Fernández define de entrada qué tipo de gobierno puede hacer
Al lado de Alberto Fernández saben que no habrá tiempo de gracia. La paciencia social se estiró durante los cuatro años de Cambiemos en el poder, un ejército de heridos demanda compensaciones y los abnegados oficialistas de hoy serán, desde el 10 de diciembre, una oposición desafiante. Sin embargo, la confianza de los propios en el presidente electo es elevada y son pocos los que se creen con su cargo asegurado. La capacidad del sucesor de Mauricio Macri para tejer alianzas en todos los frentes viene de ser refrendada y nadie en el corazón del albertismo piensa que la relación con Cristina Fernández pueda verse resentida. Contra lo que circula en el afuera, los íntimos del ex jefe de Gabinete muestran una fe ciega en ese lazo, la base del acuerdo que le permitió al peronismo aterrizar otra vez en el poder. Discrepancias y vetados al margen, la mayoría entiende que la sociedad exitosa que acaba de reeditarse no se puede quebrar: a nadie le sirve almorzarse la cena.
En el juego de las subestimaciones mutuas, se pueden minimizar las virtudes del rival pero es peligroso subestimar el voltaje de la crisis. Extraño caso de la división del trabajo, altos políticos del fernandizmo prefieren no interesarse demasiado en la encrucijada económica. También confían en que Fernández sabrá pisar el campo minado que le sembró Macri y lograr una renegociación exitosa de la deuda. Como si no hubiera registro de un modelo agotado que acumula una década de bajo crecimiento y recesión, con restricción externa y marginalidad en ascenso, son mayoría los dirigentes que quieren ocuparse de los pobres pero se desentienden de las razones estructurales de la crisis. La pesadísima herencia de Cambiemos inquieta más a los economistas que orillan el Frente de Todos y son conscientes de que será necesario desactivar una bomba de tiempo.
Alianza en pleno desbande, el frente antikirchnerista que acaba de perder el poder resulta un archipiélago del sálvese quien pueda. Horacio Rodríguez Larreta no lo dice todavía, pero quiere que a Fernández le vaya bien. Es la forma de jubilar definitivamente a un Macri que abonará la ficción de jefe opositor por lo menos por un tiempo, a la espera de un fracaso ajeno que logre relativizar el suyo. A la hora de definir los nombres de su gabinete, el jefe de gobierno porteño se cansó de negarle espacio a los parias del macrismo que perdieron su trabajo en la Nación y la Provincia. Salvo dos ministros que se van y algunos asesores que ingresan en puestos secundarios, no hay lugar para perdedores. En el PRO municipal, miran con distancia el experimento del Frente de Todos: respetan el oficio del peronismo para gobernar la crisis pero advierten que vienen meses de turbulencia que pueden condicionar de entrada al gobierno entrante. Por eso no dan a Macri por retirado y no descartan que Marcos Peña quiera volver hacia 2021 con las ínfulas de la nueva política. Habrá que esperar por lo menos seis meses para ver qué tipo de gobierno es el que puede hacer el Frente de Todos.
Horacio Rodríguez Larreta no lo dice todavía, pero quiere que a Fernández le vaya bien. Es la forma de jubilar definitivamente a un Macri que abonará la ficción de jefe opositor por lo menos por un tiempo, a la espera de un fracaso ajeno que logre relativizar el suyo.
Si Fernández no anunció públicamente el nombre del ministro de Economía es porque todavía busca encontrar al indicado. A un lado y al otro de la polarización, descuentan que al primer gabinete le será difícil superar la prueba de fuego inicial. Habrá más fusibles que superministros.
El presidente electo no define prioridades claras, envía señales contradictorias en la política y no puede conformar a todos. Pero empieza a dibujar con más nitidez el trazo grueso de la reestructuración con los acreedores. En línea con el planteo del argentino Martín Guzmán, Fernández dice que no quiere más plata del Fondo, anticipa que no podrá pagar ni capital ni intereses de la deuda, pide tiempo y se encamina a una renegociación dura con los bonistas. Dicen los especialistas que la nostalgia no sirve para gobernar: nombres que tuvieron éxito en otro contexto global -y personal- hoy pueden fracasar. Hacen falta tanto la experiencia y la claridad como la energía para poner en práctica una pulseada con actores globales acostumbrados a ganar siempre. Del equipo económico que elija el profesor de Derecho Penal de la UBA dependerá la estrategia fina para evitar el default en un camino de cornisa. También el margen de una política doméstica que está llena de buenas intenciones, pero no muestra las efectividades conducentes. La transición interminable está a las puertas del final. El peronismo de los Fernández llega al gobierno con una crisis irresuelta y se juega, en sus primeros pasos, gran parte de su capital.