Internet es un poco como la navaja del mono que llegó a la Luna. Me resulta imposible no citar el momento en que Michael Scott, el personaje de la The Office americana, confiesa en una reunión convocada por el departamento de Recursos Humanos que cuando descubrió YouTube no trabajó por cinco días.

La web es como una suerte de extremidad virtual por donde las neuronas pueden ir surfeando como en una ola posterior a la sinapsis. Cada idea es entonces como un misil que se dispara al agujero negro digital, un tubo por el que te conducen ecuaciones que te repiten tus creencias preconcebidas. Ese enjambre feo de Byung-Chul Han.

Esa nebulosa de esquizofrenia posfordista que describió K-Punk, intervenida arquitectónicamente por agencias de Inteligencia como ya contó Edward Snowden. La locura militar desatada, develada por Julian Assange, pero ahora con la líbido reprimida por la falta de combate cuerpo a cuerpo y dedicada al monitorsito con silla giratoria. Una suerte de sedentarismo militar ahora armado con wi-fi, librando batalla ahí: en la nube. El filo doble de las ventajas para sociabilizar que ofrece la red. La navaja del mono que llegó a la luna.

Me imagino que a este homo sapiens que aprendió a scrollear que terminamos siendo, lo peor que le podes dar es un contexto de hibernación coordinada como el actual. Queda en la cueva con la navajita y su lado afilado. Y los efectos y consecuencias del encierro con el arma en mano, en el más peligroso de sus malos sentidos, se empiezan a acumular. Porque aquellas tendencias psicopatológicas que antes eran como metástasis perdidas producto del exceso de información no demasiado extendidas, hoy se contagian también más rápido. Una pandemia de otro estilo y plano.

Así terraplanistas, antivacunas, conspiranoicos, supremacistas, racistas y negacionistas tienen una pequeña gran burbuja adonde respirar el mismo aire e intercambiarse bacterias sin ningún tipo de barbijo. Como esos virus del lenguaje autodestructivos que podrían ser una pesadilla falopera de Burroughs. Internet y su cyberpandemia, contagio comunitario asegurado en el foro.

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Un momento histórico donde un individuo puede tomar un concepto como verdad revelada porque le hace sentido entre miles de comentarios en mayúsculas bloqueadas de un video de teoría conspirativa. Ni bien toda esa información incorrecta o malversada le hace mecha, esa persona ya está pensando que tiene que salir a derribar antenas de 5G o anda envuelta en papel aluminio porque teme que un reptiliano Bill Gates le esté sobremagnetizando la existencia.

Si la consecuencia fuera solamente un conjunto de discursos a lo Pierce Hawthorne de Community, pero en el Obelisco, no sería grave. El problema es cuando escuchás a Trump o Bolsonaro hablando con esa lógica, más propia del forista panzón que escribe entre fideos con tuco y jogging sin calzoncillo, que la de un primer mandatario de semejante potencia.

Quizá, ya que andamos en casa cuidándonos de ese extraño y nuevo virus, podamos aprovechar el aislamiento para tomar dimensión de ese Gran Otro problema. Ese bicho hijo de la posverdad, la mierda manipulada y distribuida con mala fe programada. Es loco, pero a esa batalla llegaron primero lxs kpopers. Un fandom que se arremangó en la virtualidad y se mandó a esa guerra de guerrillas permanente que por momentos parece Internet.

Una especie de Legión Kawaii ahora anda organizada en el anonimato luchando contra la propagación de la mentira en la red. La realidad se volvió clickbait y, como ya sabemos… el mejor remedio es no caer en la trampa y regalar la entrada. Quizá se trate sólo de eso: de no caer en la trampa. Pero, qué complejo.