Gran controversia se generó en torno al ahora futuro Presidente brasilero. Controversia que excede el propósito de esta reseña.

Desde mi punto de vista (y seguramente por deformación profesional), lo más interesante que trae consigo la elección de Bolsonaro, es una promesa de reforma tributaria en Brasil que ex-ante parece pretender ser profunda (en oposición a la realizada por el gobierno argentino que tuvo mucho más de marketing que de reforma).

Y es que al menos desde lo que ocurrió en el plano dialéctico, las promesas de reforma fiscal llevadas a cabo por Bolsonaro pueden tener un fuerte impacto en el paradigma tributario de la región que (dicho sea de paso) va en contramano al del mundo desarrollado.

Los gobiernos latinoamericanos suelen desconocer que gran parte (la mayor parte, seguramente) de la creación de la riqueza proviene de emprendimientos privados. Los países desarrollados compiten por atraer capitales y mejorar el clima de negocios, y lo hacen entre otras cosas a través de alícuotas (al menos en lo que refiere a la imposición a la renta y a la riqueza) decrecientes. Es decir, así como un kiosco puede competir con el de enfrente teniendo más barato el Guaymallén, un país compite contra otro para seducir capitales a través de ofrecer menores tasas de impuesto a las ganancias. 

Lógicamente que existen mecanismos extendidos para evitar la evasión y buscar que las empresas paguen en cada jurisdicción lo que corresponde; y a esos mecanismos adhirió Argentina. No obstante, en el mundo desarrollado la interacción fisco-contribuyente es muchísimo más amena: de comunicación, colaboración y retroalimentación, en lugar del retrógrado juego del poliladrón que jugamos en Argentina (y que me consta que desde la misma AFIP se pretende cambiar).

Pues bien, mientras en países desarrollados la tasa de impuestos a la renta ha decrecido sostenidamente para atraer capitales y también para incentivar el emprendedorismo local, en los países de América Latina las alícuotas han permanecido llamativamente altas, bajo una premisa para mí equivocada de que ello es positivo para la recaudación, ignorando el efecto multiplicador que podría tener disminuirlas.

Explico esto con un ejemplo burdo. Si bajar la tasa de 35% a, digamos, 25% posibilita que mi economía de una sola empresa con ganancia imponible por $ 1.000 pase a tener dos con ganancias imponibles de, por ejemplo, $ 800, el fisco pasaría a recaudar alrededor de un 15% más con una tasa menor. Este simple ejemplo puede tranquilamente ser extrapolado a un país entero.

Bolsonaro habló de:

•    Reducir la alícuota de impuesto a las ganancias corporativo del 34% actual al 15%;

•    Limitar la tasa de impuesto a las ganancias a las personas físicas al 20% (actualmente del 27.5%);

•    Adherir a los lineamientos de la OCDE para establecer márgenes de mercado para las empresas operando en Brasil, en lugar de la ganancia mínima actual y arbitraria pretendida para las empresas locales, que desincentiva fuertemente la inversión en suelo brasilero.

Brasil es nuestro principal socio, pero también un fuerte rival para la localización de inversiones; y cuentan con respecto a nosotros sendas ventajas competitivas, entre las que podemos reconocer un mercado exponencialmente mayor y menores costos laborales. Ahora, Bolsonaro puede llegar a sumar una nueva ventaja para los brasileros y es un ambiente tributario mucho más amigable y con menos desincentivos, en línea con lo que están haciendo los países principales.

Para permanecer competitiva, Argentina deberá también mover alguna pieza. Quizás sea hora de encarar una reforma impositiva seria y profunda en un ambiente de negocios ya de por sí complicado