Todo depende de la presión social
Alberto Fernández y sus ministros incendian los teléfonos de los funcionarios del gobierno de la Ciudad. El Presidente le pide a Horacio Rodríguez Larreta que restrinja la circulación al máximo en la Capital Federal, el epicentro de la pandemia que aumenta en número de casos, pese a la cuarentena obligatoria. La tan elogiada sintonía fina entre Balcarce 50 y Parque Patricios confirma que la dirigencia política está unida ante el COVID-19.
Fernández y Larreta comparten el objetivo de reducción de daños en materia de salud y apuestan a que el sistema sanitario quede como última opción ante la psicosis: “Nadie, ni siquiera la Ciudad, puede contener un desborde”, dicen. Por eso, buscan evitarlo con los medios escasos que tienen a su alcance.
La contrapartida de los días que se estiran y las noches de dormir poco llega con las mediciones que encargan en Nación y CABA. Así como sucede con el Presidente, también el jefe de gobierno “está volando en las encuestas”. Lo mismo pasa con su equipo de colaboradores más cercanos.
La cuarentena es la principal herramienta que tiene Fernández para controlar el brote de coronavirus. Pero, así como la presión social de la clase media fue decisiva para que el Presidente se decida a anticipar una medida extrema, la prolongación del toque de queda depende del aire difuso que se respira en las periferias de los conurbanos donde no sobra nada.
Si los sectores medios son los más sensibles ante el avance de la pandemia y los sectores altos se confirman como los más individualistas, el interrogante todavía sin respuesta es el de como transitan el toque de queda las franjas que pelean por la supervivencia desde siempre, ante fuerzas de seguridad que no les tienen piedad. El plan que se cocina en la residencia de Olivos puede verse desafiado por el límite que surja de los que no tienen forma de garantizar su sobrevida si el horizonte que se les propone es el de quedarse en su casa, por tiempo indeterminado. De ahí, la consigna oficial: todo se decide día a día.
Pese al paquete de emergencia que despliega la Casa Rosada para contener al 40% de los que habitan en la informalidad, en el peronismo admiten que la economía es el primer paciente que se dio por muerto en la encrucijada del presente. Aunque nadie se animó a hacer alusiones concretas, la posibilidad de un desborde y el fantasma de los saqueos sobrevoló el encuentro del Presidente con los intendentes del conurbano bonaerense.
Achatar la curva de crecimiento, la obsesión de Fernández, es lo que puede permitir frenar con el aislamiento extremo y poner en marcha otra vez, al menos de manera parcial, la rueda de la actividad económica.
Recomendada por la Organización Mundial de la Salud, la otra fórmula para enfrentar el avance del virus es la de aumentar el número de test que se hacen cada día. Los ejemplos que consideran en el Ministerio de Salud son los de Alemania y Corea del Sur, que exhiben una proporción bajísima entre los casos detectados y los muertos que generó el COVID-19: casi 33.000 sobre 157 en el territorio que gobierna Angela Merkel y 9000 sobre 120 en el país asiático con mejores indicadores.
Ginés González García no tiene dudas de que los test resultan útiles. Por eso, después de informar cada mañana, Carla Vizzotti se dedica -entre otras cosas- a entrenar por videoconferencia al personal de todo el país en el uso de los kits sanitarios. La descentralización incipiente que se inició en los últimos días después de semanas de sobrecarga para el Instituto Malbrán ya arrojó sus primeros resultados concretos, por ejemplo en Santa Fe. Desde que se inició la pandemia, la provincia exhibía apenas 4 casos de contagio. El lunes, cuando el Centro de Especialidades Médicas Ambulatorias de Rosario (CEMAR) comenzó a realizar sus análisis, se registraron 11 nuevos casos en apenas un día.
En el oficialismo afirman que mientras Alemania es capaz de hacer 31 mil análisis por día y Estados Unidos 250 mil, en Argentina se llega apenas a 300 cada 24 horas. Por eso, la importancia de los kits sanitarios que llegan en embarques -desde Europa y Asia- y el gobierno nacional comenzó a repartir entre Capital Federal, Córdoba, Santa Fe, Chaco y Tierra del Fuego.
El ministro de Salud en persona inició las gestiones para que China colabore además en ese aspecto. Como parte de su política de expansión, desde el gigante asiático prometen enviar 150 mil test en donaciones que se sumarían a los 57 mil que ya fueron adquiridos y están siendo repartidos. Pero, claro, primero están países de Europa como España e Italia, con los que Xi Jinping también busca afianzar un lazo decisivo.
Recién cuando se comience con los test masivos, coinciden en el gobierno, se podrá saber con precisión cuál es el número real de infectados. Es la imposibilidad de detectar con certeza cuál es la población de riesgo lo que obliga a aislar por tiempo indefinido a los millones que están sanos.
La alarma social, el miedo y el aumento del stress no ayudan para afrontar un cuadro inédito con un virus que se expande a la velocidad de la luz y genera muchísimo más temor que víctimas fatales. Fernández debe saberlo: el límite entre el cuidado colectivo, la psicosis y la manipulación es de lo más delgado.
Nuestra era vive la sensación del cataclismo con una intensidad única y los antecedentes parecen vanos. Si la peste bubónica, que exterminó a más de 120 millones de personas allá por el 1300, tardó cuatro años en llegar a caballo del Asia a Europa y la gripe española o “tos convulsa” -que mató más de 40 millones de personas entre 1918 y 1919- demoró unos meses en arribar a Europa y Estados Unidos en barco desde la China, el coronavirus que surgió en Wuhan se diseminó en cuestión de días arriba de los aviones.
Más acá en el tiempo, en 2018, según la OMS hubo 10 millones de casos positivos de sarampión y murieron 140 mil personas en todo el mundo, sin que el pánico se extendiera de la misma manera. El COVID-19 hizo ingresar al planeta en una excepcionalidad absoluta: nadie puede estar seguro de cuáles serán sus consecuencias ni en qué ámbito serán más nocivas.