En octubre de 2016 los medios de comunicación españoles se hicieron eco de una noticia que había generado revuelo en los colegios: un colectivo feminista había firmado una solicitada en donde reclamaba la eliminación de la pollera en los uniformes escolares. Con el título “¿Falda o pantalón escolar? Una historia de discriminación que no cesa”, las agrupaciones afirmaban que diferenciar entre falda y pantalón según el sexo es una decisión que se basa en “los papeles que tradicionalmente han sido atribuidos a uno y otro sexo, y que según las costumbres y usos sociales coloca a las mujeres y niñas en posición desigual con respecto a los hombres y niños”.

Hace pocos días, exactamente dos años después del reclamo español, en los diarios nacionales circuló la noticia de que un colegio católico de Pilar decidió eliminar la pollera como prenda femenina del uniforme para unificar la vestimenta de todos los alumnos del colegio, sin distinción de sexo. La crítica feminista se abalanzó sobre la decisión de la escuela cuando circuló el rumor de que la medida era un intento por deserotizar la pollera en las adolescentes, según lo informado por las autoridades del establecimiento, afirmando que es una prenda provocadora que genera “tentaciones”. 

Pollera corta: erotización de la apariencia

Fuente: Diario Hoy.

No es la primera vez que, sobre un mismo tópico que genera controversias, las posiciones feministas se ubiquen en veredas opuestas. La moda y la belleza suele pelear batallas de este tipo porque no hay una síntesis entre los dos caminos ideológicos en disputa: la que afirma que la erotización de las apariencias es una forma de ofrenda al sexo opuesto, y la que reivindica el derecho a la femineidad a través de una valorización de las diferencias. 

La pregunta que articula estas ideas es la siguiente: ¿Cómo explicamos que la noticia de la nueva reglamentación del colegio de Pilar haya sido compartida en redes sociales por Marcelo Tinelli con la leyenda “Vergonzoso!!!”? ¿Qué lectura podemos hacer de la indignación del conductor que cortó polleras durante años en su programa de televisión?

Si retrocedemos algunos años, llegamos fácilmente a una serie de hitos de la moda que acompañaron los movimientos feministas. Entre la revolución que generó Coco Chanel y la universalización del jean como prenda femenina, Mary Quant, la creadora de la minifalda, fue una de las diseñadoras que más contribuyó a la liberación femenina. En un contexto social y político en donde los jóvenes buscaban diferenciarse de los adultos, la minifalda en las calles funcionó como un gesto revolucionario de la generación reprimida de la posguerra que deseaba romper con el conservadurismo de la época. Como todos los cambios de paradigmas en la moda, no surgió a partir de un consenso social, sino que se inició como una explosión y significó una declaración política: los jóvenes se auto adjudicaron el poder del goce.

En la actualidad, al reivindicar la pollera como un símbolo heredado de la emancipación femenina, cierto espectro del movimiento feminista está revalorizando el derecho a la femineidad. El emblema de la diferenciación, que primero fue impuesto, se convierte ahora en un arma de resistencia. Como cuando Serena Williams se vistió de mujer obediente para desafiar la prohibición del reglamento de Roland Garros que le impedía jugar con una monoprenda debido a las complicaciones físicas que le dejó el nacimiento de su hija. O cuando las mujeres marchan en las calles bajo consignas feministas, cada 8 de marzo o en la vigilia que se realizó por la votación de la ley de IVE, y hacen del maquillaje de purpurina y el esmalte de uñas en la tonalidad de la consigna un “statement” decorativo para comunicar una idea política.  

Pollera corta: erotización de la apariencia

Fuente: Inmortal.

La resistencia al argumento del colegio religioso de Pilar no puede dejar de leerse en el contexto de envalentonamiento que los sectores de la iglesia vienen desplegando después del fracaso de la ley de despenalización del aborto. Desde que el tema está en la agenda pública, los partidarios de la prohibición de la ley no solo premian en ceremonias secretas a los legisladores que votaron en contra, sino que se animan a interceder en abortos autorizados por la ley, batallas que antes del debate público no se tomaban la molestia de dar. 

El feminismo y la moda mantienen una larga relación de amores y odios. A lo largo de la historia se han separado para retomar su conflictiva historia de potencialidades mutuas. Las disputas que generan los cambios de paradigmas de la indumentaria nunca están exentas de temores sociales y fantasmas sexuales que se expresan a través de este tipo de reticencias y prohibiciones. Por eso, no podemos dejar de mencionar un dato curioso de la historia: Coco Chanel, responsable de la liberación femenina en la moda posterior de la primera guerra mundial, criticaba la minifalda. A la mujer que había impulsado la masculinización del vestuario femenino, la minifalda le parecía horrible, anécdota que colabora en el histórico relato de controversias dentro del feminismo que oscila entre considerar al pantalón o a la pollera como prendas emblemáticas de la libertad de la mujer. 

Al parecer, en un contexto en donde las identidades se configuran de manera mucho más compleja que en los sesenta, ambas prendas van a la final. Si la historia algo nos ha enseñado es que ninguna prenda impuesta, por más historia de emancipación que conlleve, puede ofrecer libertad.