La Finalísima
Saludos. Esta semana se la llevó, por mucho, la señora Vicepresidente de la Nación. Habrá que ver cuánto le dan las encuestas después, pero, en principio, Cristina Kirchner se prueba, sin que eso signifique que ella no sepa qué le faltó y/o falló en el acto del Estadio Único de La Plata, y le muestra a sus enemigos políticos, de su partido y del de los opositores, que hay plata y decisión para movilizar estructuras y suficientes amores de alquiler disponibles todavía como para llenar ministerios y secretarías. Ravioles en el Estado como el que le ofrecieron y, cuenta él, rechazó, a Leandro Santoro; que después de su disclosure, y seguramente también por la falta de resultados del gobierno de su amigo Alberto Fernández, estuvo en el acto de Cristina en el Estadio Único. Pero el 17 de noviembre, Cristina Kirchner mostró, entre otras cosas, que hay con qué gobernar.
La Vice dijo hace poco, en el acto de la UOM, que ella iba a ser lo que fuera necesario ser para devolverle la felicidad al pueblo argentino. Naturalmente, eso respondía a la demanda autogenerada, que se vio todavía más fuerte en La Plata, que la impulsa como candidata a presidente nuevamente. Esa sentencia Cristina la dice luego de que implicara, por enésima vez en estos últimos tres años, que el presidente es, o, mejor dicho, fue, quizás su peor error político. Quién sabe, tal vez, como las cosas van tan mal, Cristina Kirchner se diga: “tanto que te cansaste de criticarme en TN, acá me tenés, la que te hizo presidente ahora tirándote bajo un tren”. Es que Cristina Kirchner no es menos feroz en la crítica a su propio gobierno, del que ella es vicepresidente, que muchos líderes de la oposición. Al señalar que Alberto fue un mal necesario para sacar a Macri de la Casa Rosada, está siendo más despiadada respecto de la gestión que muchos opositores. Lo dijo con crudeza, ¿qué había que hacer? Sacar a Macri, y lo hicimos.
Esa dosis de realismo y pragmatismo que Cristina expone para defender sus decisiones es la misma que se debe utilizar para entender todo el resto de sus decisiones políticas. Personalmente, creo que es el hilo conductor que se debe usar para intentar entender a la mayoría del arco político con chances de gobernar o que gobierna. Aunque, obviamente, hay diferencias ideológicas y de valores.
También subsisten las diferencias de criterio sobre los cambios y cómo hacerlos, y luce como el eje central de la discusión en la principal coalición opositora.
Cristina, sin embargo, tiene la capacidad de conseguir dos o tres cosas que muy pocos otros pueden: la construcción de su propia agenda. Naturalmente, eso responde, en buena medida, a su peso específico, a pesar de su retroceso en imagen positiva (y seguramente también en intención de voto), pero también a su impunidad, a su audacia para plantear con total naturalidad cosas que otros líderes o dirigentes políticos, con sus antecedentes e historia, ni se animarían. Para mencionar un solo ejemplo: la inflación. Una ex presidente que abiertamente ordenó que durante su gobierno se mintiera con los datos de inflación, y no puede pasar por alto que hasta en el exterior defendió los datos falsos de inflación, y que instruyó a sus funcionarios para que no hablaran de inflación, evitaría utilizar el tema en un acto propio. Pero Cristina siente y sabe que eso la daña mucho menos de lo que le sirve para instalar los temas que ella quiere que sean el eje del debate político en los días siguientes a sus intervenciones. También encuentra, en una mega pirueta en el aire, la posibilidad de que la inflación sea también un poco culpa de la justicia. Total normalidad.
Hace pocos días se había quejado por Twitter del aumento de las prepagas, como parte de una critica larga, y a veces despiadada, a un gobierno que, bastante antes del final de la pandemia, Cristina Kirchner dejó de llamar propio para tratar de proteger el deteriorado capital político que supo tener allá por octubre de 2011, cuando fuera reelecta con el 54% de los votos. La propia vicepresidente hizo correr la voz de que, en sus habituales llamadas telefónicas con el presidente Alberto Fernández, le decía: “¡Esto no es en lo que quedamos, Alberto!”
El acto de La Plata es virtualmente su lanzamiento de campaña. Por qué habría de ser menos que Trump. La ventaja es que es un lanzamiento sin lanzarse del todo, medio de mentiritas. Eso le permite recalcular en cualquier momento durante los próximos meses y, mientras tanto, la pone en el centro de la escena. Cristina, en estos actos, también muestra su disfrute en el ejercicio del poder. Le gusta hablar sin parar, que la escuchen, que le den la razón, que le canten, que la aplaudan, que le digan como vos no hay ninguna y ella entonces devuelve un ademán de falsa modestia, pero después dirá: “El peronismo, hoy, soy yo”. Muestra que no le teme a volver al sillón eléctrico de Rivadavia a tomar decisiones “populares” o para el pueblo. Se mostró lista para tirarse a la pileta si es que hay agua. Mientras nos acercamos a la fecha en que dirá más precisamente si hay agua o no, le permite demostrar poder de movilización, de imponer agenda y de acusar a los opositores de romper el pacto democrático. Toma un texto de un diputado nacional y lo utiliza para enviarle un mensaje a sus compañeros partidarios, y, a estadio lleno, les dice “sin mí, no existen ustedes”.
Cristina consiguió que hasta Macri, al día siguiente, deba responder a los temas que ella plantea, aunque no es menos cierto que Cristina viene tomando constantemente la agenda del ex presidente. Así fue que la vicepresidente le respondió sobre el tema Aerolíneas a Macri y rechazó enérgicamente su reprivatización, ciertamente con un argumento falaz e intercambiable, que fue decir: “Aerolíneas Argentinas ya fue privada y le fue mal”. Esto no resuelve el problema de los 7000 millones de dólares que el Estado puso desde su reestatización para financiar su déficit.
Más importante, como Cristina armó una escena que la unge candidata, el ex presidente Macri debió enfrentar de nuevo esa pregunta. “¿Mauricio, sos candidato?”
Mi hipótesis ordenadora es que Cristina Kirchner no busca cargos para zafar de la cárcel común, a la cual no va a ir nunca; busca revalidar su popularidad y legitimar su poder porque es lo que más le gusta y excita en la vida. Su motivo de vida es juntar voluntades detrás de su pensamiento, de su mirada, de su ala. El ejercicio del poder la hace, además, sentir viva y plena. La cárcel y el dinero no son temas gravitantes en su proceso de toma de decisión. Lo primero, si le permite introducir una épica para un relato al que siempre le vienen bien ese tipo de componentes emotivos y victimizantes.
Entonces: qué hará Cristina y que hará Mauricio. El 17, la señora dio una pista importante. Dijo “todo a su debido tiempo y armoniosamente”, atribuyéndoselo a Perón. Traducción: si los números dan, solo por imaginar un escenario posible de muchos ventitantos como pasó en 2003 con Menem, Kirchner y López Murphy, ella podrá pensar, con todo derecho, que estará en un ballotage, y ahí puede pasar cualquier cosa. Si los números, por el contrario, no le trasmiten esa posibilidad de ser competitiva, seguramente pondrá un tercero y ella acompañará como senadora nacional por la provincia de Buenos Aires. Por eso, el acto en la Provincia también fue para ser, desde el 2023, la jefa de la oposición.
Este escenario es perfectamente posible porque el experimento Sergio Massa no parece gozar de buena salud, y nada tiene que ver el papelón que involucró a su hijo y su picardía para ir al Mundial, sino la imposibilidad de estabilizar del todo la economía y de ver un esquema de prosperidad aunque sea superficial. Todas las fichas puestas al Mundial, igualmente, que por un mes al menos competirá con los agotadores temas que proponen los medios todos los días, pero que son de alguna manera parte del reflejo de la frustración de la política.
El presidente Macri anda en la misma pero con su estilo. Como ya se dijo, volvió a recibir la pregunta, que obviamente un poco le gusta que le hagan, de si va a ser o no candidato. Uno intuye que es la finalísima del mundo, que el Argentina – Alemania o el Argentina – Brasil es Mauricio contra Cristina. Esa es la final del mundo visto deportiva o cinematográficamente, y este viernes no me pareció escuchar a un ex presidente cerrado a que no va a serlo.
Muchas veces, en política, algunos candidatos deben reafirmar todo el tiempo su candidatura para mantenerse vivos, atractivos y con fondos. A veces, esos son los que finalmente abandonan la carrera. Los más inteligentes, dice el Turco Asís, son los que niegan su candidatura.
Pese, entonces, a negativas oblicuas el ex presidente, luce muy involucrado territorialmente y en una agenda de temas que, insiste, son centrales para plasmar una agenda de cambio. Digo más, en las últimas apariciones del ex presidente, que además mantiene desde hace meses una agenda mediática también muy activa, impropia de alguien que esté afuera de la compulsa política, se lo percibe insistente sobre no solo el cómo sino también el qué. Mientras una parte de la política da vueltas sobre qué se puede y qué se debería hacer y de qué manera (la famosa pelea entre gradualismo y shock) Macri dice: “es shock y es cambio profundo”. Es tajante y dice: “o somos el cambio o no somos nada”.
Macri le responde al planteo kirchnerista con un discurso fuertemente combativo con el sindicalismo y contra el mundo de los planes sociales y el Estado presente. Y planteó esta semana, más allá de su exabrupto sobre Alemania, muy fuertemente la necesidad de bajar impuestos y de reducir el tamaño del Estado y los planes. Eso, además, con subrayados muy categóricos sobre el mito de que no se puede gastar más de lo que ingresa. La Argentina, una vez más, viaja de la locura de la emisión descontrolada, la toma de deuda todavía más desbocada y con fines poco productivos, a un fiscalismo extremo e irreal. Por ahora, las voces intermedias que se oponen a estas miradas más tajantes respecto de lo que hay que hacer, tienen menos recorrido y parecen menos subyugantes, sobre todo porque muchas veces tienen poca claridad para explicar cómo van a hacer lo que dicen que hay que hacer. Por ejemplo, bajar la inflación.
Cuando pensamos en Patricia Bullrich, Javier Milei o Nicolás del Caño, más o menos podemos ver con relativa claridad qué modelos de país están pensando. Cuando escuchamos a Rodríguez Larreta, Manes o Massa, hoy cuesta todavía más ver esa imagen clara.
Nuestra primera pregunta, que solo puede responder del todo el paso del tiempo, es si tendremos una super final entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri o no. Esta semana, quizás empujados por el envión de Mar-a-Lago, la respuesta parece ser más sí que no. Sobre todo, del lado de Cristina Kirchner, que armó un acto para que la militancia cantara, como le supieron cantar Cafiero, Kulfas y un par más de la mesa chica a Alberto Fernández, con la misma melodía, “ahora, Cristina presidenta”.