Fernández quiere ser Kirchner pero se perfila para ser Duhalde
Aunque todavía usa un número de teléfono que delata su origen de funcionario duhaldista, Alberto Fernández se cree predestinado a continuar la obra de Néstor Kirchner. Diez meses después de asumir la máxima responsabilidad ejecutiva, el Presidente no logra todavía dominar la nostalgia que le provocan los primeros años de la resurreción kirchnerista. Pudo verse la semana pasada en las lágrimas de la presentación del libro “Néstor, el hombre que cambió todo”, pero se advierte más aún en la dificultad del profesor de Derecho Penal para interpretar el momento histórico pleno de dificultades que le toca afrontar.
Fernández coronó el viernes pasado con una corrida contra el peso una cadena de sinsabores que dejó expuesta la fragilidad del Banco Central, las diferencias en el oficialismo y la debilidad del gobierno para avanzar ante un frente social-empresario que le fija límites en todos los planos: desde la calle hasta la Corte, desde la City hasta los medios, desde el Congreso hasta la liquidación de los dólares de la cosecha.
La crisis se agravó después de la exitosa reestructuración de la deuda, justo cuando -se suponía- el gobierno estaba en mejores condiciones para iniciar una remontada. A menos de un mes del cierre de un canje al que entraron el 99% de los acreedores, los bonos reestructurados cayeron en su cotización y ya no rinden 12 de Valor Presente Neto sino 18. La brecha del dólar paralelo con el oficial sigue escalando hacia las nubes y, según dicen entre las consultoras del mercado, el deporte nacional es robarle las reservas al Central. Lo hacen los importadores que sobrefacturan, las empresas que cancelan las deudas que contrajeron durante la aventura de Mauricio Macri y hasta los empresarios afines que dicen estar invirtiendo pero piden el doble de dólares para pagar máquinas que valen la mitad.
La brecha del dólar paralelo con el oficial sigue escalando hacia las nubes y, según dicen entre las consultoras del mercado, el deporte nacional es robarle las reservas al Central.
Por qué pasó es materia de discusión, aunque todos coinciden en que el BCRA no podía seguir rifando reservas. Sin embargo, las medidas anunciadas por Miguel Pesce el día que se presentó el Presupuesto hicieron volar por los aires los números de Martin Guzmán y el temblor permanece, a la espera de que las grandes aceiteras aporten un respirador artificial en un contexto que no ayuda. “Con esta brecha no te van a liquidar ni aunque les bajes 10 puntos las retenciones”, dicen desde la oposición.
Pese a que nadie puede sostener con seriedad que el tipo de cambio oficial esté atrasado, la inestabilidad es la que genera la sensación de que cualquier cosa puede pasar y todos buscan huir del peso. Más preocupante que el cuadro que tiene Fernández frente a sus narices, es la escasez de soluciones virtuosas que aparecen en la vitrina de la residencia de Olivos. Las próximas medidas que se anuncian parecen ser parte de la política de “aguantar” y un cambio de gabinete de por sí no resuelve la ecuación de fondo. Si entre los votantes del pancristinismo crece la inquietud ante una crisis que no tiene freno, entre los detractores dicen directamente que el elenco ministerial no tiene idea de dónde está parado. Más control de cambios, desdoblamiento cambiario, una devaluación brusca y hasta un ajuste ortodoxo con el aval del nuevo Fondo figuran en el amplio y contradictorio menú de los economistas que discuten, hacen apuestas y defienden intereses mientras aumentan los precios y la mayoría sufre el deterioro de sus ingresos.
Con Fernández a la cabeza, es el peronismo el que se juega mucho en la resolución de esta encrucijada. La pandemia agravó una recesión que lleva 27 meses pero el oficialismo tiene a favor la deuda reestructurada, el apoyo declamativo de Kristalina Georgieva, un mundo pleno de liquidez y una economía que entró en desindexación, a partir de precios relativos alineados con un tipo de cambio alto, que ajusta sobre sueldos y jubilaciones. El Consejo del Salario que hoy vuelve a reunirse después de una vida buscará recortar una caída profunda en el poder adquisitivo de los pesificados. De acuerdo a datos de la consultora Eco Go, Argentina está entre los tres países que tienen el salario mínimo más bajo de la región, sólo por encima de Brasil y México. Medido en dólares al tipo de cambio oficial -no a lo que marca la cotización paralela-, el ingreso de los trabajadores argentinos que estaba entre los más altos del continente bajó por el ascensor en los últimos 6 años y hoy está en U$S 219 por mes. Desde abril de 2017, el sueldo mínimo se derrumbó en un 58,2%, 20 puntos por encima de lo que cayó en la tierra de Bolsonaro: es más alto en Chile (U$S 416), Ecuador (U$S400), Uruguay (U$S 383), Paraguay (U$S 313), Bolivia (U$S 307), Perú (U$S 260) y Colombia (U$S 228).
En un contexto de lo más delicado, sin embargo, la presión por una devaluación que deteriore aún más los ingresos no cede. Lo dicen incluso entre los empresarios aliados a Fernández: “Alberto quiere ser Kirchner pero a lo mejor le toca ser Duhalde”. La adversidad, la pesada herencia, el rol de Cristina, los golpistas de mercado o la subestimación de los problemas; algo hizo que hoy el Presidente reciba críticas en las orillas irreconciliables de CFK y Héctor Magnetto. Tanto la vicepresidenta como el emprendedor insaciable que le arrancó Telecom a Macri esperaban, de Fernández, otra cosa y el exjefe de Gabinete ahora parece sin horizonte, como si estuviera condenado a ser un intervalo antes de un final desconocido.
Para algunos, Venezuela es una postal anticipada de lo que viene, no tanto por el chavismo expropiador que adivinan los guardianes de la república detrás de cada baldosa sino porque fue uno de los pocos casos que se mantuvo con una brecha tan alta durante años: desde 2007 -cuando perdió el superávit fiscal- hasta 2014, el ultimo año antes de entrar a un régimen de inflación alta. Claro, la Republica Bolivariana tenía los dólares en manos de PDVSA, no como Argentina que depende de la generosidad de las grandes cerealeras.
Tanto la vicepresidenta como el emprendedor insaciable que le arrancó Telecom a Macri esperaban, de Fernández, otra cosa y el exjefe de Gabinete ahora parece sin horizonte, como si estuviera condenado a ser un intervalo antes de un final desconocido.
Si el escenario que fuerzan los catastrofistas del mercado -y el gobierno resiste sin saber cómo- se confirma con una nueva devaluación, quedará a prueba la histórica capacidad del peronismo para encausar intereses en disputa y lograr que el sindicalismo colaboracionista acepte una nueva regulación a la baja.
Aunque en Olivos le prendan velas al ¿retirado? Roberto Lavagna, el nombre que vuelve es el de Jorge Remes Lenicov. El primer ministro de Economía de Eduardo Duhalde acaba de darle una entrevista interesante a Mariano Otalora en la que cuenta su experiencia de cuatro meses en el gabinete que decidió la devaluación del 300% y salió de la Convertibilidad estallada en 45 días. Remes dice que el equipo que incluía a Jorge Todesca, Oscar Lamberto, Mario Blejer, Aldo Pignanelli, Lisandro Barry y Jorge Sarghini no tenía fisuras y había estudiado una alternativa de salida desde 1999, el año en que Duhalde perdió con De la Rúa por hacer campaña contra la criatura que había alumbrado Cavallo. “Nosotros veníamos de la militancia política y trabajando juntos tres años antes. Nos jugábamos y nadie especuló con que nos iba a ir bien o mal. Cuando salimos tuvimos muchas críticas. Con los años, se fue entendiendo y aceptando. Primero entre la dirigencia, que lo que había que hacer era duro pero había que hacerlo. En los últimos 10 años, se empezó a revertir y hoy es el polo opuesto del momento en que salimos. Hay gente que me para. me saluda y me pregunta cuándo vuelvo”, dice. Unos meses más tarde, recuerda, la economía volvió a crecer con salarios derruidos y entre “15.000 y 20.000 millones de dólares que salieron del colchón”.
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Aunque el escenario actual es muy distinto en varios planos, el economista -que se retiró joven y se dedica a dar charlas y clases- exhibe una sensación ambigua ante el rol de los políticos: los critica pero los considera el único vehículo posible para resolver una crisis estructural. El ministro de la pesificación asimétrica dice que “la dirigencia política carece de análisis económico” y sólo “reacciona” ante “los cracks”, “cuando se está al borde del precipicio”. “Es una mezcla de soberbia y también de ignorancia (...) Primero hay que ganar y después vemos. Entonces ¿qué pasa? Se va creando una conciencia milagrosa de la economía en la población”. A Remes le tocó actuar en el duhaldismo el papel de mártir que nadie quiere y decidió no dar más entrevistas sobre temas de coyuntura debido a que, según dice, no es un comentarista ni está estudiando una alternativa, como lo hizo en su momento. “Lo único que puedo decir es que sí hicimos lo que hicimos fue gracias al acuerdo político, a que Duhalde y Alfonsín se pusieron de acuerdo. A partir de ahí, se pudo hacer un acuerdo implícito con la Mesa de Diálogo, con los ruralistas, con la UIA y con la CGT. Sepamos que estamos en una situación complicada. Si no hay acuerdo político y después con los sectores sociales y económicos, la salida será traumática”, afirma. Por último, deja dos opiniones sobre el manejo del poder. Dice que cuando se es gobierno, “hay que hacer uso del ejercicio de gobernar” y “más en un momento crítico. “O ejercés o te vas a tu casa”, remarca para después enfatizar que el ministerio de Economía tiene que tener el poder, “no se puede repartir” y el Central debe “trabajar al unísono” y “dejarse de embromar”. Tal vez a Fernández le serviría escucharlo, si no quiere repetir la peor parte de la historia.