Cristina presidenta, el poder después del poder
Algunos de sus colaboradores se lo proponían, a manera de provocación. Le pedían que fuera a la Casa Rosada, por lo menos un rato, para infartar a sus odiadores seriales y deleitar a los aplaudidores que están de regreso, después de una temporada de ocio. Pero Cristina Fernández de Kirchner dijo que no.
Aún con la autoestima “demasiado elevada” como acaba de reconocerse, la vicepresidenta se toma muy en serio su rol y no quiere dañar la imagen del Presidente que inventó. La visita oficial de Alberto Fernández a Israel le devuelve por unos días la centralidad y el poder formal pero, ella lo dice, no puede ser leída ni por un instante como un intercambio de papeles que están claros. Lo mismo sucederá cuando el sucesor de Mauricio Macri vuele a ver a Francisco.
En estos días más que nunca, CFK intentará evitar cualquier movimiento que pueda dañar la autoridad del ex jefe de Gabinete. Por lo menos, si cumple con lo que pregona y deja trascender. En su debut estival, para explicar la postura de la hora, a la ex presidenta le atribuyen una frase de reminiscencias papales: “Hay que cuidar a Alberto”.
Dueña de la mayor parte de los votos que le devolvieron el gobierno al peronismo, Cristina es doblemente responsable. Por un lado, debe amoldarse al segundo plano que ella misma eligió para no lastimar el rol que Fernández asume y construye cada día, a una velocidad considerable. Por el otro, sabe que su destino y el de su gente también están atados a las chances del Presidente de remontar un escenario de caída libre. Guste o no, si a Alberto le va mal en su intento por revertir la crisis profunda, ella tendrá su cuota de responsabilidad por haberlo elegido a dedo.
Cristina sabe que su destino y el de su gente están atados a las chances del Presidente de remontar un escenario de caída libre
La vicepresidenta vuelve a ocupar la cima del Ejecutivo después de una vida, un largo desierto en el que se vio arrinconada como nunca antes y logró burlar todos los pronósticos y subestimaciones. Aunque siga siendo la misma, regresa al poder distinta, como parte de un frente más amplio y en otra estación de su largo recorrido. Es un nuevo lugar que surge de un tiempo interior, nacido del cansancio y la soledad con la que terminó su mandato de 2015 y fue a perder en la provincia contra el macrismo, hace poco más de dos años.
El poder que se reservó Cristina no depende de un acta de traspaso ni de un escribano. Diseminado en el gobierno nacional, concentrado en el Congreso y la provincia de Buenos Aires, apunta al mediano plazo que, mientras gobernaba, no quiso o no pudo tener en cuenta. El desafío es gigante: pensar a cuatro años en medio de la urgencia. Lo vive Axel Kicillof, al que considera su mejor heredero y el blanco de las mayores críticas por ser el continuador más nítido de su proyecto y su lógica.
No sólo la responsabilidad doble de la ex presidenta se explica por el momento político y económico que atraviesa el país que eligió a los Fernández por sobre el empecinado Macri. También hay huellas personales como el papel no positivo que jugó Julio Cobos, en medio del conflicto por la 125 con el ruralismo en pie de guerra. Por haberlo sufrido, dicen que CFK no se olvida cuáles deben ser el rol y las atribuciones del vicepresidente. Más allá de los cargos formales, tampoco padece con la misma intensidad la feroz abstinencia que Néstor Kirchner experimentó después de cederle el gobierno a ella, cuando no pudo acertar en la forma de ubicarse, por primera vez en un rol secundario y con límites.
Hasta en los fríos despachos del primer piso de la Casa Rosada, el peronismo que fue y volvió se lo reconoce y le agradece. “En los primeros cuarenta días de gobierno, casi no habló ¿qué más le podemos pedir?” se preguntan.
Eso no quiere decir, por supuesto, que no existan diferencias. Puede advertirse en tempranas rebeldías como la de Sergio Berni en materia de Seguridad. O en la opinión de cristinistas puros como el senador Oscar Parrilli y -más claro todavía- el ministro Eduardo De Pedro, que consideran “presos políticos” no sólo a Milagro Sala sino también a los ex funcionarios kirchneristas y los ponen en el mismo plano que a los militantes de la década del ‘70, detenidos durante la última dictadura.
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Hay, también, cuestiones menores. La lista de vetados para el nuevo organigrama de gobierno todavía duele en almas sensibles del albertismo que se lamentan por los soldados caídos en la batalla. Actores que se apuraron a sepultar a la vicepresidenta en el pasado y se abrazaron a sus enemigos ahora pasan sus días a la sombra: al menos no corren el riesgo de terminar presos. Dicen en Balcarce 50 que Fernández piensa insistir con algunos de ellos más adelante, si los resultados aparecen y el tiempo sigue curando heridas. Todo es parte de esa negociación discreta entre accionistas principales.
A partir de un hecho concreto y cierto, el segundo plano por convicción de la vicepresidenta, puede resultar lógica incluso la diferencia de perspectiva. Mientras habitan cerca de Alberto los que quieren creer que Cristina “se está despidiendo”, en el Instituto Patria la ambición de poder persiste solapada por la “paciencia oriental” que recomendaba Kirchner en sus momentos de paz.
Dicen cerca de la ex senadora que al Presidente la construcción de poder ni le interesa ni le sale, por más que esté a cargo del Ejecutivo. Pese a esas minucias, a un lado y al otro, la sociedad de los Fernández funciona mejor de lo esperado y no es poco. La emergencia ordena y disciplina, hasta nuevo aviso, todo lo que no pudo el tiempo de la abundancia.