La evolución de la rebeldía y la muerte de la corrección política
El paradigma de la rebeldía ha tenido un cambio sustancial. Puede parecer un cambio menor a nivel macro, pero socialmente el viraje de la concepción de “qué es un rebelde” tiene una importancia notoria. Sobre todo, porque implica que las nuevas generaciones tienen una nueva idea sobre qué es la provocación, y qué poderes hay que incomodar al usarla. De ésta manera, muchos de los que solían ser “rebeldes” pasan a ser, sencillamente, imbéciles y su “provocación” se transforma en una flatulencia verbal de ideas desfasadas en tiempo y espacio.
Nací en 1987 y durante mi adolescencia y juventud busqué grupos de pertenencia, como se acostumbra, para sentirme menos alienígena. Fui un emo mansoneano con pretensiones de ocultismo, rollinga de La Mocosa en Parque Centenario, pseudopunkito de Flema, wannabe de barra brava en la Doble Visera, skater con remera de NOFX en Munro o alternativo de paso por Cemento. La idea de rebelde más hegemónica, al menos de muchos íconos/referentes de estos variados y distintos movimientos que fui conociendo desde adentro, era la de un hedonista antisistema desencantado con el futuro apocalíptico que se asomaba, que se autodestruía como forma de protesta.
En el medio de mi crecimiento adolescente explotó cierta primavera latinoamericana que revalorizó a la política y a quienes participaban en ella. La rebeldía anti-política del que se vayan todos quedó limitada a un segmento del pueblo que decidió permanecer en el analfabetismo político considerando que el rechazo per se podía dar algún fruto social, a pesar de que la misma realidad ya había demostrado que nada bueno podía salir de ese indignismo bobo.
Entonces, para un sector de la población al que pertenecía, referentes como Néstor Kirchner, Lula, Evo y Chávez, pasaron a traer un nuevo paradigma de rebeldía que ya no celebraba la oligofrenia individual de asociar la política con el robo y el sálvese quien pueda como forma de supervivencia. Este cuarteto popular, a lxs que estábamos en ese vereda de la sociedad, nos enseñó que existía otra manera de combatir al poder, desde el mismo poder.
Así, la rebeldía hegemónica, casi como movimiento unificado, pareció redefinir de forma autómata un nuevo enemigo íntimo. Era aquél que había manejado los tres poderes históricamente desde las sombras y siempre salía bien parado e impune: el poder económico, en complicidad con la prensa trajeada. Para combatirlo, quienes se encontraban, y mostraban activamente, disconformes con la realidad, empezaron a aferrarse a íconos políticos que los representaban con sus dichos y acciones. Este cambio de postura generalizado marcó el offside para esos viejos provocadores rebeldes que despotricaban contra la organización social, dejándolos así marginados y rencorosos por la espalda que ahora les daba la tribuna popular. En una rápida jugada, pasaron de voceros del sector disconforme con el funcionamiento del sistema a trillados anti-todo que se pronunciaban desde el ostracismo contra la política de masas.
El problema, específicamente el de los vejetes rebeldes despojados de su envestidura y apoyo coyuntural, se profundizó con las nuevas transformaciones que se incorporaron a la cosmovisión de la nueva rebelión. El ambientalismo, el anti-especismo (expresado mayoritariamente a través de las conductas veganas y ecologistas) y los feminismos, entraron en auge como contrapartida de un planeta contaminado y sobrecalentado, regido por un sistema patriarcal salvaje, injusto y desconsiderado.
De esta manera, la evolución del pensamiento y las formas de rebelarse contra aquello que no funciona y genera injusticias deja atrás ese lastre conformado por quienes no supieron actualizarse sobre los verdaderos males que nos oprimen.
Ese resabio de resentidos que se va formando, de personas que mayoritariamente proclaman que “hoy ya no se puede decir nada” y se autoperciben como “políticamente incorrectas” lo único que pretenden es la libertad para ofender al prójimo ante su falta de comprensión de los cambios que se han dado. Su conservadurismo empieza a reforzarse ante la resistencia que ejercen ante su opinión los disidentes que lo rodean, y se vuelven así reaccionarios que patalean ante el desarrollo de una realidad más saludable y sustentable.
Provocar no es necesariamente ofender, si no espadear con la punta de determinada creencia personal que interpele a quien pretendamos incomodar. Es un arte bastante elevado, sutil y erótico. Insultar es ir un paso bastante más allá y, siguiendo la metáfora, sería ya pornográfico. Al hacerlo, nada se oculta, ni siquiera las mismas intenciones de herir al prójimo en ese ataque verbal, que en el caso de la provocación es sólo una incitación indirecta a la reacción.
Vivimos hoy en un mundo que ha generado un caudal de información aplastante para las generaciones antecesoras que no crecieron acostumbradas a la tormenta comunicacional en la que vivimos inmersos. Por eso, muchos miembros de nuestras generaciones anteriores, al no haber crecido rodeados de nuevas formas digitales de informarse, son más lábiles en este ecosistema. La falta de conocimiento de lo que los rodea en la web en muchos casos los vuelves presa fácil para las trampas (ideológicas o económicas) que allí hay por doquier ya que internet es un cuento del tío permanente.
Por estos motivos, hay muchas personas que han elegido como sistema de defensa ante tanta novedad interpelante, el camino de la inmolación para encerrarse en sus ideas preconcebidas para evitar el doloroso proceso de deconstrucción. Sólo tomaran aquellas afirmaciones que consoliden sus ideas, restándole valor a la verdad que queda relegada a una suerte de capricho progresista. Comprender la nueva rebeldía para un sujeto así de abrazado a sus prejuicios, resulta entonces una tarea imposible.
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Se pierden de una gran noticia. Que la rebeldía hoy tenga como objetivo una sociedad menos depredadora, un consumo más responsable y una existencia, al menos, sustentable como forma contestaria y combativa de llevar los días, es celebrable.
Luchar contra la locura generalizada con una cuota de raciocinio no debería precisar de tanto esmero.