Entré al bar Van Gogh empujando dos puertas vaivén de vidrio. Como el bar está en una esquina, en una casa vieja, me dió la sensación del vaquero entrando al bar en un western.

Pedí un café corto cargado, una coca light en un vaso grande con hielo y limón, una bocha de helado de chocolate.

Dije "no te quejes si sos un forajido".

Estar lejos del centro un viernes a las tres de la tarde te da esa sensación de no saber si lo lograste en la vida o si te estás perdiendo el tren de las mil reuniones abajo de la luz blanca tubo y las relaciones pasteurizadas.

Las oficinas son el playground de las personas felices de intensidad mediana y bien distribuída. De los que tienen una vida después de la oficina, de los cínicos, de los depresivos aferrados a la seguridad de los horarios, de las secretarias dispuestas a tolerar el desplante de sus jefes como si fueran sus hijos.

Ahora la oficina de mi mucama es mi casa, un departamento de dos ambientes. La ventana del living da a la ventana del cuarto de los vecinos (son raros, hay dos familias distintas que están ahí por turnos), la ventana del cuarto mira sobre todo a un jardín con arboles y pileta, pero casi siempre tengo la cortina corrida porque comparto la ventana con la otra vecina, una chica colombiana que fuma porro los fines de semana y escucha música de esa sabrosa con los amigos, pero en la semana cuida la linea.

En el medio de ese panorama medio desolador, que demuestra que no tuve éxito en lo económico, todavía está la mucama magnetizando el aire que la rodea. Se llama Blanca, tiene sesenta años, es como del Chaco, nos decimos de usted, a veces trae al nieto que pasó a primer grado, es un chico muy alegre que usa mi putter para jugar al hockey con unas pelotas amarillas de goma espuma de golf que se usan para pegarle en el jardín que no tengo.

Pero la mucama plancha mis quince camisas. El manual de instrucciones de los bancos de inversiones en Manhattan para el joven viviendo la emoción de los noventa que hacía la pasantía de verano incluía tener quince camisas, porque no se podía perder tiempo en llevarlas al lavado y planchado más de una vez por semana.

Como la mucama plancha mis camisas yo soy importante a niveles Napoléon. Esa tara intensa, que se siente casi a la altura del estómago, es la que altera el fluido termodinámico de todas las conversaciones que incluyen a la mucama.

María Eugenia Barbosa me dijo una vez que en el barrio más pobre, pobre nivel vida en el barro, siempre te van a decir que los verdaderamente pobres quedan a diez cuadras de ahí.

Escuché a encargados de edicio refiriéndose a la sierva y a espléndidos diciendo la maid bajando apenas el tono para que se escuche más.

Necesitamos sentirnos más importantes que alguien. Es parte de las mil herramientas y armas que tenemos para evitar que nos lastimen o que nos lastimemos nosotros mismos teniéndonos a menos. Pasamos mucho más tiempo construyendo dispositivos para la defensa que metiendo budismo para que el momento de felicidad que viene de la nada venga más seguido y dure más tiempo.

A la noche La mona y yo escuchamos una meditacion de Deepak Chopra. Algunos la saben hacer a escala global. Yo casi no escucho y me duermo como cayendo profundo y rápido de manera confortable. Deepak te resuelve que lo escuches a él en vez de que escuches la voz en tu cabeza mientras estás quedandote dormido y querés agradecer por estar en una cama fresca.

Con Blanca, (no es en verdad realista decirle Mi mucama, porque viene una vez por semana) hago lo mejor que puede hacer cualquier hombre que vive solo. Hay que romper el mercado pagando mejor la hora, dándole la llave para resolver la logística y no tener problemas cuando le viene mejor cambiar de día.

El combate es contra la porción de la demanda compuesta por los hogares donde les aprietan la cincha a las Blancas del país, haciendo listas eternas de tareas en las que nunca se olvidan de lo limpios que tienen que estar los rieles de la cajonera de arriba.  Esos tienen que perder.

También es de gaucho tirar un par de pavas eléctricas de agua y un poco de detergente en el baño antes de que venga la señora, hacer una repasada básica de cortesía si estuviste un poco desaliñado con el cuidado de la cueva últimamente. Detalles de onda, emisión de radio FM somos iguales, pase de glenty used cloth.

Pedí otra coca, otro café y otra bocha de helado de chocolate. Es pintoresco, pero en calorías no es tanto. El helado es un lácteo que alimenta y no tiene harinas. Se come a cucharadas, que es mucho más práctico que comer un tostado si estás usando una computadora. Una bocha de helado es el sandwich del futuro.