Si bien parecía estar muerto hace ya bastante tiempo, finalmente Microsoft puso el último clavo en el ataúd del Kinect. Habían ya descontinuado su fabricación en octubre de 2017, pero ahora directamente dejaron de fabricar hasta los adaptadores para aquellas personas que quizás querían comprar uno y usarlo en su PC, Xbox One S o X (consolas que no lo traían de manera nativa como sí hizo la Xbox One original). Esta creación fue la respuesta de Microsoft al boom de los controles de movimiento: Nintendo había tomado a todos por sorpresa con la Wii y PlayStation apostó al fallido Move (ahora reinventado para su casco de realidad virtual).

Pero la empresa presidida por Bill Gates decidió ir un paso más allá; y en 2010 lanzó lo que en su momento se llamó Proyecto Natal y era la fantasía de muchas personas hecha realidad. Kinect era una barra, con una cámara y un sensor que nos permitía, cual película de ciencia ficción, controlar con nuestras manos y cuerpo la consola. Además, podíamos jugar juegos moviéndonos en nuestro lugar, saltando e imitando todo tipo de acciones simplemente con nuestros brazos o piernas.

A pesar de lo novedosa de esta tecnología y lo sorprendentemente bien que funcionaba, no fue un aparato bien recibido por el público gamer en general. Microsoft nunca supo darle un uso adecuado a juegos tradicionales ni fue capaz de generar experiencias que representaran una forma novedosa de jugar videojuegos. El resultado fueron cientos de títulos de poca calidad con minijuegos de feria o que requerían nuestra destreza física, pero que a nadie convencían.

Para colmo hubo intentos de incluir al Kinect en juegos de deportes o incluso en Mass Effect 3. De más está decir que ambas implementaciones fueron desastrosas. Para lo único que Kinect parecía funcionar a la perfección y sacar ventaja sobre la competencia era en juegos de baile. La exclusiva saga Dance Central fue el caballito de batalla de este sensor de movimiento y peleó cabeza a cabeza con Just Dance (que también tenía soporte en este aparato).

Kinect nunca fue la revolución que Microsoft esperaba. En Xbox 360 tuvo presentaciones en E3 que fueron más allá del ridículo y en Xbox One fue una de las principales críticas cuando la consola fue presentada. Era una versión mejorada de este sensor, pero generaba que la One fuera 100 dólares más cara que PlayStation 4 (US$500 contra US$400). Ya el público se había dado cuenta que los controles de movimiento no eran el futuro de los videojuegos, y acá estaba nuevamente Microsoft luchando contra los molinos de viento y encareciendo su consola de una manera innecesaria.

Esta segunda versión de Kinect prometía un mejor sistema de captura, de reconocimiento de voz y además presentaba un diseño más refinado. Para ser sincero, a nivel tecnológico era todavía más impresionante que su antecesor. Fue muy utilizado en el campo de la medicina y también para la ciencia en general. Pero el problema seguía siendo el mismo. Microsoft no nos daba un motivo de peso para utilizarlo en videojuegos y todo su mensaje apuntaba a cómo encender la consola o abrir aplicaciones utilizando nuestra voz. Para gran parte del público eso no justificaba que la consola fuera más cara que la competencia.

Luego de ese fiasco, Microsoft no tardó en empezar a vender la One sin el Kinect, y con la llegada de la Xbox One S directamente decidió no incluir el puerto adecuado para enchufarlo. Este sensor de movimiento siempre fue una espada de doble filo para la empresa y nunca supieron cómo sacarle el jugo. Si bien nunca terminó de meterse en el corazón del público gamer, era a su vez aquello que la diferenciaba del resto, sobre todo en esta última generación de consolas.

Sin Kinect, Xbox One en su comienzo era prácticamente igual a PlayStation 4, pero con un poco menos de potencia, con un sistema operativo que consumía demasiados recursos y con un precio más elevado. Aquello que hacía única a la One fue desplazado sin piedad y nunca hubo un Plan B. Ni siquiera lo consideraron para reinventarlo como soporte de algún casco de realidad virtual, lo cual hubiera sido muy lógico. Ni eso pudieron hacer; Microsoft se desentendió de este problema, se lavó las manos por completo y dejó que el Kinect muera en el ostracismo, sin penas ni gloria.