Presidente incómodo: de las villas a Susana
“Cada uno de nosotros somos un habitante más de Villa Azul”.
La frase, en busca de empatía, fue dicha por Alberto Fernández en respaldo a Axel Kicillof, mientras inauguraba la tunelera bautizada “Eva”, en Bernal. A poca distancia de ahí, el asentamiento más castigado por el coronavirus ya cumple una semana de encierro total.
Villa Azul es una prueba incómoda para el Gobierno. La decisión de sitiar y no permitir la salida de las 5000 personas que viven adentro, generó debate en filas del oficialismo.
A Juan Grabois le molestó que llegaran antes las vallas que la comida. Daniel Menéndez, dirigente de Barrios de Pie y funcionario, habló de “guetos de pobres”. En cambio, La Cámpora motorizó la medida con una plasticidad ideológica para tomar en cuenta.
Después de haber visto cómo se encendió la chispa en los barrios precarios de la ciudad de Buenos Aires, desde la Villa 31 a la 1-11.14, la provincia comprueba en su territorio el azote del coronavirus.
Los intendentes del conurbano están en alerta desde fines de marzo. La “cuarentena comunitaria” ya existe en varios distritos, pero nunca fue mostrada por las cámaras de TV. Y solo se aplicó a barrios humildes sin fuerte presencia del narcotráfico, donde es difícil aplicar un encierro pacífico.
Kicillof prende una vela para que Villa Itatí, al lado de la Azul, no desate una cadena de contagios. El asentamiento tiene más de 16000 habitantes y otras reglas que complicarían el bloqueo.
El mapa de calor marca en rojo Avellaneda y Quilmes, en zona sur, los que más casos tienen en proporción a su población. De los 463 infectados que había el viernes en Quilmes, casi la mitad correspondía a Villa Azul, donde, a la vez, no se registraba ningún fallecimiento. Ese dato está, como alivio, en la mente de varios intendentes y quizá se explique porque, en su mayoría, se trata de una población joven.
Las pobreza y las malas condiciones cotidianas recortan la expectativa de vida en los asentamientos. Traducido: hay pocos viejos.
En La Matanza, el territorio más grande, con 2 millones de habitantes, todavía no hay desbordes. Acumulan más de 600 casos, y una veintena de muertes, cifras que están lejos del escenario catastrófico que en su momento imaginaron. Uno de los focos de atención de Fernando Espinoza es la localidad Rafael Castillo, pegada a Merlo, donde la situación es peor. Todos tienen un enemigo del otro lado de la frontera.
Más allá de los operativos “Detectar”, las aplicaciones y los números de consulta telefónica, coinciden dirigentes del peronismo que lo que realmente funciona es la aceitada red de punteros que está dedicada a “identificar” sospechosos. Es casi una tarea policíaca, que incluso opositores en los distritos aplauden por lo bajo porque lo ven como la manera más eficaz para combatir el virus.
Desde Punta del Este, mientras intentaba explicar su viaje en plena cuarentena, Susana Giménez también opinó del tema: “El drama son las villas. Vi que llegaban camiones, ¿cómo no va a haber agua? Estamos en el siglo XXI.”
Susana no tiene dobleces en su discurso: apoyó públicamente a Mauricio Macri, detesta al kirchnerismo y, aunque no desarrolla ideas políticas, suele estar hacia la derecha.
En el poder siempre es más urticante una crítica de un personaje popular, que de una figura política. Lo saben Mirha Legrand, Marcelo Tinelli y la propia Susana. La diva de los almuerzos está fuera del ring, golpeada por su situación personal y la pandemia, y el conductor de Showmatch es un aliado de Olivos, como nunca lo fue en otros gobiernos a los que también acompañó.
En la vereda de enfrente, Susana molestó al Presidente cuando dijo que teme que la Argentina se convierta en Venezuela y que La Cámpora lo presiona. “Dice todas estas cosas para que no hablemos de por qué se fue en medio de la cuarentena”, retrucó Alberto.
Tal vez tampoco sea cómodo que hable sobre su residencia en Uruguay. Ella inició los trámites hace unas semana, según lo confirmó el ministro del Interior de ese país, Jorge Larrañaga. El país vecino está en una campaña de “mudanza internacional”, algo así como una invitación para que los millonarios de la región cambien su domicilio fiscal para tributar en Uruguay, bajo la promesa de seguridad jurídica y menos gravámenes.
El de Susana no es un caso aislado. Ni tampoco es nuevo. Varios de los dueños de las grandes fortunas del país, esos que se supone deberían pagar el impuesto extraordinario que promueve Máximo Kirchner, no tienen su residencia acá y quedarían a salvo del nuevo tributo. Ironías de la política.