Mueve Trump el tablero mundial y reabre viejas heridas
Desde que en 1980 Israel define a Jerusalén como su capital y Palestina declara luego a Jerusalén del Este como la sede central de su Estado, ningún país se ha pronunciado de acuerdo con una u otra postura. Ese delicado equilibrio descansó hasta hace siete días en postergar un acuerdo político cada vez más improbable. La determinación de Trump, que convierte a Estados Unidos en la primera nación del mundo que reconoce a Jerusalén como la capital de Israel, genera un desequilibrio en una de las disputas más conflictivas del siglo veinte y reabre las puertas a un escenario de incertidumbre que pone en riesgo la búsqueda de paz en Medio Oriente.
¿Cómo se explica esta histórica negativa en todo el mundo a inclinarse por una de las partes en conflicto? ¿De dónde provienen las críticas y los apoyos a la resolución de Trump? ¿Qué consecuencias genera en el corto plazo?
En primer lugar, la decisión de todos las naciones (incluso de los aliados de Israel) de no reconocer a Jerusalén como su capital, descansa en un argumento simple pero contundente: el estatus de esta ciudad se debe establecer en el marco de las negociaciones para instituir dos Estados (uno israelí y otro palestino) que garanticen la paz de los pueblos que allí habitan. Desde la creación del Estado israelí el 14 de mayo de 1948 esta ha sido la norma.
De forma previsible, la medida del presidente estadounidense no tardó en generar repercusiones. Pocas horas después de haber informado su decisión comenzaron a generarse múltiples protestas de musulmanes en varios países del mundo. El viernes 8 de diciembre, el Consejo de Seguridad de la ONU comunicó, en reunión extraordinaria, que cinco países (Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia y Suecia) calificaban la medida de Trump como "inútil” para promover el objetivo de paz en la región.
La determinación de Trump de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel genera un desequilibrio en todo el mundo
Del mismo modo, aunque con un tono más crítico, se manifestaron los líderes de Arabia Saudita, Turquía y Jordania, entre otros. Finalmente, en las últimas horas los ministros del bloque de la Unión Europea rechazaron la propuesta de apoyar la posición de Trump por parte del primer ministro de Israel, Benjamin Nenayahu, y consideraron que la medida atenta contra los procesos de paz en la zona de conflicto.
Durante estos último días, todos esperan atentos la reacción del presidente de Palestina, Mahmud Abás. Los más optimistas creen que no tendrá margen para oponer resistencia (aunque esto implique una notable pérdida de legitimidad entre sus compatriotas); los más realistas advierten que su única opción para sobrevivir políticamente es abandonar los diálogos de paz.
Si bien la postura del presidente estadounidense generó el rechazo al unísono de la mayoría de las naciones, algunas voces se alzaron en su defensa. En este sentido, el presidente checo, Milos Zeman, reconocido en Europa por su prédica antimusulmana, fue sin dudas el dirigente de más alto perfil que apoyó a su par norteamericano. De igual forma se manifestó otro líder europeo de extrema derecha, el holandés Geert Wilders, quien expresó en redes sociales que Jerusalén es la "capital eterna e indivisa de Israel"; y que "todos los países amantes de la libertad deberían trasladar su embajada a Jerusalén". Finalmente, el austríaco Hans-Christian Strache también expresó su acuerdo con la posición de Israel que reconoce a la ciudad santa como su capital y manifestó su deseo que la embajada de Austria se ubique finalmente en los Montes de Judea.
Más allá que la disposición de trasladar la embajada desde Tel Aviv a Jerusalén es en los hechos simbólica (tardará años en efectivizarse), lo cierto es que hoy genera un argumento a mano del autodenominado Estado Islámico, de Al Qaeda y del conjunto de los islamistas radicalizados para fortalecer sus apoyos contra la política estadounidense en la región, y pone de esta forma en riesgo las estrategias antiextremistas. En efecto, mientras Hezbolá ve "el inicio del fin de Israel” en la declaración del presidente de Estados Unidos, el ministro de Defensa iraní, Amir Hatami, afirmó que la decisión "acelerará la destrucción del régimen sionista y duplicará la unidad de los musulmanes". El simbolismo es, en este caso, el combustible para reabrir viejas heridas y ensanchar las existentes.
El gobierno de Trump afirma que está totalmente comprometido con el proceso de paz y que esta determinación no afecta el futuro establecimiento de las fronteras. Por el contrario, el empresario multimillonario está convencido que su actitud rompe con políticas obsoletas que estancaron el proceso de paz. Entretanto, la única certeza es que su política exterior, imprevisible, poco clara y contenciosa, profundiza la inestabilidad en un mundo cada vez más inseguro.