Hay otro recuerdo del 17 de Octubre. No es el nuestro, claro. No es el de los compañeros que en cada lugar brindan, festejan, recuerdan con melancolía o le hacen la V a un cielo que no es tan peronista como el que soñaron hace tiempo. 

Es el de ellos. Los ellos. Esos que esperan el 17 para una humorada irónica sobre la lealtad. Los que te preguntan: "¿Lealtad a quién? ¿A Menem? ¿Urtubey? ¿Vandor, Luder, Firmenich, Cooke?" (el que hayan escuchado sonar tres días antes). Los que te cruzan en un asado y creen que son analistas cuando te miran serios y dicen que "los peronistas están con todos, si tienen lealtad a todos, no tienen a nadie". Los que, ansiosos sobre la fecha, repiten como loros que ya no somos nada, que no hay identidad, que todos peleados y que ya está. 

A veces son historiadores ("la plata que se robó Perón, ¿dónde está?", "Qué Nazi era eh, ¿por qué no cuentan lo de la triple A?"). Otros son simplemente odiosos por naturaleza cronológica (70 años, 12 o 10 según corresponda) y muchos son apenas comentaristas ajenos ("yo de política nada, pero el peronismo...").

Lo que los convoca a todos es el 17. ¿Por qué? Porque el 17 es identitario para todos. El 17 es el principio de un amor correspondido, del momento en el que el Pueblo decide que Perón es su conductor, y en el que Perón acepta conducir a quienes quieren ser artífices de su propio destino.

Es el momento medular de la historia argentina. Es la dignidad del trabajador. Nunca volvió a resonar igual un reclamo de los trabajadores. Nunca el patrón volvió a mandar como mandaba. Fue la irrupción a la luz de una clase invisible con un destino definido por la explotación. 

Es el hecho fundacional de la integración argentina. No fue sólo acceso a derechos, sino a la vida política. A la discusión del poder y el protagonismo en las decisiones. La democracia en el estado más puro. La clase trabajadora, los pobres, los excluidos de siempre pasaban a ser actores fundamentales. Raro el supuesto "fascismo" que repartía el poder. Ayer nomás, 70 años atrás, empezaba todo.

¿Y el de ellos? Esos se definieron por el odio. Lo llamaron aluvión zoológico. Cabecitas negras. Negros de mierda. Subversivos. Choriplaneros. Los marcó a fuego sentir que se terminaban los privilegios. Que tenían que discutir con los que ni miraban. Que tenían que dar lugar a los que no les reconocían ni la existencia. Les dio identidad y los hizo parte de algo tan grande como lo que se creó ese día. Los hizo ser antiperonistas.

Porque a nosotros nos define nuestra identidad, la lealtad de un conductor a los suyos y de un Pueblo a su conductor. Un lazo tan grande que no lo rompe el tiempo, que los enloquece a los que no tienen ningún punto de contacto con lo popular y no pueden comprender que exista legado y pasado en la lógica del presente. Nos define como peronistas y es el paraguas para que cualquier discusión sea nuestra. Fue la llama que comenzó el fuego de los derechos, de la dignidad del trabajo, de comprender que lo mejor que tenemos es el pueblo.

¿Y a ellos? A ellos también. Una identidad irreductible. La que odia primero y pregunta después. La que cree los cuentos que inventó y los repite con sorna. La que nos da por muertos porque nos ven divididos en un capítulo de la historia. Esos también mantienen vivo al peronismo y a su manera saben y sienten lo que no pueden racionalizar: el peronismo es carne viva de la cultura política de un pueblo que no olvida a quien no lo traiciona.