Las páginas ingratas del imperio Rocca, el humor de Macri y el jaque mate externo a la patria contratista
Don Agostino Rocca debe estar revolcándose en su tumba de Campana. El capitán de artillería que combatió en la Primera Guerra Mundial y fundó como ingeniero un imperio siderúrgico no podía concebir jamás que, 40 años después de su muerte, el nieto Paolo confesaría en el Hotel Sheraton que Techint aportó con coimas a la última versión del peronismo gobernante.
Huérfano a los 13 años a causa de un terremoto en el que perdió a sus padres y criado en un orfanato, el patriarca de los Rocca adhirió con entusiasmo al fascismo y llegó a tener una relación íntima con Benito Mussolini, en la que no faltaron audiencias privadas en el Palacio Venecia y rentables proyectos industriales en común. Su desembarco en el fin del mundo, en 1946, sentó las bases de una multinacional que hoy tiene más de 50.000 empleados y obtiene ganancias siderales. La jefatura, la disciplina y la capacidad de sobreponerse a la adversidad que exhibió en vida alimentan la leyenda empresarial y el orgullo de una familia con antepasados en Liguria. Sus escritos y su correspondencia rescatados en "El Desafío de Acero”, la biografía del pionero que el holding distribuye entre sus amigos en una cuidada edición, indican que no toleraba los errores de principiante.
La confesión de Paolo Rocca, el jueves último ante el auditorio de AEA, quedará en la historia ingrata de la compañía, como parte de un proceso de consecuencias impredecibles. Protegido por los intereses que representa y su capacidad de lobby inigualable, Techint está entre las empresas que más sufren por la letra fulminante del sargento Oscar Centeno. Aunque el heredero y principal accionista del Grupo culpe al kirchnerismo y se declare al margen del club de la obra pública corrompida, las que caen hoy son las acciones de la firma que le toca administrar. Peor aún, el gigante siderúrgico puede afrontar demandas en la SEC y en los tribunales americanos, una contingencia que puede ser de lo más nociva para sus negocios en Estados Unidos.
Con un pasado de contacto con las Brigadas Rojas y una relación ambigua con el kirchnerismo, el presidente de Techint intentó atenuar las complicaciones que generan dos de sus subordinados de máxima confianza implicados en los cuadernos: Luis Betnaza y Héctor Zabaleta. Está por verse si primaron las desprolijidades propias o una jugada de envergadura mayúscula para golpear a los emblemas locales del capitalismo de amigos. Pero algo está claro: desde el momento mismo en que estalló el caso, Betnaza admitió ante sus allegados que era probable que el Toyota Corolla de Centeno hubiera pasado por la sede del edificio principal de la empresa. Sabían que habían sido parte y estaba registrado.
Mientras la saga de la marroquinería se concentra en los soldados que reportaban a lo que fue el Frente para la Victoria y se redobla la presión sobre Miguel Angel Pichetto para que entregue a Cristina Kirchner, el tembladeral afecta a la patria contratista que nació durante el gobierno de Onganía con un Plan Vial Trienal en el que se destacaron Techint y Sade de Pérez Companc, más tarde Skanska.
Al lado de Mauricio Macri, se extingue la euforia inicial por la irrupción del Gloriagate que reponía en escena a la corrupción kirchnerista y ahora buscan maniobrar para reducir los daños de una ofensiva que desborda hacia las orillas más cercanas. La familia del Cardenal Newman que rodea al Presidente lo admite en sus conversaciones con empresarios. Existe una presión externa para que el Lava Jato argentino vaya hasta el hueso y no dude en cerrar incluso las cuentas bancarias de las compañías involucradas en el desfalco de los cuadernos. El mensaje a favor de la transparencia con origen en el Norte insiste en que hacen falta gestos contundentes para demostrar que la Argentina de Cambiemos es capaz de enterrar al pasado. Aunque eso implique poner en jaque la apuesta de las PPP que iban a compensar el ajuste en la obra pública y herir de muerte al club de contratistas que vio nacer al hijo de Franco. Aunque eso convierta al futuro en un enorme signo de interrogación.