Qué más quieren los mercados, la pregunta que domina a Macri y complica su camino de cornisa
Queda poco tiempo para sentarse a mirar el show judicial de Claudio Bonadio, las horas interminables del debate por los allanamientos, las nuevas revelaciones en la saga de los arrepentidos. En la intimidad del poder, en el círculo estrecho de los que gobiernan al lado de Mauricio Macri, ya no hay margen para disfrutar las desventuras ajenas. La escena de la polarización, tan redituable en 2015 y 2017, hoy divide opiniones y -sobre todo- queda muy lejos.
Pensar en la fractura del peronismo y en Cristina Kirchner como adversaria potencial es fabular con elecciones que deberían ser mañana, cuando el camino de cornisa se torna más fino, más resbaladizo y más complejo, según la confesión de Marcos Peña. Ni siquiera el desafuero de la ex presidenta parece captar la atención de los que intentan gobernar en medio de la urgencia. Manda un minuto a minuto que no se televisa y lo más claro es la incertidumbre.
En la Casa Rosada, sienten el golpe de una recesión más cruda y duradera de lo que se imaginaba. La fragilidad de la economía de Cambiemos padece más que nadie cualquier movimiento externo y los indicadores oficiales actualizan una postal ingrata en todos los planos. Pero el gran dilema adentro es descifrar qué le están exigiendo hoy los mercados al primer empresario que llegó a Presidente.
Macri apuró los funerales del gradualismo y se convirtió en el abanderado del ajuste, pero no alcanza.
Con la corrida al dólar que arrancó en abril y no termina, Macri apuró los funerales del gradualismo y se convirtió en el abanderado del ajuste. Trajo de regreso al Fondo y ordenó un recorte de dimensiones monumentales que avanza lento pero avanza con los gobernadores como aliados más o menos quisquillosos. Pese a todo, cada día se comprueba, ese compromiso del Presidente no resulta suficiente. ¿Qué más quieren los mercados?
Mientras abajo los afectados directos soportan la pérdida de poder adquisitivo, las tasas voladoras, la demoras en la cadena de pagos y las dificultades en el empleo; los fondos de inversión, los bancos y los reyes de la timba queman etapas y ya no esperan. El riesgo país, la deuda y 8.000 millones de dólares que faltan para cumplir con el programa financiero vuelven a convocar al fantasma del default y activan una memoria traumática.
Macri no quiere cambiar -y quizás ya sea tarde para intentarlo- pero le están pidiendo otra cosa. Más que gestos a favor del ajuste, garantías de otro calibre. La certidumbre de que Argentina se aleja del populismo, más allá de que el ensayo de Cambiemos expire en 2019. Que la prédica trillada a favor del mercado y las ofrendas a la inversión no resulten pan para hoy y hambre para mañana. "Que el Presidente deje un testimonio", en palabras de un empresario de trato cotidiano con el poder. Por eso, vuelve el reclamo abstracto en busca de una mayor fortaleza política, que sólo puede nacer de un cambio de gabinete o de un acuerdo con el PJ que exceda el reunionismo permanente.
Por ahora, no hay nada de eso.
El Presidente no quiere cambiar -y quizás ya sea tarde para intentarlo- pero le están pidiendo otra cosa.
La crisis del gradualismo financiado con deuda provocó ademanes de transformación, pero conservó las decisiones en manos del trío de ojos del Presidente. El viaje de Mario Quintana a Manhattan y el anuncio de que Macri va detrás confirman que el oficialismo puede ser un animal nuevo -como promociona Peña- pero de los que tropiezan dos veces con la misma piedra.
Los factores de poder advierten que el ex presidente de Boca sigue encaprichado con un esquema que carece de figuras de peso. Apenas tres o cuatro de los veintidós ministros tienen la potestad de hablar con el 1. El resto pasa por el filtro de la coordinadora y los controles de jefatura de Gabinete.
El problema no es sólo para los miembros del elenco que deambulan hoy en el gobierno. Lo es sobre todo cuando se trata de sumar y darle aire al mejor equipo de los últimos 50 años, que se queda sin nafta. No sobran voluntarios para la oportunidad histórica que vendía Durán Barba. Los CEO's que permanecen afuera prefieren preservarse y los políticos no están dispuestos a que los controlen y no les den atribuciones.
Un cambio como el que demandan los mercados tendría dos víctimas simultáneas: el jefe de gabinete y el jefe gobierno porteño.
La única novedad está en la mesa que reúne a Peña y Frigerio con Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y Emilio Monzó y que cada 15 días incorpora al radicalismo. Pero un cambio como el que demandan los mercados tendría dos víctimas simultáneas: el jefe de gabinete, que resignaría el tablero de control, y el jefe gobierno porteño, que sería convocado para la emergencia en detrimento de su tránsito liviano en la Ciudad. Con perfil bajo y sin hablar, Larreta colabora todo lo que puede con el deseo genuino de que a Mauricio le vaya bien y a él no lo arranquen de su sillón antes de tiempo.
Nadie imagina que el Presidente vaya a prescindir de su mano derecha, salvo que sea el propio Peña el que se sacrifique. Tan de amianto como otros que pasaron por su cargo, el ministro coordinador evitaría el desgaste que hoy le facturan las encuestas y podría ser parte de un enroque ministerial en función de un salvataje mayor. Con el objetivo noble y vital de encarrilar el rumbo de un gobierno que -demasiado seguido- amaga con desbarrancar.