El "pecado fashionista" de Lavagna que puede costarle caro
Una vez más las redes sociales hicieron viral una noticia relacionada a la moda para despuntar el vicio de generación de memes y bromas ocurrentes. En este caso, la "víctima” fue nada menos que el economista Roberto Lavagna, quien se mostró junto a Miguel Ángel Pichetto en Cariló mientras disfrutaba de unos días de vacaciones.
El atuendo que el político lució en la reunión -camisa de manga corta, bermuda y ojotas con medias de toalla- no se aleja demasiado de las elecciones que podría hacer cualquier señor de 76 años para transitar su descanso estival, para ir al supermercado o para jugar a las bochas con los amigos del club.
Pero en el caso de un hombre de la política, la elección resulta no menos que polémica por la importancia de la comunicación "no dicha" que, se sabe, tienen siempre en cuenta los que se dedican a esta actividad.
Podríamos preguntarnos ¿a quién le importa la falta de estilo? Si nos guiamos por las repercusiones en redes, podríamos afirmar que a mucha gente. Principalmente porque su atuendo fue caracterizado como "ridículo”, y ningún político quiere mostrarse como una persona ridícula, mucho menos cuando tiene intenciones electorales.
Cuando una persona del mundo del espectáculo rompe un código de etiqueta -podríamos pensar en Sharon Stone y su remera blanca en la premiación de los Oscars de 1998- generalmente lo hace de forma consciente para lograr un objetivo. En el caso de una personalidad ajena al mundo de la moda pero que "vende algo”, su aparición pública con un atuendo de "abuelo” le hizo pagar el precio.
El traje -indumentaria clásica de los hombres que ejercen "profesiones liberales”- es una coraza que protege de estos pasos en falso a los políticos. Todos y todas interpretamos el traje de una manera lineal: profesional, buena posición económica, seriedad.
La historiadora de moda Valerie Steele, en su libro Fashion Theory, relata cómo detectó que los académicos estadounidenses eran la franja ocupacional peor vestida del país, y decidió entender por qué.
En los círculos académicos la ropa se percibe como algo material, en contraposición a lo intelectual, y son personas que -por acción u omisión- refuerzan la separación tajante entre la actividad de la mente y la del cuerpo.
"Lo anticuado es seguro y serio; vestirse mal, uno de los últimos recursos que conservan los académicos para proyectar la ilusión de intelectualidad”, explica uno de los docentes entrevistados por Steele.
Esta desidia en el vestir del ámbito académico estadounidense -trasladable al sector político nacional cuando están fuera del radar de sus asesores, como ocurre en el período de vacaciones- tiene antecedentes anglicanos, cuyos evangelios afirmaban que para un caballero de alcurnia un buen saco de tweed dura para siempre.
Los hijos de inmigrantes rusos, polacos, irlandeses e italianos no han hecho más que exportar esa estética de párroco rural de la iglesia anglicana a su trabajo docente, tomando los elementos del vestuario desde una mirada puramente instrumental.
Entre las bromas que más circularon por las redes se encontraba el paralelismo de Roberto Lavagna con fotos de personalidades mundialmente conocidas como Justin Bieber, Kanye West o David Beckham.
Los paparazzis los capturaron infinidad de veces luciendo la combinación de medias con ojotas tipo slides, enmarcados en la tendencia "dadcore” que pretende recuperar la forma de vestir anodina y despreocupada de nuestros padres y abuelos pero mezclada con algunos elementos de tendencia.
El "pecado” de Lavagna será prontamente olvidado, como todo hype de las redes sociales, pero a modo de aprendizaje podemos concluir que muchas más personas de las que confiesan están pendientes y son capaces de analizar qué comunica la ropa del otro.