A Mauricio Macri le quedan desde hoy 50 días para desmentir la imagen que dejó en sus tres años y medio de gobierno. Las primarias del 11 de agosto, que el gobierno no logró eliminar pese a la presión de los propios, asoman con un sentido inverso al de hace 4 años. En 2015, el líder del PRO crecía como la esperanza de los que habían padecido durante más de una década al kirchnerismo en el poder y se perfilaba como lo nuevo en los focus group.

En este turno, con su capacidad para gobernar blanqueada en los datos de un INDEC que mide bien, el Presidente sólo puede ganar en la carrera del espanto. Jaime Durán Barba señala al espacio del ex Frente para la Victoria como promotor de un miedo vital para la reelección, pero sabe que su cliente activa un sentimiento similar en una porción mayoritaria de la población. No es miedo a que Macri pueda desatar una venganza, sino simplemente a que siga gobernando, como hasta ahora, cuatro años más. Lo dicen los encuestados que le ponen el cuerpo al aumento del desempleo, la caída del poder adquisitivo y el crecimiento de la pobreza. Pero también los empresarios que pierden con la recesión y las tasas de interés.

Los sondeos lo muestran: el 70 por ciento de los votantes de “Juntos por el Cambio” eligen al Presidente como antídoto contra el regreso de Cristina Kirchner y sólo el 30 por ciento porque confía en su propuesta de gobierno. El odio, la palabra que nadie asume como propia, es otro de los componentes que juega en la polarización que busca capturar a los moderados. En ese punto, las encuestas de Celia Kleiman exhiben una paridad que no se altera: los odios de uno y otro sector siguen dando parejo.

Con su capacidad para gobernar blanqueada en los datos de un INDEC que mide bien, el Presidente sólo puede ganar en la carrera del espanto.

Al Macri que denuncia la patota del compañero Moyano frente a un auditorio de escuela primaria le faltan argumentos para sumar a los que están afuera de ese círculo de fuego y rencor. Es la batalla que empieza ahora con las listas cerradas, un tendal de heridos de la política y una sociedad que todos los días se juega la subsistencia.

Un intendente del conurbano que fue y vino entre Massa y Cristina dice que, en el mes del cierre de listas, gana el que encuentra las mejores soluciones. Como fue aquella alianza Cambiemos hace cuatro años, piensa que puede ser ahora el Frente de Todos (alrededor de CFK).

La incorporación de Miguel Ángel Pichetto en la fórmula presidencial es lo mejor que puede exhibir el oficialismo. No sólo aporta la astucia para invertir en Alberto Asseff y sellar la paz de los mercados hasta el 11 de agosto. Además, abre la puerta a un eventual segundo mandato en el que la gobernabilidad deje de ser alquilada para constituirse en un activo del próximo gobierno. Pero Pichetto no logra lo que más necesitaba Macri: sumar los votos para superar la prueba de las primarias y ahuyentar el fantasma de una corrida que se reactive, si Alberto Fernández supera en las PASO las previsiones del Círculo Rojo.

Pichetto abre la puerta a un eventual segundo mandato en el que la gobernabilidad deje de ser alquilada para constituirse en un activo del próximo gobierno.

Mientras permite castigar a Emilio Monzó por hereje, Macri puede sentir una satisfacción íntima ante un Sergio Massa que regresa vencido al útero materno del cristinismo. O repetir, a lo Marcos Peña, que el ex intendente de Tigre es “la persona menos confiable del sistema político”. Pero esta vez el ingeniero no tiene la virginidad de entonces y el socio electoral que rechazó en 2015 ahora se mueve de acuerdo a las fuerzas que le quedan. Es el Presidente el que llega con lo justo a pelear por el premio mayor, contra la imagen que él mismo edificó a pura frustración.

El INDEC difundirá esta semana tres datos fundamentales para ver si la economía real acompaña la tranquilidad de los mercados o sigue en una picada interminable: las ventas en supermercados, la distribución del ingreso y el Estimador Mensual de Actividad Económica.

Atado a la biblia del déficit cero, el oficialismo despliega su populismo de emergencia y rescata las medidas del cristinismo que ayer demonizaba. Como el dólar electoral financiado por el Fondo, los subsidios al consumo tienen fecha de vencimiento, al día siguiente del eventual balotaje. Para después, queda el endeudamiento récord, el ajuste y el presagio de un empresario que votó a Macri y se para en las antípodas del kirchnerismo: “Con Roberto Lavagna, podría haber ganancias para las empresas e inversiones. Con Cristina o Fernández, puede haber ganancias para las empresas pero no inversiones. Y con Mauricio, no puede haber ni ganancias ni inversiones”.