La revancha de Macri, la estrategia de Cambiemos y una diferencia para sumar a los agnósticos
-Mauricio, acá la prioridad sos vos. Tenemos que ver cómo hacemos para ayudar. Yo no puedo ser gobernador con Cristina presidenta. Con Milagro Sala en la provincia, termino preso yo.
Gerardo Morales abrió la charla en Villa La Angostura, hace dos semanas, con un planteo que sorprendió a todos los comensales, incluido el Presidente. Acostumbrado a recibir críticas y reclamos del radicalismo, Mauricio Macri sólo tuvo que acotar dos palabras, en rechazo a cualquier aire de independencia.
-Imaginate Vidal.
La escena que relatan los presentes en el almuerzo de Cumelén es por demás ilustrativa. Unida por la convicción y el espanto, la alianza Cambiemos empieza a remontar una campaña difícil, sin garantía de éxito. Con el adelantamiento en provincia de Buenos Aires como disyuntiva, la meta primordial es también la tarea más ardua: sostener el deseo de un Macri que va en busca de la reelección, con la economía real escupiendo sangre. Después de tres años de fracaso en una zona donde el seleccionado de financistas que operó el tablero de control con el PRO se decía infalible.
Los peores presagios asaltan a la mesa chica del oficialismo y no todos exhiben el temple de un Marcos Peña que no se deja gobernar por la realidad amarga que muestran las estadísticas oficiales.
A diferencia de Alfredo Cornejo en Mendoza, el gobernador de Jujuy es uno de los que se ve con margen para pegarse al Presidente o ir separado, de acuerdo a las necesidades y la táctica que se defina en el TEG de Casa Rosada. Eso no impide que contemple un escenario de lo más oscuro para el corto plazo, con el eventual regreso de Cristina Kirchner al poder y con un futuro que incluso lo ponga a él entre rejas. Radical de mano dura, enfrentado hasta con la CIDH, Morales se imagina víctima de revanchismo, con una justicia provincial que se maneje a dedo y con todas las garantías vulneradas. Justo lo que denuncian ahora en Jujuy sus contrincantes en el caso de la jefa de la Tupac, que lleva tres años y 11 días detenida.
También Horacio Rodríguez Larreta, otro de los que escucharon a Morales con agrado, puede ir a las urnas sin problemas el mismo día que Macri. Es un gesto doble, que le permite mostrarse alineado sin fisuras y dormir -al mismo tiempo- las ambiciones de Martín Lousteau en la Ciudad, un candidato que podría afectarlo bastante más con comicios desdoblados.
Los peores presagios asaltan a la mesa chica del oficialismo y no todos exhiben el temple de un Marcos Peña, que no se deja gobernar por la realidad amarga que muestran las estadísticas oficiales.
Pese a todo, Macri va en busca de su segunda oportunidad. Dicen en el oficialismo que lo hace porque quiere revertir la imagen que dejará en estos años de penuria y sacrificio. Aunque cueste verlo con su andar displicente entre la Angostura y Chapadmalal, el Presidente tiene un sabor amargo en la boca. Y piensa que un nuevo mandato, como el que le abrió la puerta al éxito en su club, puede darle la revancha.
Macri y Peña se abrazan a la recuperación que Nicolás Dujovne y Christine Lagarde esperan para el segundo semestre. ¿Para qué apurarse y adelantar, si lo mejor está por venir?, se preguntan.
Para María Eugenia Vidal, está claro, lo mejor sería adelantar las elecciones en su distrito, con múltiples beneficios. El primero, poder discutir, en un set imaginario, con lo que hizo Daniel Scioli durante sus ocho años de gestión en la provincia; el segundo, romper la alianza que cree circunstancial entre los intendentes del PJ y la senadora bonaerense; el tercero y fundamental a la hora de pulsear en Olivos, el auxilio que sería para el Presidente y el gobierno cortar una seguidilla de nueve elecciones que la oposición planea hasta junio, en una antojadiza rayuela hacia el poder central. El vidalismo lo grafica de manera tajante: con CFK en la boleta, hasta Walter Festa puede ganar en Moreno.
Para votar recién en agosto y octubre, Macri y Peña se abrazan -en cambio- a la recuperación que Nicolás Dujovne y Christine Lagarde esperan para el segundo semestre. ¿Para qué apurarse y adelantar, si lo mejor está por venir?, se preguntan. Y el cosquilleo entra enseguida en el ala política.
Cambiemos enfrenta un test mucho más dificil del que hubiera imaginado, antes de que el castillo de naipes del gradualismo se viniera abajo. Pero no pierde las esperanzas. A favor, las consultoras que trabajan para el oficialismo registran dos activos que sus votantes le reconocen, sean ciertos o no: la seguridad como prioridad y la obra pública como bandera, más allá de que el ajuste achicó feo las partidas en 2018 y amenaza repetir en 2019.
Aunque la disciplinada Elisa Carrió se retuerza entre la envidia y los residuos de su extinto progresismo, hoy lo que más sirve a la campaña oficialista es el rostro inflexible de Patricia Bullrich. La contracara que lastima las chances de la alianza está en la inflación histórica de Macri, la caída profunda de la actividad, el sueldo que queda corto 10 o 15 días antes de fin de mes, el consumo deprimido, las tasas voladoras recesivas y un tema que desde 2003 no irrumpía como preocupación: el desempleo. El Presidente y su núcleo de acero pueden atenderlo o no, pero los números de las encuestadoras que trabajan para la Casa Rosada se lo vienen marcando con insistencia. Los que confiesan el miedo a perder el trabajo eran apenas el 16% antes de la crisis y ahora son el 30%. En los últimos ocho meses, la palabra desocupación duplicó su importancia en el imaginario social.
Los que confiesan el miedo a perder el trabajo eran apenas el 16% antes de la crisis y ahora son el 30%. En los últimos ocho meses, la palabra desocupación duplicó su importancia en el imaginario social.
¿Cuál es la otra ventaja para Macri que computan en los círculos amarillos? La oposición: dividida, gobernada por la figura excluyente de Cristina y sin novedades para ofrecer, hasta ahora, en el mapa electoral. El tiempo corre y el peronismo permanece en un esquema funcional a los deseos del Presidente. Para algunos, todavía hay tiempo, pero para otros ya es tarde, sobre todo si se compara con las presidenciales de 2015.
Suele decirlo Juan Germano, el director de Isonomía. En 2014, se consolidó una tendencia irreversible, con un Sergio Massa que se desinflaba y un Macri que crecía a ritmo sostenido, como nuevo candidato de la oposición. En 2018, en cambio, no apareció en el hemisferio opositor ninguna sorpresa y el ingeniero cuenta con esa ventaja inestimable: no hay nada nuevo que se le oponga. Sólo la nostalgia que provoca el propio Mauricio a fuerza de amarguras puede devolverle a Cristina una franja del electorado que la abandonó.
En los números que circulan entre Casa Rosada y La Plata, hay coincidencia. Macri llega al umbral de las elecciones con un 30 por ciento de adhesiones. El 20 % es el núcleo duro de la fe ciega y la rabia antikirchnerista, el otro 10% reconoce que está peor con Cambiemos en el poder pero maldice ante la posibilidad de que CFK retorne al gobierno. Igual que para el cristinismo, la diferencia la va a sacar el que logre mostrar un rostro de mayor apertura, capaz de sumar a un perfil de votante que distinga a la política y a la economía de la religión.