En la madrugada del martes, el Congreso de la Nación aprobó la polémica reforma previsional que afecta el poder adquisitivo de más de 17 millones de argentinos. Lo hizo con 127 votos a favor, 117 en contra y dos abstenciones, luego de medio día de debate en la cámara. La ley, votada por el oficialismo en pleno, contó a su vez con el respaldo de un puñado de gobernadores peronistas que durante el transcurso de las jornadas previas había sellado un acuerdo con el Jefe de Gabinete, Marcos Peña, y el Ministro del Interior, Rogelio Frigerio.

Afuera del Palacio Legislativo, las calles fueron ocupadas por miles de ciudadanos que manifestaron su rechazo a la medida impulsada por Mauricio Macri. La inmensa mayoría lo hizo en paz y de forma organizada. En la Plaza de Mayo, un grupo minúsculo protagonizó serios enfrentamientos con las fuerzas de seguridad y consolidó el escenario que los medios decidieron multiplicar en todas sus plataformas: el de una oposición antidemocrática, dispuesta a desestabilizar al gobierno. La violencia es repudiable, entre otras razones, porque abona el discurso que deslegitima y oculta de modo deliberado a la mayoría ciudadana que se expresa pacíficamente.

El cuadro que entregó la noche fue radicalmente distinto. Miles de personas comenzaron nuevamente a acercarse a la Plaza de los dos Congresos a reforzar su voz en rechazo a la ley. Si algunas horas antes el gobierno parecía que lograba imponer la construcción de su propio relato sobre los hechos, durante la madrugada la sociedad devolvió una imagen bien distinta, relegando el éxito del gobierno a los confines de una victoria pírrica. Por este tipo de situaciones es que la realidad política argentina, extremadamente volátil, está necesariamente sobreinterpretada.

La violencia es repudiable porque abona el discurso que deslegitima y oculta de modo deliberado a la mayoría ciudadana que se expresa pacíficamente.

Entretanto, el conflicto mantiene su temperatura y los episodios son demasiado recientes para permitirnos establecer conclusiones sofisticadas. No obstante, podemos avanzar con algunos apuntes que asoman entre tantas lecturas sin grises.

En primer término, es ciertamente difícil negar que el gobierno nacional eligió hacer el ajuste con los jubilados, un sector social sin representación, y tal como lo expresó el politólogo Sebastián Etchemendy, se encontró con la sociedad civil dispuesta a defenderlos. Si bien el oficialismo fue exitoso en su empresa que planteaba la aprobación de la ley como un fin en sí mismo, sus principales referentes deberían considerar que la disputa política no discurre exclusivamente en el terreno institucional, sino que también se da en el plano simbólico.

En este sentido, las imágenes de la feroz represión son elocuentes. Una joven de 22 años golpeada por Gendarmería cuando volvía del trabajo a su casa, el lanzamiento de gas lacrimógeno a diputados nacionales, una motocicleta conducida por agentes de la policía que pasa literalmente por encima de un manifestante y los miles de ciudadanos y ciudadanas que salieron en plena madrugada con sus cacerolas por todo el país, todas estas acciones son un registro visual y potente de una sociedad cuya tradición expresiva goza de buena salud.

Macri cometería un grave error si subestima la generación y apropiación de símbolos por parte del campo opositor.

El oficialismo buscó siempre jugar en el terreno de las imágenes, pero este juego es muy efímero y lo desborda la realidad, toda vez que un gobierno acusado de beneficiar exclusivamente a los ricos promueve un grosero recorte del poder adquisitivo de los sectores más desprotegidos. Seamos claros: Macri cometería un grave error si subestima la generación y apropiación de símbolos por parte del campo opositor. En palabras de Nicolás Tereschuk, la potencia de las imágenes no termina con los bolsos de López.

Mientras tanto, en Balcarce 50 redoblan la apuesta y se ajustan las anteojeras. El relato que se impone es, desde el propio presidente, el que resalta un intento de desestabilización de las fuerzas opositoras. Según el mandatario, "la violencia que vimos fue orquestada, no fue espontánea". Incluso Carrió, llamativamente moderada en los días previos, no reprimió su tradicional propensión al exabrupto y catapultó que "frenamos el golpe". Como fuere, el gobierno debería entender, antes que emitir cualquier interpretación forzada de los hechos, que la responsabilidad de garantizar la paz social es del Estado.

En definitiva, un proyecto que prometía un tratamiento exprés, abrió las puertas a un hecho político inesperado: la clase media desempolvó sus cacerolas. La magnitud y las consecuencias de estos acontecimientos son ciertamente impredecibles. Dependerá, en buena medida, de la capacidad de reacción de una oposición que carece de liderazgo y permanece mayoritariamente replegada en acciones que refuerzan su sometimiento al oficialismo.

Entre las imágenes y los símbolos: pierde Macri crédito político