El loco y el calavera: el ascenso y la caída de Dorrego
Terminamos así el experimento presidencial de Rivadavia, con los ingleses metiendo las narices en el estofado, el interior a los tiros, Buenos Aires herida y la Banda Oriental como un barril de pólvora a punto de estallar. Y en esto se nos fue otra oportunidad de ser un país hecho y derecho.
La caída de Rivadavia se llevó puesta a la Ley de Emergencia, y también a las autoridades, al Congreso y a la Constitución, esa que había traído tantos dolores de cabeza.
Buenos Aires debió nombrar un gobernador, ya que recuperaba su autonomía, y entonces la Junta designó a Manuel Críspulo Bernabé do Rego. Manuel Dorrego para nosotros. Accedía por segunda vez al cargo, con el apoyo de Rosas y sus “colorados del monte”, además del de Estanislao López – si, ahora eran socios. Argentina, no lo entenderías -.
El grado de General que le ofrecieron al momento de asumir lo declinó diciendo que los grados se ganan en las batallas, como los partidos en la cancha.
Dorrego venía con un legajo variado. Participó en la revolución chilena, vino a poner el hombro en la guerra de la Independencia, estuvo en dos campañas al Alto Perú, luchó contra Artigas en la Banda Oriental y recibió una dura sanción de San Martín por haberse burlado del contraste de voces entre el Trilibertador de América y Belgrano. Típico pibe que pinta para crack, pero no llega a Europa por loquito. Adónde terminó fue en Baltimore cuando Pueyrredón lo agarró conspirando y lo mandó de paseo.
En Estados Unidos se dedicó al periodismo y a estudiar un poco, cosa que había abandonado en Chile por las armas, y se convenció del republicanismo federal.
En medio de la anarquía del año XX volvió a este burdel de mala muerte. Le devolvieron la charretera de coronel y le dieron un batallón. Y cuando en el Litoral le cantaron las cuarenta a Soler, le cayó el bastón de mando. Si vienen siguiendo esta página, ya habrán visto que quiso darle las del pulpo a López – eran enemigos, sí - y lo persiguió hasta caer derrotado y perder la gobernación. Otra vez el exilio, ahora a la Banda Oriental.
Por la Ley de Olvido mediante pudo volver y, desde la legislatura, fue opositor a Rodríguez y a Rivadavia. Atacando sus ideas centralistas, ganándose el favor de los dirigentes del interior que veían en Dorrego un federalista porteño, una rara avis, una oveja negra, una mosca blanca, un perro verde.
Con esta biografía llegó a gobernador y los gobernadores del interior le dieron el manejo de la política exterior y la guerra.
En su horizonte tenía que resolver la pesada herencia: Brasil. Y venía con ideas novedosas, desde encargarle a López la liberación de las misiones hasta secuestrar al Emperador Pedro I. Pero la pesada herencia era también Inglaterra, que tenía derecho a mojar el pancito porque nos tenían de los huevos con el empréstito rivadaviano, así que nos manejaban el Banco de la Provincia y nos vigilaban con su flota en el Río de la Plata. De paso, por si no entendíamos la diplomacia, nos amenazaron con pasar a los cebollazos si no se firmaba ese bendito tratado. Una oferta que no pudimos rechazar.
Y así, se le lavó un poco la cara y se firmó ese maldito tratado. Con el fastuoso nombre de Convención Preliminar de Paz de 1828, se aceptaba la independencia de la ex provincia Cisplatina y ex Banda Oriental como Estado Oriental del Uruguay. Inglaterra wins, mis amigos. Debilitaba a Argentina y a Brasil, y potenciaba un nuevo puerto aliado.
No es de extrañar que las tropas que habían combatido y ganado, volvieran echando putas. Se sintieron seducidos y abandonados, y el despecho es cruel, vean ustedes.
Para Dorrego la paz con Brasil fue la gota que rebalsó el vaso, como le pasó antes a Rivadavia. Como vemos, el día de la marmota en este país ya era política de Estado.
Dorrego tenía a los Alvear, Soler, Rodríguez, Lavalle y todo el partido unitario dispuestos a desalojarlo. Y nuestros políticos tienen un problema, o les escriben el diario para tenerlos engañados en las bondades de sus políticas o les cuentan la pura verdad y la ningunean. Fue la segunda.
Pese a las advertencias, Dorrego nunca vio a Lavalle como el hombre para destituirlo porque lo había recomendado para un ascenso. En un país de traidores como este, era del que debía cuidarse desde el principio. Así le fue.
El 1º de diciembre Lavalle lo derrocó. A Balcarce y Guido les tocó entregar las llaves del fuerte. En la Capilla San Roque se reunieron los unitarios y, con enorme vocación democrática, eligieron a Lavalle gobernador. Dorrego pidió auxilio a Rosas quien le recomendó ir a Santa Fe para juntarse con López y pelear desde ahí. Pero ya dijimos que Dorrego era leche hervida, así que el consejo podía ser muy estratégico, pero cayó en saco roto. El loco Dorrego prefirió combatir a Lavalle en Navarro.
Fue derrotado y capturado en su huida hacia el norte. Lavalle dio la orden de ejecutarlo inmediatamente bajo el cargo de traición, cumpliendo el encargo del partido. Nadie hizo mucho por evitarlo. Díaz Vélez y Brown trataron de interceder, pero sin poner mucho la patita. Lamadrid se quedó con él, aunque no pidió por su vida, pero le dio su chaqueta y se negó a verlo morir. Fue el encargado de entregar su ropa y las cartas a la viuda e hijas del exgobernador.
Dorrego fue fusilado en un corral, de espaldas a la Iglesia y enterrado ahí mismo. Dejó una carta a López pidiéndole que no vengaran su muerte, que se evitara el derramamiento de sangre por su causa y toda la sarasa. Risas.
Lavalle asumió toda la responsabilidad como el “mayor sacrificio que puedo hacer en su obsequio” al pueblo de Buenos Aires. Si, un tipo particular a la hora de hacer regalos.
Bolívar repudió el hecho y todos vieron a Rivadavia como el titiritero de esta salvajada. San Martín se enteró de todo el descalabro a punto de desembarcar en Buenos Aires, decidido a volver para dar una mano en el tema con Brasil, ni siquiera se bajó del barco, pegó medio vuelta y se tomó el palo. Innecesario tirar su honra en este lodazal. A Lavalle lo calificó de “calavera” al que no había fusilado “por lástima” – a nadie, maestro - cuando lo tuvo a sus órdenes, considerándolo un “sin juicio y desalmado”.
Con este espectáculo, las fuerzas se alinearon. Por un lado, Rosas y López, y por el otro Lavalle y Paz. Paz debía ocuparse del interior y Lavalle de Rosas en Buenos Aires. López, de mantener a raya el Litoral.
Paz removió a los gobernadores del interior y formó la Liga del Interior. Rosas fue elegido gobernador de Buenos Aires y desde el Litoral respondieron con el Pacto Federal.
Para 1831, estamos partidos al medio, con dos naciones y mucha sangre para derramar.