El debate comenzó varios días antes, cuando de la nada nos enteramos que Cristina Fernández de Kirchner había escrito. Que había escrito un libro. Y que ese libro se había publicado. Que sí, que no, que puede que no sea ella misma –el día que se enteren que el 100% de los libros de políticos y buena parte de los periodísticos son escritos por anónimos mal pagos, se sorprenderán–, que por lo que dice en algunos párrafos no quedan dudas, que cuando recordás la carta que le escribió al Papa te cuesta entender cómo terminó la primera página. 

Un buen día nos enteramos que en el negocio librero son capaces de vender el alma con tal de salvar el año. Como nosotros, pero más caro. Y el libro de Cristina salvó el año de una editorial y de varias librerías. Como broche de oro, nos cuentan que la ex presentaría su gran obra en la Feria del Libro de Buenos Aires. 

Debate va, debate viene, ahora sobre si la Feria debía prestarse para una campaña política, cuando por la misma ya habían pasado Martín Lousteau y Axel Kicillof a hacer de las suyas bajo el amparo de haber publicado libros. En lo personal, creo que la Feria no debería prestarse a eso en ningún caso, pero no fue la opinión compartida por la presidenta de la Fundación El Libro, María Teresa Carbano, quien acompañó a Cristina en el panel de expositores a su derecha. A la izquierda de la ex estaba sentado Juan Boido, actual mandamás de Pengüin Random House, multinacional dueña de los derechos de publicación de los libros de Jorge Luis Borges y que accedió a su cargo luego del alejamiento de su predecesor, Pablo Avelluto. Cosas de la vida: Avelluto fue el centro de una protesta insólita en la inauguración de la Feria, cosa que según Carbano no sucedería, dado que evaluaron una por una las invitaciones para evitar otro escándalo ocurrido en 2018. 

El clima pintaba perfecto. Muy a pesar de quienes creen que una lluvia podría arruinar un evento, quienes gustan de los momentos épicos sienten la caída de agua como el condimento ideal para convertir cualquier acto humano en la batalla de Passchendaele. Muchos chicos extrañaban ese tipo de fiestas, otros tantos nunca habían tenido la oportunidad por una cuestión de edad. 

Cristina apareció con un semblante que en los últimos tiempos los colegas han empezado a llamar «edulcorado». Su exposición incluso no tuvo ningún golpe bajo para el escándalo. 

¿No tuvo?

Pedir un nuevo contrato social en la Argentina –y en cualquier país occidental desde el siglo XVIII– implica una sola cosa: una nueva Constitución. Cuidó las palabras, pero básicamente es eso, ya que la Constitución Nacional es nuestro contrato social. Muchas críticas hacia la carta magna de parte de una de sus autoras –Cris fue convencional constituyente en 1994, al igual que Lilita Carrió, Graciela Fernández Meijide, Gildo Insfrán, Antonio Cafiero, Palito Ortega y Evangelina Salazar– que no son dichas con todas las letras. Al menos no en la Feria del Libro. La semana pasada, no más, Mempo Giardinelli contaba públicamente que un grupo de intelectuales kirchneristas se encuentran trabajando para darle impulso a una nueva reforma de la Constitución Nacional. Poco amigo de los eufemismos, manifestó la necesidad de eliminar el Poder Judicial. Mempo no es parámetro, ya que también sostuvo que la división de poderes es una idea impuesta por el liberalismo para equilibrar la democracia, confundiéndola con la república. Pero el problema no es Mempo, sino que Cristina también lo cree. Edulcoradamente. 

Es interesante cómo Cristina volvió a demostrar las ganas permanentes de exhibir la creación de la pólvora para encubrir la destrucción de un logro conseguido por la humanidad occidental tras siglos de cruentas guerras para llegar a un consenso básico en el cuál no hay ni amos ni esclavos y en el que el ciudadano acepta ceder parte de sus libertades al Estado a cambio de que éste le garantice el ejercicio del resto. ¿Cómo sería posible esa garantía sin un Poder Judicial? Oka, ahora no funciona. Pero si una persona sufre del corazón, ningún médico recomendaría extirparlo, sino buscar la forma de sanarlo. Quizá el gran cambio que nos vienen a proponer es un contrato social con el que sí puedan cumplir, uno que diga que hay pueblo y antipueblo, una plataforma en la que quede por escrito que si sos funcionario y la Justicia te absuelve hay que respetarla, pero si te procesa es un golpe de Estado retroactivo. Una tabla en la cual quede claro que lo que importa es el Poder por el Poder mismo y el resto importa poco. Pero con Stevia. 

Viva, Cristina habló de Donald Trump como un modelo de que ella tenía razón al cerrar la economía y, del mismo modo, puso en un brete a los liberales economicistas que ya no pueden explicar cómo se puede llamar liberal a un tipo que cierra las importaciones y aprieta empresas para que produzcan en su país. Quizá sea una corriente liberal morenista que desconocíamos, pero todos sabemos que, en relaciones internacionales, para un peronista no hay nada mejor que un nacionalista megalómano. La mala: la economía de Estados Unidos puede darse el lujo de vivir con lo suyo en base a un poderío industrial sin igual en el mundo, mientras que las mejores fábricas argentinas pertenecen a empresas extranjeras. La buena: el amorío de los Kirchner por los republicanos quilomberos pareciera intacto y hasta provocó cierto dejavú a 2004, cuando Néstor pedía la intermediación de George W. Bush ante el FMI. 

Entre quienes se encontraban presentes a nadie le llamó la atención nada, ni un Felipe Solá con cara de circunstancia, ni un Jorge Dorio riéndose hasta cuando no escuchaba, ni un Roberto Baradel al borde de la emoción. Afuera, un grupo de feligreses le explicaban a María Eugenia Duffard lo que opinaban de los derechos a trabajar y a la libertad de expresión. Con carteles que rezaban “Jueces y fiscales cómplices de los usurpadores del Poder” -usurpadores, sí- le hicieron la vida imposible en cada intento de cobertura. Maru la pasó mal pero se lo tomó con soda. Al menos no la mandaron al hospital como a Julio Bazán. Edulcorados, vieron en Duffard a Clarín, y en Clarín a los responsables de que hoy haya usurpadores en la Casa Rosada. No vieron culpables ni en Felipe Solá que en 2015 jugó con Massa, ni en Baradel que le clavó veinte paros en un año a Daniel Scioli, ni en Jorge Dorio, que conducía el 678 que ponía a Scioli como candidato de los Fondos Buitre junto a Massa y a Mauricio Macri. El edulcorante hace mal a la memoria a mediano plazo. 

La versión edulcorada de Cristina, finalizada la exposición, se acercó bañada en Chúker al público que aguardaba afuera del pabellón Frers, temporalmente denominado Sala Jorge Luis Borges durante el tiempo que dura la Feria. Allí comenzó a mover la mano como quien sostiene una batuta mientras el público cantaba “Sinceramente les copamos la Rural”. El edulcorante venció. 

Entre las cosas notables vividas ayer quedarán para la historia los picos de rating, algo de lo que muchos antikirchneristas culparon a los medios por darle espacio. Si bien es cierto que parecía una cadena nacional, también es cierto que era noticia y que nadie puede darse el lujo de abandonar la pelea por el rating. Sin embargo, algo de picardía hubo: mostrarla fue casi un deseo para quienes sueñan con que la reaparición de Cristina, sus declaraciones fundacionales, las caras de siempre en las primeras filas, los violentos de siempre volviendo a hacer de las suyas frente a las cámaras, y los cantitos de odio de clase hacia cualquier millonario que no sea la ex, sean todos factores que vuelquen al electorado a la ratificación del desencanto por sobre el pavor. 

Pero con edulcorante.