El regreso bélico del eterno Hugo Moyano, un león herbívoro que se hartó de que le pisen la cola
Tenía todo armado para cuidar a sus nietos, ocuparse de Independiente y delegar en sus hijos el poder sindical que edificó en las últimas tres décadas. Había llegado al final de un camino largo, en el que reunía un liderazgo único, un capital político/económico envidiable y un reverencial respeto de los empresarios, horneado en años de conflictos que -después del fuego- siempre encontraban un cauce.
Tenía, además, sobre sus narices un límite tan biológico como político. Superada la barrera de los 70 años, no había logrado el más ambicioso de sus objetivos: transformar su poder gremial en trampolín para el salto que le permita al sindicalismo dejar de ser la columna vertebral del peronismo y ser, alguna vez, la cabeza. La apuesta le había salido tan mal que después de su actuación protagónica durante los gobiernos de Menem, Kirchner y CFK había derivado en una foto con Macri al lado de una estatua de Perón, en plena campaña presidencial.
Aunque reconocerlo era imposible, Moyano estaba afuera y no tenía margen para hablar. De vuelta de todo, para agrado de muchos y lamento de sus fieles, sus mutaciones lo habían convertido en un león herbívoro. Por eso, intentó armar un triunvirato; por eso, no alentó medidas de fuerza contra el nuevo gobierno; por eso, se metió en la AFA; por eso, dejó a sus hijos como variantes de una estrategia en la que él aparecía de salida.
Pero el Presidente lo obligó a retornar. Por la necesidad de erosionar convenios como el de Camioneros, a cambio de las facilidades para OCA, como si desconociera la historia por completo, el hijo de Franco encomendó a su ministro de Trabajo para que le reclame lo imposible, por todas las vías: que apoye la flexibilización laboral que ni los Gordos de la CGT se animan a defender.
El ex alcalde porteño, que tan bien se llevaba con Moyano, convalidó las investigaciones de la Unidad de Información Financiera, cuando las cabezas de los sindicalistas ruedan hacia las cárceles como principal argumento para que los gremios se muestren dóciles en las paritarias que ya comienzan.
Sentado frente a Gelblung, Moyano recuperó el habla después de dos años en los que había dosificado al máximo sus palabras y había eludido cualquier choque frontal con Macri. En una hora de charla, desplegó su artillería pesada y volvió a pararse en el lugar que había cedido: “Ahora que tienen poder, se quieren llevar todo por delante. Se creen que son los dueños de todo. Eran socios de la dictadura, son vengativos, quieren ocultar los problemas y yo no veo que tengan capacidad”.
El líder camionero volvió a su versión plebeya y dejó atrás la de hace apenas dos años, cuando llamó a Macri “compañero” y dijo, en plena campaña presidencial: “este gobierno al que llaman de derecha, hizo más por los trabajadores que los progresimios”.
Si no hay cambios y nadie cede, la entrevista en Crónica TV será recordada como el inicio de una nueva etapa para el camionero, para el sindicalismo y también para el Gobierno. Moyano se cansó de ver estallar la pirotecnia rival. De sentir los estruendos al lado suyo y de verse mencionado en la lista de la mafia sindical que la administración Cambiemos filtra en los medios afines. De ser un león herbívoro al que, todos los días, le pisan la cola.
Como antes con CFK, un enfrentamiento con el Presidente puede generar pérdidas para todos. Macri pelea contra el obstáculo que representa Moyano para su proyecto modernizador. En términos concretos, porque la logística del país commodity descansa en las ruedas que gobierna Camioneros. Y en términos simbólicos, como imagen de un peronismo que pervive más allá de las elecciones y no se adapta a los nuevos tiempos.
La Argentina de Cambiemos no conoce a Moyano enojado. Aun debilitado, enredado en los problemas de OCA, asociado en el fútbol con Daniel Angelici, con causas judiciales en su contra, todavía conserva lo más preciado: la base de 100 mil afiliados camioneros que, forjada en el último cuarto de siglo, entiende que su Perón es Moyano. Con ellos, todavía puede paralizar el país de Macri y conducir al sindicalismo combativo hacia una ofensiva que hasta el jueves parecía imposible. Con ellos, puede desatar una fuerza ingobernable.