El desierto prometido
-Vuestros cadáveres caerán en este desierto
Números 14:32
En una entrevista asombrosa, el periodista Jorge Fernández Díaz le preguntó al cineasta Juan José Campanella qué le diría a Mauricio Macri. Campanella, un ciudadano atormentado por la corrupción pública devenido apasionado defensor del gobierno de los contratistas del Estado, prefirió declinar esa enorme responsabilidad explicando que “si acá ponés un comité de Pericles, Winston Churchill y Mahatma Gandhi, al mes te están pidiendo por favor que los saques porque esto es inmanejable”.
El entrevistado concluye, sin embargo, con una crítica y una epifanía bíblica: “¿Cómo no se ve venir que cualquier cosa que tenga que ver con las jubilaciones nos toca en el corazón? Ese tema hay que explicarlo minuciosamente. Es decir, si el camino es atravesar el desierto, necesitamos a Moisés que nos esté explicando las cosas, porque si no, hace mucho calor, no hay agua y entonces la gente se rebela.” El entrevistador, impulsado por ese satori místico, pregunta y a la vez se pregunta: “¿Macri no sabe ser ese Moisés?”.
Lo más asombroso no es que Macri supere a Pericles, Winston Churchill o Mahatma Gandhi o que haya pasado de ser el Konrad Adenauer argentino, de acuerdo a lo que escribió Marcos Aguinis, o el nuevo Mandela, como sugirió Luis Majul, a ser el segundo Moisés; sino que, según lo que nos explica un oficialista apasionado como Campanella, debamos prepararnos para atravesar el desierto durante los próximos 40 años.
En realidad, nuestro Moisés con offshores nos prometió algo diferente: que podíamos vivir mejor. Ese catastrófico error de diagnóstico no parece afectar el entusiasmo de uno de sus más fieles seguidores ya que, al parecer, los futuros venturosos de la Tierra Prometida requieren de los presentes calamitosos que depara este desierto sofocante; al menos para los sectores menos favorecidos de la población. Los más ricos ya llegaron hace rato al oasis prometido y disfrutan de la tierra de le leche y la miel sin que nuestros severos moralistas consideran que esas fortunas inmediatas, hechas de aumentos de tarifas, blanqueos fiscales, incremento de deuda y reducciones impositivas, tengan algún correlato en la pobreza que tanto los indigna.
Como Ramsés II, el faraón al que se enfrentó el primer Moisés, nuestro establishment ha conseguido imponer dos religiones: la suya, que establece la necesidad de ventajas inmediatas a cambio de promesas de inversiones, y la otra, para las clases media y baja, que estipula la virtud de los sacrificios inmediatos para, tal vez, obtener algún beneficio en un futuro incierto.
Como la curación por las gemas, es sólo cuestión de fe.