Siempre dispuesto a ponerme a escribir mi columna quincenal, terminé haciendo con la escritura lo mismo que aconsejé a quien me preguntara qué hacer con sus ahorros en estas dos semanas de turbulencias: esperar a que se calmaran las aguas antes de hacer un diagnóstico, antes de adoptar una posición y tomar decisiones apresuradas. A los ahorristas que no buscaran hacer plata con la volatilidad, sino más bien proteger su dinero: pisar la pelota (dolarizados, en lo posible, pero pagando lo menos posible por ese dólar en un mercado convulsionado).

Es que el jueves de la semana pasada inició con una salida de fondos de inversión grandes que enseguida movieron la aguja en un mercado financiero tan pequeño como el nuestro. Deshicieron sus posiciones en pesos y demandaron dólares para tomárselas. Esto le pegó al precio del dólar y enseguida cundió un pánico que alcanzó a los pequeños ahorristas. El Gobierno, buscando evitar que la sangría fuera mayor pero ya no disponiendo de un mercado capaz de prestarle bajo las condiciones que lo venía haciendo, producto de la suba de tasas en USA, recurre al FMI para garantizarse disponer de los dólares necesarios para sostener el valor del peso.

Tiene un costo político alto, por supuesto. No tenemos los mejores recuerdos del Fondo. Pero como con toda relación de a dos, cuando las cosas salen mal la culpa nunca es de uno solo. El FMI hoy nos ofrece disponer de dólares a una tasa alrededor de un 50% menor a la que lo haría cualquier otro acreedor. ¿Cómo terminará esta nueva relación con el FMI? Dependerá del camino que defina nuestro equipo económico y si tiene la decisión y apoyo político necesario para diseñar un programa económico consistente y sostenible. Si como sociedad no nos decidimos a embarcarnos en reformas estructurales que sienten las bases para un crecimiento sólido en lugar de seguir a los ponchazos, la participación del FMI va a volver a terminar mal.

"Si como sociedad no nos decidimos a embarcarnos en reformas estructurales, la participación del FMI va a volver a terminar mal"

¿Por qué se fueron los fondos que se fueron? Porque esos fondos van donde puedan conseguir mejores retornos. Y no se los puede culpar por ello. En algún momento, la idea del cambio en Argentina los sedujo. Pero llegó el día que intuyeron que ese cambio tenía más de promesas que de realidades (al menos en el corto plazo) y concluyeron que los activos argentinos estaban más caros que lo que ellos pensaban que valían. Entonces los vendieron, y se fueron a algún otro lugar donde pudieran volver a buscar mejores retornos.

A todo esto, es necesario recordar lo pequeños que somos en el andamiaje financiero global. El ahorrista de afuera que invierte en nuestro país no sabe ni que existe Argentina, y lo hace exclusivamente a través de fondos con operatorias globales manejados por Fund Managers que con suerte capaz sepan de nosotros. Esos fondos distribuyen su portafolio en pequeñas cuotas de diferentes activos con buenos fundamentals, buenos precios, y opiniones favorables de los analistas que los siguen, y les ponen unos mangos sin saber dónde lo hacen. Quizás no sean muchos mangos para el tamaño de los fondos de que se trata, pero son significativos para un mercado tan chico como el nuestro.

Con las promesas más fuertes que las realidades, los fundamentals empeoraron. Los precios inicialmente driveados por la confianza que generaban esas promesas alcanzaron valores más de salida que de entrada. Mientras, los analistas modificaban sus perspectivas de corto plazo. Para colmo, los activos más seguros del mundo están cada vez a mejores precios. Esos fondos hicieron lo que hacen en estos casos. Se fueron con la música a otra parte.

No me parece que estemos frente a una situación de no retorno. No creo que la cosa esté tan convulsionada como la percibe el ciudadano de a pie. Las principales calificadoras de riesgo no encendieron ante estos últimos sucesos una señal de alarma adicional. Es decir, su percepción del riesgo argentino sigue siendo la misma que era el miércoles pasado. No hay motivos macro que hagan pensar que vayamos directo al precipicio. Salvo que a la gente común se la convenza de ello, es decir, que no se consiga revertir esta crisis de expectativas.

Las principales calificadoras de riesgo no encendieron ante estos últimos sucesos una señal de alarma adicional.

Ya dije en una columna anterior que creo que nuestra relación con el dólar sería mejor si no sobredimensionáramos su importancia, y así las fluctuaciones del tipo de cambio dejarían de convertirse en crisis de confianza. Sí estoy convencido de que el mercado nos está dando una muy fuerte lección. Hacienda debe tomar nota de que se necesitan señales fuertes y convincentes. Que las promesas deben dar paso a la realidad. Que no es momento para manotazos de ahogado sino para un programa decidido con un rumbo claro y definido. Que es imprescindible restablecer la confianza (primero hacia adentro), pero que además dé señales económicas, para superar este escenario de volatilidad lo antes posible y con el menor impacto social, son también necesarios gestos políticos y, para eso, debemos apelar a la grandeza de todos los actores sociales importantes.