El avance del liberalismo llega a las urnas
La ebullición del liberalismo argentino a través de diversas figuras mediáticas está calando fuerte en las nuevas generaciones y esto va en consonancia con las recientes victorias electorales que se están dando en todo Occidente. Cada fenómeno está atado a las circunstancias de cada país y, por supuesto, difieren entre ellos.
Luego de las primarias, cuando Donald Trump peleaba mano a mano con Hillary Clinton, un conocido petrolero de Texas (increíblemente demócrata) me esbozó luego de varias cervezas “nos cagó Obama hablando en plena campaña de los baños especiales para los travestis, los workers quieren menos impuestos”. Y fue exactamente así. Trump los bajó y hoy tiene la imagen positiva mas alta de la historia después de 2 años de gobierno.
Trump no es el presidente de Estados Unidos, Trump es Estados Unidos. Cuando uno analiza cada uno de sus discursos semanales en cada estado del país se da cuenta que es un combo de liberalismo extremo con nacionalismo fuerte. Pero ser nacionalista en Estados Unidos no es igual que en otros lados. En Estados Unidos, dada la fundación, cultura y ley que compone el país sustentadas en el liberalismo, ser nacionalista es, sencillamente, ser liberal. Trump aplica "norteamericanismo" puro. Y funciona. Con récords históricos en cada uno de los índices que se puedan medir.
Jair Bolsonaro es otro ejemplo de liberalismo de derecha encontrando la senda de los votos. Brasil es un polvorín inviable donde se mezclan cientos de millones de pobres manejados por el narcotráfico en ciudades ricas donde “la hora pico” después de la oficina se da en el aire, con helicópteros. Ambas tribunas gobernadas hace mas de una década por comunistas, esencialmente corruptos, trepados y colgados de grandes compañías y armatostes estatales que operan como correo privado de sobres y valijas para todos, todas y todes.
Bolsonaro está bien en muchos sentidos. Su principal cualidad es reconocer que no sabe de economía para delegar el área a gente preparada para "aclimatar" el país a la economía mundial. Mientras, en lo político se enfocó en un solo problema: el orden. Ese "orden" como concepto viene denostado hace décadas por la izquierda -exactamente igual que en Argentina- que, ahora, no logra comprender cómo es que la derecha puede llegar a alcanzar el 70% de los votos este domingo. En ese 70% están incluidas todas las minorías que toda la prensa y la corporación política intentó victimizar.
Es probable que el lunes se pregunten por centésima vez cómo un homosexual pudo votar a alguien que admitió su desagrado hacia ellos. Capaz que la prensa y la izquierda creen que aquel homosexual no vive los mismos problemas de inseguridad que un heterosexual. O que le da lo mismo que los comunistas corruptos desvalijen un país entero y se roben su futuro. Puede también que la homofobia sea peor cuando está encubierta que cuando se sinceriza y se rebaja a una cuestión de mero "gusto" sin tanta filosofía profunda y solemne.
Y entonces, Argentina. Hay un margen de un 60% de votos que quieren que los gobierne alguien que les de seguridad, que los deje vivir tranquilos y que les baje los impuestos. Del 40% restante, la mitad está afuera del sistema, sin lograr comprender una mera estadística, resultado, dato, mejora ni slogan. Y la otra mitad de ese 40% son: twitteros de Palermo Hollywood, micro militantes del subte, actores, periodistas, influencers, un centenar de legisladores nacionales, estudiantes de centro de estudiantes, viejos comunistas, ex funcionarios kirchneristas, el radicalismo entero, mafiosos de las cámaras comerciales, mafiosos de los sindicatos y estudiantes de universidad privada que quiere militar en el PRO.
Ese 20% del país es victima de un micromundo intenso que resultó de un procesamiento intelectual en cada una de esas cabezas. Pero no deja de ser un porcentaje bajísimo de gente, en comparación con la oposición que tiene Trump o la que va a tener Bolsonaro. Además, es un porcentaje que engloba sujetos cobardes, emocionales y, sobre todas las cosas, comprables.
Esta minoría intensa que hace 70 años tira al tacho el país es el freno vigente para que nazca un Trump o un Bolsonaro que rescate a Argentina de remar en dulce de leche sin azúcar. Los Espert, los Olmedo o incluso los Pichetto pueden encontrarse con una avalancha de votos que están desesperados por entrar en las urnas. La condición que les exigen a cambio es simple: que se emancipen de las ataduras de la minoría canchera de la gran ciudad y propongan lo que el 60% -o más- de los argentinos quieren ver en acción: doctrina Bullrich en seguridad (orden) y rebaja extraordinaria de impuestos (capitalismo). El resto ya pasó de moda hace rato.