Glovo, Gucci y Prada en una revista española: la glamourización de la precarización laboral
Una vez más, las redes sociales se encargaron de viralizar una noticia relacionada al tratamiento superfluo que muchas veces realizan los medios de moda en relación a problemáticas sociales y culturales de la sociedad. En esta oportunidad, la revista Glamour de España realizó una producción editorial denominada “El tour es tuyo”, en donde exhibía a una joven y bella modelo con prendas de Gucci y Prada que oscilan entre los 500 y 1000 euros, acompañada por bicicleta, casco y la clásica mochila amarilla de la empresa de reparto Glovo, emblema de la precarización laboral de la denominada "economía de plataformas".
Las producciones de moda funcionan como vehículo estético para las fantasías de la sociedad. En ese sentido, presentar como “glamoroso” un trabajo que requiere de infinitas horas de esfuerzo físico, condiciones laborales paupérrimas y honorarios bajos por servicio prestado, parece de todo menos ingenua.
A esto se suma la relación forzada de un trabajo flexibilizado con la relación de accesibilidad hacia la costosa ropa que producen firmas de primera fama mundial como Gucci o Prada. Y, por último, la supuesta democratización de un servicio que hace la vista gorda hacia las condiciones de posibilidad, y que se presenta como perfectamente funcional para jóvenes y bellas mujeres en busca de un trabajo con horarios flexibles.
La industria de la moda ofrece el siguiente contexto: la ropa “de la calle” es tendencia. Con “tendencia”, nos referimos a que es deseable en este momento de la historia. Las marcas internacionales que actualmente están mejor posicionadas en materia de ventas son las que representan la estética streetwear, es decir, las que toman inspiración del espacio urbano, de las tribus que construyen sus identidades colectivas en la calle, como los skaters y los freestylers, y de los trabajadores del ámbito urbano, como los obreros de la construcción o los conductores de transporte público. La ropa que es tendencia en la actualidad incorpora el neón de la señalización, el blanco y negro de las sendas peatonales, el material de las vallas de seguridad, las monoprendas de trabajo, la holgadez y la comodidad del que necesita su cuerpo para ganarse el pan.
Esos anhelos por el estereotipo del trabajador fueron recuperados hace poco años por marcas como Vetements, Balenciaga, Off-White y Gosha Rubchinskiy, que explotaron en los rankings de ventas al saber interpretar las fantasías estéticas de las nuevas generaciones.
¿Es posible que los jóvenes necesiten anclar sus fantasías en el estereotipo clásico del trabajador en relación de dependencia?
Los nuevos formatos laborales, que se presentan con la ventaja de la disposición personal del tiempo y la tentadora flexibilidad horaria, se contraponen a la histórica fábrica, ese espacio de producción que es un lugar de explotación pero también un sitio de encuentro físico que posibilita las proyecciones políticas. La atomización precarizada que empuja a la calle a millones de centennials con la promesa de libertad expresa el pasaje de la reclusión a la dispersión: si la fábrica está en todas partes, ya no hay una puerta por la que salir.
Como afirma Hito Steyerl en Los condenados de la pantalla: la incorporación del arte en la vida fue hace tiempo un proyecto político, pero la incorporación de la vida en el arte es ahora un proyecto estético coincidente con una estetización total de la política.
Tal vez esa sea una de las razones por las cuales las revistas de moda, que tienden a vampirizar mejor que ningún otro producto cultural las angustias sociales, se ven impelidas a embellecer la incesante productividad del capitalismo