La intimidad del último adiós a Débora Pérez Volpin
La Legislatura porteña está de luto. La televisión está de luto. Y muchos de los televidentes que solían despertarse con el “arriba los remolones de las 8” de Débora Pérez Volpin, también viven un duelo.
La sorpresiva muerte de la periodista y diputada es la noticia más dolorsa de la semana. ¿Es por su edad, por la causa o por su fama? Las tres pueden ser opciones correctas pero lo que se resaltaba hoy en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires era su bondad y vocación social. Hoy se velaron los restos de la diputada, que lamentablemente sólo pudo cumplir ese rol en una sesión.
Desde las 12 del mediodía, una multitud se juntó en la vereda de la avenida Julio Argentino Roca. La espera fue en fila, bajo la sombra calurosa y con muchas miradas perdidas. Reflexión e incomprensión. Eso reflejaban las caras de las más de 100 personas que aguardaban entrar. Mujeres, en su mayoría, y mayores de edad que se mezclaban con las numerosas cámaras expectantes en cubrir el triste evento de su colega. Sus portadores también son protagonistas de este momento y se secan las lágrimas tras el lente.
“Es inentendible”, “Pobre si tenía sólo 50 años”, “No se entiende mucho, son esas cosas que te ponen c**o para el norte”, escuchaban los peatones que circulaban por Microcentro. Un sentimiento compartido entre los que no la conocían personalmente y, sin embargo, la sentían cerca porque durante más de 10 años fue parte de su rutina.
Finalmente, una hora y media después del comienzo anunciado, se abrieron las apabullantes puertas de madera y se pudo ingresar al recinto. Una gran corona de flores blanca daba la bienvenida de parte del equipo de Arriba Argentinos, programa que Débora condujo durante nueve años.
En el Salón Presidente Juan D. Perón esperaban otras coronas, la familia y, su pareja, Enrique Sacco. El reconocido periodista deportivo de ESPN y marido de Débora saludaba a todos aquellos que se acercaran a despedir a su mujer. Amigos, colegas, votantes y seguidores que deseaban darle el pésame pudieron hacerlo directamente. Él, de cuerpo presente, parecía no estar lógicamente allí. Uno más con la mirada perdida y sosteniendo una situación inentendible.
En el medio de la sala, el féretro cerrado marcaba una realidad de lo que se estaba viviendo. Ahí dentro yace el cuerpo, pero ella no está más. Aquellos con creencias religiosas tienen la excusa lógica de que un ser superior decidió que era su momento de partir. Es un consuelo en estos momentos de profunda tristeza. Pero ningún consuelo reemplaza la pérdida.
Los hijos, los maridos, las amigas, colegas, todos estaban unidos por un mismo sentimiento que se respiraba en el ambiente. La incomprensión, el llanto y el dolor de pensar que esa sonrisa no va a estar más. No todo está perdido. Débora seguirá en ellos. En los televidentes, en sus votantes, los conocidos y los amigos. En ellos quedarán las anécdotas, los recuerdos, los sentimientos compartidos. Esos pequeños instantes de felicidad son los que nunca se perderán.