cuenta estas restricciones será vital una conducción política. Es condición necesaria, más no suficiente, el llamado a un acuerdo económico y social con fuerte peso en los primeros 180 días de gobierno.

Este acuerdo requiere actores comprometidos, que vayan con vocación de ceder cosas en una mesa de negociación en función de empezar a recuperar los ingresos reales en 2020. Es una tarea difícil, que implica equilibrios frágiles. Lo que se necesita es política arriba de la mesa.