La respuesta de quienes no se sentían contenidos por la figura de Daniel Scioli en 2015 fue un consuelo retórico: “el candidato es el proyecto”. Cuatro años de resistencia sirvieron para que en 2019 ningún sector jugara a perder. Con amagues y retrocesos, el trabajo de unidad desembocó en el triunfo de Alberto Fernández. Ganó con un frente heterogéneo que compartía algunos lineamientos sobre el país que buscaba reconstruir, pero sobre todo tenía una urgencia: sacar a Mauricio Macri de la Casa Rosada. El arte de ganar y la certeza de que sobre la marcha se acomodarían los melones. Cuando el Presidente electo apenas atinaba a mostrar las cartas, apareció la pandemia y le devoró la agenda. Meses más tarde, aún no está claro cuál es el proyecto político, en parte por la coyuntura difícil y los cortocircuitos internos que dificultan las definiciones sobre la orientación ideológica del gobierno. Con nuevas urgencias, la estrategia de hace un año tiende a repetirse: preservar la unidad y esperar.

Alberto, Cristina Kirchner y Sergio Massa fueron las figuras principales para sellar la unidad. Pero los tres sistemas planetarios que representaron en la campaña ahora se mueven en una galaxia con otras posiciones y matices. Máximo Kirchner se convirtió en el aliado principal de Sergio Massa en el barro del pragmatismo. En ambos hay un doble objetivo: trabajar para el gobierno sin relegar sus espacios políticos, porque cada uno tiene su propio proyecto. La Cámpora y el Frente Renovador necesitan preservar su discurso autónomo para que su poder real no se vaya licuando en los próximos años.

La Cámpora nació y creció al calor de un gobierno hiperideologizado, en el que se alimentó de una necesidad concreta del poder político: el sueño de Néstor y Cristina de disponer de una herramienta transformadora. La organización de Máximo Kirchner conoció el frío del despoder durante los años macristas, que igual le sirvieron para reorganizarse bajo la premisa del “vamos a volver”. Su falta de estima recíproca con la mesa chica de Alberto no le impidió copar lugares clave de un gabinete loteado en horizontal, donde las distintas tendencias conviven en casi todas las áreas, en una decisión que desgasta la gestión diaria. La presencia preponderante de La Cámpora era esperable, al igual que las discusiones que se abren entre miembros de la organización y segundas líneas de otros espacios. Lo que sí descolocó es la cautela que ensayan muchos de sus referentes. Apareció el Cuervo Larroque y, ante la mirada incrédula de quienes se nutrieron durante años de criticar la “prepotencia” de los hijos del poder, ensayó una fuerte defensa a la figura del Presidente. Les regaló lo que le reclamaron durante años: mesura.

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El giro discursivo no responde a una traición sino a la evolución de la dirigencia y este rol pragmático que definió Máximo. El desafío es que -entre cuestionamientos de Cristina- ese rol pragmático pueda contener a los militantes de una agrupación cuyo crecimiento exponencial se produjo por el impulso transformador de un gobierno que se nutría de la grieta con el discurso épico expresado en la dimensión de amigos/adversarios. ¿Cómo preservar la euforia militante de los herederos de Perón y de Evita entre citas a Alfonsín en una mesa con el Círculo Rojo? Si el proyecto real de La Cámpora es Máximo, su muñeca pasará por lograr copar las listas pero también esperar su turno callados.

Con menor ruido interno por las fluctuaciones ideológicas, una disyuntiva similar aparece en Massa, que sale cada tanto a diferenciarse por derecha para mantener viva la agenda histórica del Frente Renovador. El sugestivo perfil bajo que mantiene el presidente de la Cámara de Diputados probablemente no se sostenga a medida que se acerquen las elecciones legislativas, donde usará su fuerza para meter jugadores en pos de su propio proyecto.

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Alberto hoy hace equilibrio entre Cristina, Máximo, Massa, las líneas internas minoritarias y enfrenta los cuestionamientos de una oposición que mira 2021. Todos los golpes van dirigidos a él, en un gabinete de ministros con poco volumen político. Alberto y diez más. Mientras se dedica a lidiar con la pandemia y administrar tensiones, evita dar pasos que acentúen las diferencias en una coalición en la que conviven diferentes proyectos políticos. Por eso la respuesta es fugar hacia adelante. Pero la incertidumbre genera impaciencia y no resuelve las tensiones de hoy, cuando este gobierno es el único proyecto posible.