Cien años del nacimiento de Evita: la deconstrucción del poder de su imagen
Hoy se cumplen cien años del natalicio de Eva Perón, de su llegada al mundo en el seno de una familia rural e ilegítima, del comienzo de una vida tan breve como intensa que le valió un lugar privilegiado en el movimiento político más importante de la historia nacional.
María Eva Duarte de Perón, Evita, utilizó el lugar de privilegio que alcanzó para articular su trayectoria social y su capital cultural y, desde ahí, disputar el poder simbólico de la imagen a la clase alta. Esa imagen, conformada por elementos insignificantes pero potentes como el cabello rubio, el acceso a Dior, la colección de zapatos Ferragamo, los tapados de piel, le valió el desprecio constante de “las cogotudas”, como ella solía llamarlas, y estaba lejos de la frivolidad de la que se la acusa. Esa imagen fue un componente vital de la estrategia de transformación política y cultural del peronismo, un elemento clave para la construcción del concepto de mujer que sería representativo de la nueva Argentina que se estaba gestando.
La etapa posterior a la segunda guerra mundial coincidió con la campaña presidencial de Juan Domingo Perón y la edificación de la imagen del matrimonio reflejaba el concepto de la nueva Argentina. La figura de Eva Perón incomodaba no solo a la oligarquía local sino también a medios internacionales de renombre, como la revista Time, que le dedicaba artículos sobre su rol dominante sobre su esposo, la cantidad de dinero que gastaba en ropa y la cuestionable figura de mujer-macho que encarnaba. Ese mote, originalmente reservado para despreciar a las anarquistas y sufragistas, generalmente iba acompañado de imágenes que asociaban la falta de femineidad y la fealdad como causas de ese comportamiento desviado de la norma impuesta por el género. Se trataba de una descalificación exclusiva para las mujeres que participaban en política, que con la aparición de Eva Perón incorporaba a las mujeres casadas.
La etapa de la posguerra exigía un reordenamiento social que se había visto alterado, empujando a las mujeres a retomar el rol doméstico que se había visto pausado, algo que resultó dificultoso después de haber logrado una ampliación de su marco de acción.
En este sentido, la sesión de fotos que realiza Evita con Gisèle Freund para la revista Life en 1950 -que incluye la famosa foto en donde se la ve arreglando su cabello suelto frente al espejo- constituye un punto de ruptura en la construcción del estereotipo femenino. Se trataba de una figuraba activa, laboral y políticamente, pero que también cumplía con las expectativas de femineidad, que cuidaba de su aspecto, su imagen y su familia.
A pesar de la democratización que se había producido gracias a la revolución industrial, la moda continuaba representando las diferencias sociales. Por ese motivo, las elecciones fashionistas de Eva Perón se convirtieron rápidamente en una cuestión de Estado. El “saber vestir” contemplaba, no solamente el acceso a prendas de determinado precio y calidad, sino la decodificación de su modo de uso que incluía la posibilidad de lucirlo en los espacios propicios y rodearse con sujetos que supieran “leer” el significado de esa vestimenta. Este saber, propio de las clases dominantes, constituía un patrimonio simbólico que ponía en marcha la dinámica de la distinción. Más que algo que se adquiere es algo que se hereda, de ahí el fastidio con el que se referían a los gestos de apropiación cultural que osaba realizar Evita a través de su ropa.
En “Política de las apariencias” la socióloga Susana Saulquin menciona la importancia de la decisión estética que llevó a cabo Evo Morales, presidente de Bolivia, al convocar a Beatriz Canedo Patiño, una diseñadora de alta costura muy reconocida en su país, para que confeccione el vestuario de su asunción. Ella diseñó un traje clásico que incorpora el aguayo, el tejido boliviano icónico, plasmando la voluntad de reunir a todo el pueblo boliviano a través de la imagen, un gesto estratégico en una sociedad dividida.
La moda constituye una valiosa herramienta para identificar valores estéticos que generalmente se vinculan con la clase social. Al actuar como un registro sensible de las transformaciones sociales, provoca una correspondencia innegable con la política. Se trata de un signo representativo de la trayectoria social y cultural de cualquier ser humano y, como herramienta política, sigue más vigente que nunca.
La mujer elegante y coqueta pero militante y trabajadora representaba los derechos y virtudes propias de la nueva Argentina que el gobierno de Perón proponía. Con derecho al consumo y a las actividades por fuera del hogar, anclada en un proceso de modernización educativo, tecnológico, productivo y social.
La imagen de Eva representó la democratización de los espacios políticos, no solo para las clases sociales sino también para las mujeres de las clases populares y casadas. La imagen de Eva representó la integración y una ampliación de las oportunidades vitales para las mujeres modernas.