Brasil es un hervidero. En las últimas horas, el propio Jair Bolsonaro insiste en recomendar un retroviral -hidroxicloroquina- que aún no fue aceptado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), mientras expone que el brasileño supera una "gripecita" por su capacidad de "nadar en alcantarillas". En cambio, su ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, lo desafía públicamente, al recomendar la vacuna universal contra el Covid-19: quedarse en la casa.

El listado, sin embargo, no termina allí. Es que el Ejército decidió limitar el accionar del Presidente en el manejo de la crisis. Mientras en Brasilia, los fieles del Presidente marchan (en plena pandemia) pidiendo el cierre del Congreso y las favelas aplican la justicia por mano propia para aquel que no respete el distanciamiento social. El Canciller reunió a analistas especializados para responder dos consultas casi inabarcables: ¿qué pasa en Brasil? y, aunque suene extraño, ¿qué tiene Bolsonaro en la cabeza?

Lapicera sin tinta

El lunes, en su despacho presidencial, Bolsonaro había tomado la decisión. Luiz Henrique Mandetta quedaría fuera del gobierno. Al jefe de Estado aún le queda la sangre en el ojo por la “rebeldía” del ministro. Es que el responsable sanitario defiende la decisión de 26 gobernadores en cerrar los comercios y decretar el aislamiento social.

Para Bolsonaro, la crítica es inaceptable: “Tengo mi lapicera y no seré dubitativo”, dejó trascender a la prensa. “Como todo líder político, Bolsonaro cuenta con un sistema de creencias que funcionan como variables claves para el proceso de toma de decisiones”, expresa Clarisa Giaccaglia, doctora en Relaciones Internacionales de la Universidad de Rosario y quien coordinar el Grupo de Estudios Argentina-Brasil. (PEAB). “En ese sentido, el presidente de Brasil “se ha ido aislando políticamente desde el inicio de la pandemia reforzando su retórica populista de interacción directa con el pueblo y rechazando toda posible perspectiva alternativa, incluso la de aquellas voces más autorizadas en la materia, como su ministro de Salud”, agrega Giaccaglia.

“Todo ello en aras de entronizar su propia visión: que el poder destructivo del virus está sobredimensionado, que sólo se trata de ‘una gripezinha’ y que para salvaguardar la economía nacional ‘O Brasil não pode parar’”, concluye la especialista.

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Pero Mandetta sigue en su despacho. La lapicera, al parecer, se quedó sin tinta. Patricio Talavera, docente de la Universidad de Buenos Aires, comenta que el peso del ministro radica, justamente, en la oposición a la familia Bolsonaro. “Hay que entender que este médico fue un político de la región de Matogrosso, que si bien estuvo en el Congreso nacional, tuvo un relativo éxito: quedaba electo en las últimas posiciones”, comentó.

"Tengo la lapicera y sé como usarla", amenazó Bolsonaro a su ministro de Salud.

“Queda en el gabinete por su vínculo con el Partido Demócratas, que en un principio, formaba parte de la alianza gobernante. Pero la unión política se quiebra, Mandetta adquiere poder por oponerse a la visión de la familia Bolsonaro”, completó Talavera.

“Seguimos unidos”, fue lo poco que dejó trascender el ministro en su última conferencia. Se sabe, no tiene mucho tiempo para declaraciones: los muertos por el virus COVID-19 superaron los 800. El riesgo sanitario está latente.

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¿Co-gobierno?

Alejandro Frenkel completó un posgrado en la Ponficia Universidad Católica de Sao Paulo. El coordinador de la maestra de Relaciones Internacional de la UNSAM indicó que otro soporte estratégico de Mandetta fue, nada menos, que el Ejército, del cual ahora se sospecha que maneja -codo a codo- la botonera del Estado junto a Bolsonaro.

“Las Fuerzas Armadas son una parte esencial en la coalición del Gobierno. Y si bien a Bolsonaro también se lo puede emparentar con sectores tecnocráticos-económicos, vinculados al neoliberalismo, la organización castrense son el factor clave del apoyo a Bolsonaro”, indicó Frenkel.

No hay dudas de la ligazón de Bolsonaro con el Ejército. Su paso por la organización militar fue la puerta de entrada para su carrera parlamentaria. El armado del gabinete fue el que incluyó a más ex militares en toda la historia democrática moderna de Brasil. Y sólo a modo de ejemplo, en su biografía de Twitter, el ex concejal de Río de Janeiro -aunque nacido en San Pablo- se describe, primero, como “capitán del Ejército”. Luego, como Presidente de la Nación.

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“Lo que pasó en los últimos meses es que tuvieron aún mas un rol central dentro del gabinete, al punto que las decisiones fuertes la están tomando los propios militares”. Los dos referentes del poder castrense son Walter Souza Braga Netto, jefe de la casa Civil y el vicepresidente, Hamilton Mourao. Ambos se anotan en la ¿posible? línea de sucesión del Planalto si el mandatario no llega al final de la gestión.

Aún sin ser un co-gobierno en los papeles, Frenkel asegura que los militares “lo dejan estar a Bolsonaro en la presidencia, pero tienen una capacidad de veto total sobre las iniciativas que se corran a donde ellos consideran que deben ir las políticas públicas”.

Las tres “B”

Con el fuego amigo instalado en el propio Gobierno y la pérdida de apoyo en el Parlamento -con las disputas iniciadas a los goberadores de Río y San Pablo- Bolsonaro, aún, tiene respaldo. Lo expresan las encuestas: el último sondeo de DataFolha destaca un apoyo de alrededor del 35% para el exmilitar, aún lejos del 50% de aprobación al iniciar el año. Los analistas destacan la raíz de ese apoyo en las famosas tres b: biblia, buey y bala.

  • El sector religioso. Giaccaglia, investigadora adjunta del CONICET, argumenta que una de las bases más fieles a Bolsonaro son los evangelistas. En Brasil, el 25% de la población se considera practicante de ese culto, lo que equivale a más de una Argentina entera evangelista (62,5 millones). Días atrás, explicó la investigadora, el presidente convocó a la cúpula religiosa “para una jornada de oración y ayuno”. Giaccaglia expresó que tampoco "hay que olvidar que el movimiento evangélico tiene gran presencia en las favelas donde se presenta un importante entramado de asistencia social conducido por este grupo", completó.
  • Empresarios. Al igual que en otras partes del mundo, los empresarios también juegan su papel durante la cuarentena. Y la posición de Bolsonaro -único líder que aún relativiza el alcance del coronavirus- es festejada, cuenta Talavera, por un sector del empresariado, que representan al buey en la trilogía de las B. “Más precisamente, vinculado al sector de servicios, quienes no quieren perder su márgenes de ganancias y presionan para que la cuarentena sea aún más laxa”. El Presidente sigue deseando un aislamiento "vertical" o limitado a grupos de riesgo, como ancianos y enfermos, y la reapertura de tiendas. "Si la economía colapsa, mi gobierno también colapsará", ¿razona? el mandatario religoso.
  • La batalla en las calles. Al seguidor de Bolsonaro no lo frena la amenaza del contagio. Cuando la OMS decretó la pandemia mundial, horas más tarde, cientos de brasileños marcharon a Brasilia para exigir un pedido particular del Presidente: cerrar el Congreso. “En ese 30% se mantiene un gran porcentaje de personas muy ideologizadas y fanáticas de Bolsonaro que no duda en salir a las calles”, comenta Frenkel. Entre sus seguidores, la gran mayoría apoya la iniciativa del castrense de permitir la portación de armas. Ahí está la tercera B para Bolsonaro: bala. La extraña paradoja es que al Presidente lo salvaría justamente lo contrario a un acto público con sus seguidores: el distanciamiento social.
Las tres B que apoyan a Bolsonario: Biblia, Buey y Bala.

El impeachment, un panorama lejano

El 1 de septiembre del 2016, con 60 votos a favor y 22 en contra, el Senado de Brasil dispuso que Dilma Rousseff sea destituida como presidenta del país sudamericano. La razón del juicio político radicaba en maquillar las cuentas públicas, en abstruso mecanismo de préstamos públicos. Pero la razón central distaba de números contables: la disputa política y la investigación Lava Jato dividía al gobernante Partido de los Trabajadores con los otros partidos políticos.

Acerca de si a Bolsonaro le podría esperar un futuro similar, los tres analistas son concretos. No. O, al menos, indican que “es muy difícil”. “Si bien es muy difícil diagnosticar la probabilidad de un juicio político, sería muy perjudicial para el aún frágil sistema institucional brasileño que no ha terminado de recuperarse de la crisis iniciada en 2016 con la destitución de Rousseff”, explica la coordinadora del Grupo de Estudio Argentina-Brasil, centro que funciona hace trece años en el marco del Programa de Relaciones y Cooperación Sur-Sur (PRECSUR). “Hasta Fernando Henrique Cardoso, ex mandatario que critica duramente a Bolsonaro, juzgó que este "no es el momento" para un impeachment contra el Presidente”, completó Giaccaglia.

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Frenkel, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, agrega a las razones el contexto de pandemia que se vive en todo el mundo. “Hacer un cambio brusco, ya sea juicio político o golpe de Estado, sería un riesgo demasiado alto”, comentó.

“Tampoco los militares, los únicos que podrían derrocarlo, están unificados respecto a su pensamiento. Algunos inisten en mantenerse en la sombra y limitar el poder de Bolsonaro”, concluyó Frenkel.

¿Y el PT? “Está mutando fuertemente su estrategia”, dice Talavera, quien comentó que el bloque que comanda Lula “ya venía dando señales como esta, hablando con, por ejemplo Rodrigo Maia, presidente de Diputados”. “Su decisión, ahora, es aplicar un silencio estratégico. Argumentan que la mejor solución para desarticular el poder de Bolsonaro es que su propia gestión. Quieren dejar que la administración del Presidente hable por sí sola”.