Tratar desde arriba al mozo es grasún. La voz profunda con eco mojado de lluvia del doctor King dijo en el Lincoln Memorial que todos fuimos creados iguales. Y no era solo el discurso político perfecto, el tribuneo solemne con swing de un Cristo que estaba en la joda de dar la vida para que dejaran de colgar negros de los árboles en Alabama.

Que todos somos iguales, creados de la misma materia que es universo, es una verdad plana, sin mística. La verdad está ahí para ser vista, dice el único verso que se entiende claro de A Whiter Shade of Pale, esa canción que tiene la textura de las aguavivas de cuando el LSD se pone dormilón.

Hablarle al mozo o al portero de edificio como si fueras el presidente de la Ford Motors es señal clara de que nunca te considerarían para el puesto.

La distancia snob de hacer el pedido mirando con la oreja, de usar un tono entre lánguido e imperativo te pone en el amplio bando de los nabos a los que los mozos y los clientes cope miramos de reojo y decimos pobre pibe, porque seremos todos iguales pero es muy dificil renunciar a no sentirte más que otro. A los budistas de convento los dejan mirar a los giles todos los días un rato corto.

Resuelto el marco teórico, la principal razón operativa para pegar onda con el mozo es que el bar es comida, tragos y servicio. Si no te quedas a comer en casa, haciendo el curso de control mental para mover el culo del sillón hundido a la heladera, dejando de vuelta el caminito de migas.

El mozo paga el alquiler y la tarjeta con el sueldo y los gastos del día con la propina. Como en las teorías garcas de mercadotecnia, el mozo tiene un jefe y varios clientes. Vos sos el principal, por la propina, pero también tiene de clientes a los pibes de la cocina porque si le sacan las comandas a tiempo vos le vas a dejar más plata, por eso les comparte un poco al final de la noche. La propina recorre caminos que no conocés, que se unen en que te traten mejor, en que todo llegue más rápido.Si estas para pedir cuenta te alcanza con mover la cabeza apenas como hacía James Coburn en el polvo falso del Oeste de las películas.

El consenso en la Sociedad argentina es que se deja el diez por ciento de propina. Tengo estudiado que al menos la mitad de la población desciende de los roedores y tiende a dejar menos. Esto pasa especialmente con las chicas que se toman un cortado. El diez por ciento de un cortado es muy poco, hay que dejar más, sino es exceso de apego a la regla.

Dejo el quince por ciento de propina de manera sostenida por simpatía con el gremio y para pasar al VIP. Dejo el veinte a los mozos amigos lujosos. A la segunda vez de dejar el quince entrás en la categoría de amigo de la casa. Los mozos tienen memoria por más que no vayas casi nunca. Es muy gratificante que en muchos bares distintos sepan que para vos la mejor Coca Cola va con vaso grande con mucho hielo y limón en rodajas. Hay una Coca Cola más rica a la que se llega dejando buenas propinas.

Cuando un mozo va con una bandeja cargada, mejor esperar a que se desocupe para pedirle algo. Ser considerado con los tiempos del otro es una parte del ballet que hace que todo fluya, que lo tuyo llegue a tiempo y suave a la mesa.

Los bares son centros de reaprovisionamiento y los amigos de la casa pueden cambiar cien dólares de apuro o dejar un sobre para que alguien lo busque después, o comer y tomar y pagar otro día.

Hay mozos amigos y amigos que trabajan de mozo. Me hice amigo de Darío, fan de V8 cuando no tiene el uniforme con chaleco verde de La Biela, el día que vi que prefería no pegarle a un carterista que había tenido la mala suerte de que lo agarren, en el medio del salón lleno de viejas de las siete de la tarde. Soy mozo, no policía, me dijo Darío. También soy amigo del mozo de otro bar, lento como una siesta tucumana, que me contó que hablando poco y por los horarios del gremio se pueden tener dos mujeres, dos familias y un día juntarlos a todos total los chicos ya eran grandes.

En los bares como la gente los mozos no hacen preguntas. Uno puede llegar al Florida Garden, un día de semana a las nueve de la mañana, pedir un gin tonic y que solo te pregunten si con Befeetear está bien.

Dejar buenas propinas en tiempos de terrible bancarrota personal te hace sentir franciscano, que es mucho mejor que pobre. Dejarle los últimos mangos a un mozo es el analgésico inventado de que no te importa no tener. Todo esto, del principio hasta el final, hay que hacerlo sonriendo.