En el medio de un proceso de negociación que lleva tiempo, hay un país con el agua al cuello. El recrudecimiento de la crisis, producto de las sanciones impuestas por Estados Unidos, está ahogando a millones de personas que de por sí tienen años agobiadas por incontables calamidades. Hoy más que nunca aplica la frase que dice que los tiempos de la política son unos y los tiempos de la gente son otros.

Reuniones, mesas de exploración y negociación, pactos, consensos, condiciones, mediaciones, todos son términos que se han instalado en el escenario político venezolano. Los esfuerzos de los facilitadores de Noruega y otros países pasan porque gobierno y oposición lleguen a un acuerdo que sirva de salida al conflicto, pero el tiempo pasa y no queda otra que seguir esperando. A estas alturas se han reunido dos veces en Oslo y pese al pedido explícito del gobierno de Noruega para que ambas partes guardaran discreción, se pudo saber que no han habido mayores avances, pero que se seguirán reuniendo.

Un país que no tiene paciencia, pero al que le toca esperar

Mientras dicho proceso de negociación sigue su curso, los venezolanos pasan por grandes penurias. Las filas para cargar combustible pasaron a ser, de horas de espera a días de espera. Exceptuando la región capital y sus alrededores, cargar el tanque con gasolina implica que el conductor coma y duerma en el carro, que sea relevado por algún familiar o que se pase al asiento trasero para dormir una siesta y descansar. Al inicio de esta fase mucho más severa de la crisis, los estados (provincias) más afectados eran los cercanos a Colombia, o sea los estados andinos, pero con el pasar de los días el problema se regó y es la misma pesadilla prácticamente en cualquier rincón del país.

Hace meses algunos analistas advertían sobre los efectos que tendría el agravamiento de las sanciones impuestas por los Estados Unidos sobre Venezuela y lo cierto es que dichos efectos ya se convirtieron en una realidad palpable. A pesar de tratarse de un país petrolero con las mayores reservas de crudo del planeta, las sanciones hacen imposible la adquisición de aditivos necesarios para producir combustible y las consecuencias están a la vista. Asimismo, varios expertos pronosticaron que los efectos de lo que el gobierno venezolano llama el “Bloqueo de Trump”, se vería reflejado en todo todos los sectores de la producción energética, sector que en honor a la verdad, ya venía bastante golpeado producto de la desinversión y la falta de mantenimiento. No obstante, los dos pasajes más dramáticos se registraron en el mes de marzo con dos grandes apagones que dejaron a Venezuela sin electricidad por días enteros.Lo cierto es que para algunas regiones lo peor no ha pasado y sus habitantes siguen viviendo sin electricidad la mayor parte del día.

Un país que no tiene paciencia, pero al que le toca esperar

Pero el horror no termina ahí, en los últimos días del mes de mayo, los venezolanos hemos sido testigos de un ping pong macabro en el que los dos bandos políticos se echan culpas públicamente por la muerte de varios niños que han fallecido en un conocido hospital infantil caraqueño, el JM de los Ríos. El gobierno a través de sus voceros aduce que no fue posible costear la operación y tratamiento de esos niños en centros de salud especializados del exterior, por los impedimentos y trabas a la hora de pagar, debido a que los fondos de la nación están retenidos en bancos internacionales, producto de las sanciones y el bloqueo. Por su parte, personeros de la oposición condenan al gobierno por haber dejado que el sistema de salud público llegara a los niveles precarios en los que se encuentra. En el medio de esa pugna, son muchas las personas que siguen esperando que se desocupe una cama de un hospital, que recorren farmacias buscando medicamentos desesperadamente y son muchos los que sufren enfermedades crónicas que no están recibiendo la atención que requieren esos casos.

Sumado a lo antes descrito, este 28 de mayo y luego de tres años de silencio, el Banco Central de Venezuela publicó cifras oficiales con las que se puede constatar la descomunal caída de la economía venezolana. Los datos revelan que la inflación alcanzó una cifra de 130.060% para el año 2018, siendo la más alta en la historia reciente del país. Además, dichas cifras también indican que la inflación para el año 2017 se ubicó en 862,6%; para 2016 en 274,4%; y en 180,9% para el año 2015. La inmensa mayoría está consciente de que esas cifras están lejos de ser las de una economía de un país normal, pero la capacidad de asombro de los venezolanos se ha ido insensibilizando y parece que nada nos sobresalta demasiado.

Un país que no tiene paciencia, pero al que le toca esperar

Lo que también dejó de asombrar, dado lo repetitivo, pero que sigue afectando todos los días, es la destrucción del poder adquisitivo. Para entender la dimensión de la crisis, debemos tomar en cuenta que apenas el 3 de mayo de este año fue decretado el aumento del salario mínimo y del bono de alimentación y que ambos sumados llegan a los 65.000 bolívares soberanos, para luego comparar ese monto con los 32.000 bolívares soberanos que cuesta un kilo de carne, con los 38.000 que cuesta un kilo de detergente en polvo para lavar la ropa, con los 22.000 que cuesta una bebida gaseosa de 2 litros o con los 7.000 bolívares que hay que pagar por un kilo de cebolla y los 13.000 que hay que poner por una docena de huevos. Los números hablan a las claras de los malabares que tiene que hacer la gente común para sobrevivir y de que cualquier producto o artículo que no esté en la limitada lista de alimentos subsidiados que distribuye el gobierno de Maduro (Cajas CLAP), es prácticamente impagable.

A pesar de la gravedad de la situación, da la impresión de que el gobierno de los Estados Unidos no tiene pensado quitar el pie del acelerador, sobre todo si tomamos en cuenta que según algunas versiones, la administración Trump estaría preparando una batería de sanciones en contra de las empresas extranjeras que estén relacionadas con la venta de los productos alimenticios que importa Venezuela y que conforman el combo que el gobierno distribuye entre buena parte de la población. La medida estaría siendo elaborada entre el Consejo de Seguridad Nacional y los departamentos del Tesoro, del Estado y de Justicia de Estados Unidos, que podrían utilizar la figura de delitos de lavado de dinero para justificarla.

Un país que no tiene paciencia, pero al que le toca esperar

Volviendo al tema de la mesa de negociación entre gobierno y oposición, ha podido saberse que una de las condiciones que pone la dirigencia chavista es el levantamiento de las sanciones impuestas por el país norteamericano, sin embargo pareciera que entre el deseo de los enviados de Maduro y la voluntad de los funcionarios estadounidense, hay un trecho muy largo. De hecho algunos dudan de la capacidad o el peso que pudiese tener la dirigencia opositora a la hora de interceder o a la hora de solicitar que dichas sanciones sean levantadas.

Lo cierto es que el tiempo pasa, que la crisis lleva mucho tiempo, que la situación cada vez está peor y que existe la sensación de que los venezolanos no aguantan más. Desde un principio los encargados de mediar entre las partes fueron categóricos en relación a los plazos que demanda la mediación y posterior negociación en un conflicto de estas características, pero dichos plazos contrastan con la necesidad imperiosa que tienen las grandes mayorías de que la situación mejore.

Un país que no tiene paciencia, pero al que le toca esperar

Existe un mito urbano que cuenta que una oficinista le pidió a Albert Einstein que le explicara de manera sencilla en qué consistía la Teoría de la Relatividad. Algunas fuentes atribuyen a Einstein una respuesta sobre la relatividad, comparándola con la distinta percepción del tiempo, según si uno lo pasa con una mujer hermosa o en cambio lo pasa sentado sobre unas brasas ardientes. El punto es que más allá de la veracidad de esas palabras, muchos piensan que desde hace un buen tiempo los políticos venezolanos pasan el tiempo con bellas mujeres y que el resto de la población lo pasa sentado sobre un candelero.