Los que frecuentan a Luis Caputo lo dicen, como si la turbulencia no se hubiera devorado ya al reformismo permanente. El presidente del Banco Central no se muere por estar sentado en el amplio despacho del segundo piso, en Reconquista 266. Al ex ministro de Finanzas le tocó ocupar el rol de un Federico Sturzenegger que se creía en su mejor momento y se tuvo que ir amargado, justo cuando se preparaba para relanzarse con el respaldo del nuevo blindaje. Fue Mauricio Macri el que le pidió a “Toto”, por la confianza que le extiende ser primo de Nicolás Caputo, que se haga cargo de frenar una corrida que ahora regresa. Sturzenegger se fue quejándose de la artillería de Mario Quintana que lo destripaba en los medios amigos del Gobierno y Caputo llegó, quizá sin saberlo, a ocupar la silla eléctrica del gobierno de los Ceos. Hubo que llamar por teléfono a Christine Lagarde para explicar por qué echaban a uno de los funcionarios que había firmado el acuerdo trascendental, apenas unas horas antes.

Sturzenegger se fue quejándose de la artillería de Mario Quintana que lo destripaba en los medios amigos del Gobierno.

Después de un arranque que pareció confirmar que era el indicado, el trader del JP Morgan y el Deutsche Bank quedó en medio de una tormenta que lo excede. Porque la incertidumbre la genera hoy el proyecto de Cambiemos.  

Sus amigos dicen que el jefe del Central dará lo mejor de sí y, cuando todo termine, volverá a su casa, lejos de las presiones, tal vez menos expuesto a las denuncias por su doble papel de financista y funcionario. Pese a que ni la política ni la función pública están en su vocación, Caputo es hoy para muchos la principal espada de Macri, a la par de Marcos Peña o incluso por encima. De su rol depende tanto el humor -y las ganancias- de los mercados, como la sensación de que todo desbarranca a una velocidad inusitada. Es la cara de una administración que decidió levantar todos los controles para los capitales golondrina que huyeron en masa desde fines de abril, aunque tienen las puertas abiertas.

El problema es que Caputo, como ese Messi con el que lo comparaban, tampoco puede en un contexto difícil y con un equipo poco preparado para el escenario que le toca afrontar. La semana que empieza mañana mostrará como nunca la frazada corta del invierno macrista.

Como a todos pero más que a nadie, la derrota de la Selección en el Mundial devolvió al Presidente a la realidad más cruda y más ingrata, sin salvación, paliativos ni premio consuelo. Un Macri desangelado que, para peor, puede amargarse hoy otra vez si Andrés Manuel López Obrador deja de ser amenaza y se convierte en jefe de Estado.

La derrota de la Selección en el Mundial devolvió al Presidente a la realidad más cruda y más ingrata, sin salvación, paliativos ni premio consuelo.

Lo que viene es impredecible pero, como ya lo admiten los altos mandos de Cambiemos, seguro será difícil. El entusiasmo está muerto y los funcionarios que llegan hablan con un lenguaje descarnado de alertas y cheques rechazados. Los informes de consultoras privadas que la semana pasada proyectaban un dólar a 30 a fin de año se incineraron en cuestión de horas. A los aumentos y la inflación que se proyecta arriba de 3% por varios meses, se le suma el golpe en el empleo y el aumento de la pobreza.

Sería un alivio para las arcas oficiales sedientas de dólares que Nicolás Dujovne obtuviera una victoria pírrica a último momento y el martes el Presidente se alzara con un gesto de la Mesa de Enlace: la rebaja gradual de las retenciones a la soja puede esperar. Pero el primero en rechazar la idea en público y en privado es el propio Macri. Quizás Javier Iguacel tenga mayor éxito con su pedido para que las petroleras escalonen tarifas, a cambio de mayores subsidios que el ex economista jefe del Galicia tendrá que entregar en nombre del Estado.

Una vez más, la estrategia es acudir al peronismo de los gobernadores y el Senado, el mismo que Macri asoció con la locura en Quebec hace sólo 20 días. Miguel Angel Pichetto recibió en las últimas horas una nueva solicitud de la Casa Rosada. No sólo que su escuadra convalide el Presupuesto 2019, que incluye el pacto con el Fondo. Además, que firme junto a los mandatarios del PJ un documento público que pueda ser interpretado como una garantía por el organismo de crédito que está, otra vez, sentado a la mesa de la Argentina. Como Pichetto, incluso los economistas aliados se preguntan por qué el Gobierno se comprometió a un ajuste tan severo en el año electoral, si el FMI, Trump y el mundo entero quieren salvarlo. Nadie lo entiende. Sin embargo, el documento que le piden al peronismo racional tiene su lógica: el déficit cero llegará en 2020, cuando ya no hay garantías de que Macri siga gobernando.