La alternancia, una virtud intermitente
"Cambiemos no cumplió en terminar con el kirchnerismo"
Margarita Stolbizer / abril del 2018
Los periodistas serios y analistas ídem nos explicaban que más allá de sus eventuales éxitos, cambiar de presidente luego de determinado tiempo aporta más beneficios que su continuidad. La alternancia evitaría la acumulación excesiva de poder en manos de una sola persona, limitando la discrecionalidad y posibilitando la virtuosa aparición de liderazgos alternativos.
Existen por supuesto diferencias entre democracias parlamentarias y presidencialistas, entre ejecutivos nacionales y regionales, pero para un cierto discurso conservador las ventajas de la alternancia parecían prevalecer por sobre las ventajas de la continuidad. Además de la extraña paradoja que significa exigir políticas de largo plazo a líderes cuyo accionar limitamos en el tiempo, lo notable es que sólo se busque beneficiar con esa virtud a nuestros jefes de Estado. En el resto de los ámbitos- académicos, jurídicos, artísticos, deportivos o corporativos- la experiencia y la continuidad suelen ser un valor en sí.
Ningún accionista en su sano juicio optaría por cambiar a un CEO exitoso siguiendo las mismas consignas que probablemente ese mismo accionista pide aplicar a la política. Sin embargo, la continuidad del CEO le hace correr el mismo riesgo, como accionista, que la continuidad del presidente le hace correr como ciudadano: el CEO tiene a mano recursos para sobrevalorar sus éxitos y ocultar sus errores, para permanecer en el poder, limitar los controles, aumentar su discrecionalidad o simplemente opacar liderazgos alternativos, que de tener una chance, quizás lograrían resultados aún mejores.
Sin embargo, luego de dos años de gobierno de Mauricio Macri, aquellos entusiastas de la alternancia nos explican hoy que, en realidad, los problemas del país son tan profundos que requieren de políticas de largo plazo y de liderazgos fuertes que las lleven adelante. La alternancia no sólo perdió su condición de pilar de la república sino que se transformó, según varios analistas serios, en un riesgo para la Argentina. Desde el oficialismo, algunas voces explican que la zozobra financiera de estas últimas semanas no sería culpa de la impericia del gobierno o de la falta de sustentabilidad de un modelo económico basado en el endeudamiento externo sino de la posibilidad de una victoria opositora en las próximas elecciones. Recordemos, como lamentó Margarita Stolbizer, que el oficialismo no consiguió ni siquiera terminar con el kirchnerismo.
Iván Petrella, ex secretario de Integración Federal y Cooperación Internacional del Ministerio de Cultura y antiguo entusiasta de la alternancia, explicó por su lado que “la duda en el exterior es si las reformas necesarias del gobierno de Cambiemos son reversibles”.
Tal vez, Petrella tenga razón y haya llegado el momento de poner en duda no sólo la virtud de la alternancia sino los beneficios de la democracia electoral. En efecto, al permitir que la ciudadanía modifique periódicamente el rumbo político a través de su voto, ese sistema atenta contra las garantías de largo plazo que requiere la hasta ahora esquiva lluvia de inversiones.
Al parecer, debemos elegir entre seducir a los inversores o seguir votando. Otro asombro de una época asombrosa.