Finalmente, tras semanas de indecisión, evidenciada no sólo en su accionar errático y dubitativo sino, por sobre todo, en el descontrol de las cotizaciones de dólares alternativos, el gobierno parece estar dispuesto a jugar fuerte, usando todas las herramientas que tiene a su alcance para evitar la devaluación. La apuesta no es barata y tiene riesgos ostensibles, pero llegado a este punto no había más margen para medias tintas.

En efecto, la espiralización del dólar blue ocurrida durante la semana pasada había empezado a generar un escenario de pánico del que luego es difícil volver, a menos a nominalidades similares a las actuales. El peligro cierto de que la divisa se escapara definitivamente incluso se impuso a la dimensión de la brecha, que a estos niveles superiores al 125% continúa siendo inaceptable.

La distorsión cambiaria empieza a hacer mella sobre los argumentos en los que se apoya el Ejecutivo para rechazar una devaluación. Por caso, el jueves último se recibió con cierta preocupación los datos del saldo de la balanza comercial de septiembre, que evidenció una retracción de las exportaciones de 18% interanual y un crecimiento de las importaciones del 3,1%. Lo más llamativo fue el aumento de las importaciones respecto al mes anterior, de alrededor de 22,7%. En definitiva, no fue más que la expresión en números de lo que se venía alertando: las expectativas de un salto en el tipo de cambio oficial incentivan a adelantar importaciones y retacear la liquidación de las ventas al exterior. De esta manera, el superávit comercial se contrae aún en recesión, generando nuevas razones para esperar una depreciación.

Ante ese escenario, el investido ministro Guzmán decidió probar aquella máxima de que el único poder que vale es el que se ejerce. A sabiendas de que debía dar un golpe de efecto urgente, encabezó un raid mediático en el que descartó devaluar y adelantó medidas que, a diferencia de las que venía adoptando, más que a apuntar a “tranquilizar” la dinámica actual, procuraron generar un shock en sentido contrario.

En principio, el viernes y ayer se vio una intervención muy agresiva del Banco Central. El famoso “poder de fuego” con el que se venía amenazando tras el canje, finalmente fue puesto en práctica. Se ofertaron en pesos bonos a pagar en dólares, de manera tal de abaratar la operatoria de los dólares bursátiles. De acuerdo a varias versiones, la decisión estuvo acompañada por llamados de las autoridades a los Agentes de Liquidación y Compensación para que se abstuvieran en estos dos días de realizar operaciones con bonos, de manera tal que el impacto de la intervención fuera mayor. Creer o reventar, lo cierto es que el dólar contado con liquidación cerró ayer en 165 pesos, lo que significa casi un 10% de caída en los últimos dos días hábiles. Por supuesto, no hay “almuerzo gratis”: librarse de estos bonos a un precio tan bajo equivale a endeudarse a tasas onerosísimas de más del 15%. Sin embargo, el escaso volumen necesario para intervenir en el mercado bursátil hace que en el corto plazo no se traten de montos que puedan llamar a la alarma.

El objetivo último de esta medida es que el desplome, aunque sea temporal y artificioso, de las cotizaciones del dólar bolsa arrastre también al precio del blue. Hasta ahora, el paralelo reacciona con más lentitud, habiendo disminuido tan sólo 5 pesos para situarse en los 190.

La otra cachiporra que prepara el ministro es la mega licitación de bonos prevista para hoy. Se trata de emisiones dollar-linked por el equivalente a 1.000 millones de dólares. Al mismo tiempo, se licitarán instrumentos atados a la inflación por alrededor de 60.000 millones de pesos. Completada las necesidades de financiamiento para este mes, la colocación apunta exclusivamente a retirar parte del excedente de pesos del mercado. Se trata de una estrategia bastante riesgosa, en tanto implica la indexación de los pasivos. Al cambiar un importante volumen de pesos por este tipo de instrumentos, el Estado resigna la posibilidad de licuarlos en el eventual caso de devaluar la moneda.

La sensación que dejan estas medidas, más allá de que efectivamente parecen ser suficientes para poner freno momentáneo a la corrida, es que se esperó demasiado. Probablemente, si se hubiera apelado a tiempo solo a una parte de este arsenal que, cómo vimos, no está exento de costos, podrían haberse evitado estos niveles de brecha cambiaria que hoy cuestan tanto revertir y limitan el accionar del gobierno. Por otro lado, la posición más resolutiva del Ejecutivo de estos últimos días genera mayores expectativas que la pasividad con la que parecía entregarse a un final inexorable.

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En todo caso, ni bajar a machetazos el dólar bursátil ni limpiar la plaza de pesos sirve de nada si, al mismo tiempo, no se aprovecha la calma chicha que logre esta intervención para dar señales claras que indiquen un sendero hacia una financiación sustentable del Tesoro. A eso apunta el ministro Guzmán, en paralelo, apurando las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional y explorando alternativas crediticias con otros organismos internacionales.