Después del bochorno de Pavón, los porteños conquistaron cuanto poblado pudieron. Gobernadores afines, degüellos, exilios, acuerdos y poca timidez a la hora de pasar compatriotas por la piedra, fue la estrategia de ocupación.

A Sarmiento, por ejemplo, le tocó ser gobernador de su provincia: San Juan. Después de haber motorizado un par de revueltas con asesinatos de gobernadores y caudillos en el combo de la defensa de la civilización sobre la barbarie.

Pero a Buenos Aires, que había hecho saltar la banca del poder, le quedó, incluso, la presidencia de facto de la Nación. Ahí se puso Mitre, manos a la obra, en 1861. Dos cosas tenía que hacer, convocar a elecciones de diputados y senadores y lograr la federalización de Buenos Aires, cuestión que ya nos había hecho romper los cuernos un par de veces. Lo primero se hizo y a partir de mayo del ´62, el Congreso sesionaría en Buenos Aires. Lo segundo, fracturaría a los unitarios entre los mitristas del Partido Nacionalista y los Alsinistas, del Partido Autonomista. O cocidos y crudos.

Tiempos pasados en Buenos Aires.

Días antes de asumir la presidencia, don Bartolo tuvo su Ley de Compromiso, que pateaba cinco años la pelota para adelante con el tema de la capital, le permitía asentarse en Buenos Aires, guardarse la torta aduanera y conservar su ejército para frenar a los indios en la frontera.

Todo listo para imponer orden y progreso desde el sillón de Rivadavia, ese desgraciado que nos dejó bautizado el sillón.

Y entonces, con la unanimidad de votos en el colegio electoral -con tal paisaje nadie tenía los huevos de empastar la cosa-, Bartolomé Mitre fue electo Presidente de la Nación con patente de corso constitucional. Su vice fue Marcos Paz, un tucumano que había gobernado su provincia y Córdoba y que, ya veremos, además de tocar la campanita, tuvo que laburar. Y se le fue la vida en eso.

Mitre antes de ser Presidente

Pero revisemos un poco el legajo del tastatarabuelo de Esmeralda. Su primer trabajo conocido fue en la estancia de Rosas, de donde lo devolvieron diciendo que “no serviría para nada”, porque aparentemente le gustaba más la lectura a la sombra que andar a caballo arriando ganado.

También anduvo exiliado –por ahí exageradamente– por Montevideo y terminó sumado a las huestes del manco Paz para enfrentar al rosismo. Peleó en Montevideo contra Oribe, pero enfrentado con Rivera se fue a Bolivia, donde dirigió el colegio militar y llegó a Jefe de Estado Mayor. Tal vez sea por eso que no recordamos grandes gestas militares bolivianas.

Además, en Bolivia le dio por el periodismo, y ya iba a despuntar ese vicio bastante. Después del golpe de Estado en Bolivia –en todos lados se cuecen habas– huyó a Perú y se asentó en Chile.

Pero, casi como un uruguayo de alma -y un poco lo era porque su esposa Delfina de Vedia era uruguaya y él mismo había crecido ahí donde empezó su carrera militar-, volvió a Montevideo hasta el pronunciamiento de Urquiza, cuando se sumó al Ejército Grande.

Pese al éxito, y acostumbrado a morder la mano del que le diera de comer, fundó otro diario para atacar al padre de medio Entre Ríos por lo que le cerraron el diario y lo mandaron de nuevo a cruzar el charco.

Revolución del 11 de septiembre de 1852.

Volvió al barrio definitivamente para la revolución del 11 de septiembre a defender la renta aduanera porteña, separar la provincia y convertirse en el Ministro de Gobierno de su socio y entonces gobernador Alsina. Además, se quedaría con el manejo de las relaciones internacionales.

Más tarde lo eligieron presidente de la legislatura y en sus ratos libres escribió “Historia del General Belgrano”. Si no lo tienen en su biblioteca, ténganlo.

Para más señas, y como ya hemos visto, peleó en Cepeda y en Pavón, donde ganó sin saber que había ganado mientras reculaba hasta San Nicolás para salvar la ropa.

Y así llegó a Presidente

De movida nomás, con el unitarismo dividido en Nacionalistas y Autonomistas, pero con el mismo objetivo, centralizar el poder en Buenos Aires. Mitre no escatimó en recursos para disciplinar a toda la geografía, sobre todo usando un argumento irrefutable, la biyuya. Centralizó la moneda, la recaudación impositiva -con beneficios para el comercio europeo- y la fuerza represiva, gastándose fortunas en la formación y distribución del ejército. La billetera, alta política de Estado.

En cuanto a la organización nacional encargó la redacción de un Código Civil a Dalmacio Vélez Sarsfield y se organizó de una buena vez la Corte Suprema y los juzgados. También le puso un Colegio Nacional a cada provincia, manejado desde el centro, por supuesto.

A su vez, inició una fuerte promoción de la red de ferrocarriles con el propósito de unir provincias.
Mitre en el billete de dos pesos.

Mandó a Sarmiento a negociar los límites con Chile y a reclamar el reintegro de gastos a chilenos y peruanos por la campaña libertadora, como para pisotear un poco la obra sanmartiniana, cosa que, por supuesto, no llegó a ningún puerto.

No tejió grandes lazos en la política exterior con el resto de los países latinoamericanos. Incluso los ignoró cuando fue la invasión francesa a México o cuando España se echó en el saco a Santo Domingo.

En cuanto al interior cultivó alianzas con los sectores conservadores a fin de lograr la total sumisión de las provincias a Buenos Aires. Por supuesto, esto terminó a los cebollazos. Porque la cosa venía espesa con los federales. Se los arrestaba, decomisaba y, eventualmente, se los pasaba por las armas. Para que reflexionaran. Hasta que, al Chacho Peñaloza, que tampoco era profesor de ceremonial y protocolo, se le llenaron los huevos y empezaron las escabechinas.

Pero, entre piña va, piña viene, todo era confusión, así que Mitre dio la orden de fusilar a los prisioneros, para aclarar los tantos. La cosa sana.
Ángel Vicente Peñaloza, conocido como El Chacho.

Y, si bien los federales pudieron tomar Córdoba, enseguida el General uruguayo y mitrista Paunero, les explicó cuantos pares eran tres botas. El Chacho tuvo que desandarse hasta La Rioja, desde donde intentó atacar San Juan. Pero le destruyeron el ejército y terminó con la cabeza separada del cuerpo.He aplaudido la medida precisamente por su forma” comentó al respecto don Sarmiento, iluminando con la luz de su ingenio la razón en la noche de ignorancia.

Entre civilización en frascos de mermelada de barbarie, y fruto de un pésimo error de cálculo de Mitre -ya hemos dicho que no era la reencarnación de Napoleón- y sus alianzas con los poderes económicos hegemónicos se vendría una salvajada imperdonable. Una pifia que ni su chozna cantando nos puede hacer olvidar.