Buenos Aires, la ciudad para planificar la vida en Havaianas
Buenos Aires es la mejor ciudad del país para vivir, por más que Quintín viva en Miramar.
Buenos Aires tiene un superpoder de fábula griega. La mirás cien mil veces y siempre es la primera vez que la ves.
En invierno uno se da cuenta que los plátanos están para mirarlos. Todo lo que está alrededor de un plátano parece importante. Además joden a los alérgicos en primavera o verano. Los plátanos son agentes necesarios de crispación.
Buenos Aires es ideal para los planes de vida a microescala, todo es tan grande que se puede pensar en chico, planificar la vida de ciudad en Havaianas.
El asfalto y los edificios están construidos sobre las ondulaciones de la pampa. De la pampa nada menos.
Se puede aprender a caminar para ir más rápido por las subidas y bajadas. Tacuarí va bajando y subiendo, te lleva suave hasta Santa Fé, en cambio por San Martín podés bajar si vas contramano al centro.
Todos nos acordamos una fiesta en la que estuvimos. Fuimos con Robled a una de Choi en Santa Fé y Agüero. Pensé que era en un departamento pero era en la terraza, en verano, al final del día, con el cielo rojo.
Estoy en un Martínez, está lleno de señoras que hace diez años tendrían que haberse invitado a la casa. Ahora resuelven acá, abajo de una luz que es blanca y cálida a la vez.
Enfrente hay un Havanna. Siempre hay alguien mostrándole un excel a otro alguien en un Havanna. Havanna es el Selquet de los que reman para no hundirse.
Lo que hace que esta sea la mejor ciudad del país son las cientos de miles de peceras disponibles, el sueño posible de una vida a medida hecha de muchas cosas diferentes.
El techo naranja de una estación de servicio es una mancha de luz en una avenida y vas rápido y en punto muerto. Hay una Palo Borracho en la subida de Cerrito con flores que duran más que los otros.
En Buenos Aires la gente está sostenida parcialmente por micro relaciones amables, de tres datos, como el trato con los mozos. También se agobia con la intimidad porno que se tiene con los compañeros de trabajo.
Hay un bosque lleno de Budas adentro de transexuales que entendieron en lo resplandeciente del dolor. Están a la noche y se van a tratar de dormir cuando aparecen los primeros runners.
En una ciudad de millones de personas se puede tener un stock de amistades de contacto intermitente, con la misma calidad de enchufe diez años después.
Es una buena ciudad también para ser un freak que pasa a través de los grupos a través de los años.
Buenos Aires es una ciudad crujiente como los cinco sentidos. Vamos al cine para pisar la alfombra mullida y oscura que suspende todo lo que queda del domingo, salimos a comprar Coca Cola como si fuera una aventura.
Podés tener tu propio árbol favorito en la ciudad. El mío queda en Coronel Díaz y Peña y cambia las hojas con las estaciones. Una noche le toqué el tronco y sentí que le molestaba la vibración de los autos de Coronel Díaz.
El músculo vino de otro lado a Buenos Aires. Cuando era chico, escuché en un programa a la noche en ATC hablar de la esquina de Malabia y Güemes. Sonaba como si ahí entrara un planeta.
El edificio Tudor de Bunge & Born en la calle 25 de Mayo es una fortaleza premonitoria.
La persona que se considera productiva y encaminada tiene permiso para tomar un Gin Tonic antes de almorzar, en la barra del Brighton o del Club Americano. En el Brighton los hace Aldo, que trabajó con el Gato Dumas. Atiende barras hace 50 años, todos los días se desintegra un poco.
Buenos Aires es una gran ciudad para ir subiendo de a poco la escalera de los zapatos buenos. El primer salto es del Febo de las avenidas a Fabri Venta, que son casi iguales a los de Guido. Después parar en Guido dos minutos, para arribar, con la alegría con la que llegan los casi pobres, a Correa que promete zapatos para siempre.
En el Bellas Artes hay un Sorolla bueno y un Sorolla malo. El bueno tiene un mar que parece de verdad, con muchas manchas de espuma distintas. También hay un retrato de Rosas obeso y atajando lo urgente.
Buenos Aires es una gran ciudad para ser joven. Hay todo lo que quieras para ser voraz. Está la luz amarilla que entra por las ventanas de la Biblioteca Nacional adonde podés ir a ser vorazmente estudioso un sábado y que haga calor.