De Mataderos a la City: Quintana, el CEO que sacrifica Macri para complacer al mercado
20 días después de desprenderse por fin de sus acciones de Farmacity para disipar dudas de su compromiso con el proyecto del presidente Mauricio Macri, las presiones para que dejara su cargo eyectaron a Mario Quintana de la jefatura de Gabinete. Se rumorea que el intérprete del sueño americano en el macrismo nacido en Mataderos vuelve a la actividad privada y abandona -hasta nuevo aviso- la fantasía de ver su nombre en la cabeza de una boleta electoral.
Con 51 años y un patrimonio de 65 millones de pesos declarados, Quintana abandona ahora el núcleo de acero del poder amarillo en el que inició su carrera política de la mano del jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, a quien conoció en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, que lo convocó a la Fundación Pensar, ese centro de optimismo amarillo que hoy -y siempre- ve la luz al final del túnel.
"Durante muchos años yo viví muy escindido. Esto no lo conté nunca en público y quizá es una patinada grande, pero bueno, ya empecé, no puedo frenar. Yo tuve una juventud muy volcada a lo social y a lo religioso. Laburaba en las villas, iba a los grupos misioneros y ahí conocí a la mujer de mi vida, Ana Isabel, que es hoy mi esposa. Yo tenía 19, ella tenía 17 y fuimos a misionar juntos. De la misión, "Anabel” volvió embarazada. Para mí fue una bisagra y me dediqué los siguientes veinte años a ganar plata, a bancar a la familia, a hacer negocios. Pero los primeros diez años no la pasé muy bien. Engordé 30 kilos, fumaba dos atados por día, habanos después. Caí adicto a la comida, al tabaco y al juego. Me pasé muchas noches en bingos y casinos mientras mi mujer cuidaba a los hijos”, cuenta él mismo sobre sus inicios.
Fundador de Farmacity en 1996 junto a Dirk Donath, Douglas Albrecht y Fernando Fronza, convirtió a su emprendimiento en la cadena farmacéutica más grande del país. Le tiene cariño a su creación -que vende desde medicina hasta golosinas- y le costó dos años desprenderse del paquete de activos. Como consuelo, asume que resistió todo lo que pudo: Elisa Carrió -a modo de fuego amigo- lo invitó a vender todo y Jorge Lanata lo sepultó con un informe. No le quedó otra.
Disfruta el poder pero rechaza los micrófonos. Como vicejefe de Gabinete, tuvo hasta las últimas consecuencias la mayor confianza del presidente, quien lo consideró "sus ojos” y, cuando le tocó irse de forma anticipada, recibió el premio consuelo de un cargo como "Fiscalizador de empresas públicas”. Sin embargo, a diferencia de su igual, Gustavo Lopetegui, decidió dar un paso al costado. No le gusta estar donde no lo quieren.
Gerente de buena parte del lobby empresarial dentro del Gobierno, entró en conflicto desde temprano con el ala política del Gobierno. Aunque Macri eligió su consejo varias veces por encima del de los experimentados Rogelio Frigerio y Emilio Monzó, el mercado pidió una solución política a una crisis que le adjudican a los que apostaron siempre a la grieta con el kirchnerismo, encabezados por Marcos Peña y seguido por el tándem de la vicejefatura de Gabinete.
De Mataderos a la City, Quintana nunca privilegió el currículum por sobre la calle y no temió confrontar con los tecnócratas. De esa manera, en diciembre de 2017, cuando los votos habían acompañado al proyecto de los globos amarillos en casi todo el país, se metió en la tierra hostil de la política monetaria de Federico Sturzenegger y sepultó las metas de inflación del doctor en economía del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Abrió la economía al consumo y soñó con recuperar el sistema de créditos y mover una economía que, aunque crecía, estaba bastante quieta.
La maniobra le costó caro. Los economistas y el mercado pidieron su cabeza y su nombre se convirtió en sinónimo de crisis, lobby e ineptitud. Hoy, vuelve al llano sin lograr el cambio que esperaba. Quintana enterró este martes al candidato que no logró ser.