Tarda en apagarse es un suceso editorial. Ya va por su segunda reedición con más de 3.000 ejemplares vendidos. Un fenómeno que extraña al círculo de escritores y lectores del mundo de la poesía. Porque ella viene de otro lado. No hizo todo el caminito previo habitual para ser considerada parte de ese universo muchas veces cerrado sobre sí mismo. Sin embargo, nos contará, muchos de sus colegas agradecen su irrupción heterodoxa porque permitió abrir una ventana para que se oxigene el ambiente e ingrese un nuevo público lector.

Tanto es así que despidiéndonos en la esquina alguien gritó: “Giaganti y Castañeda”. Me doy vuelta y era Andrea Sancho, amiga y ex compañera de trabajo, que estaba visiblemente emocionada, más por conocer a Silvina que por reencontrarse conmigo después de 3 años. No la culpo. Se lamentó sí por no tener encima su ejemplar de “Tarda en apagarse” para que se lo firme. Acto seguido se apropió del mío bajo la vana promesa de darme en un futuro el suyo a cambio: hecho que no sucederá jamás porque bien sabemos que nadie nunca devolvió un libro.

La charla que acá se reproduce casi íntegramente sucedió en una zona fronteriza entre dos cafés de San Telmo sobre una mesa por la que nadie respondió. Y de la que nos retiramos porque después de una hora y media de conversación intuimos cierta incomodidad en la presencia espectral de alguien que suponíamos estaba queriendo cerrar su local inexistente.

—El fin de semana estuve bailando. Actividad que no acostumbro hacer por considerarla vacua. Sin embargo me provocó una sensación del orden de la felicidad. Se me ocurrió conversar con vos del tema porque más de una vez te leí expresando la necesidad de bailar o bien contando el disfrute que te provoca.

—Lo que me pasa cuando bailo es que suprimo el pensamiento. Es como jugar a la pelota. Después de un año de estar inactiva volví a jugar a la pelota hace tres meses, de una manera sistemática. Y me volvió a pasar los mismo que me sucedió toda la vida, que me doy cuenta que cuando juego al fútbol suprimo el pensamiento. El pensamiento, en todo caso, si funciona, está subordinado a lo que el cuerpo está haciendo. Como soy una persona bastante mental encontrar situaciones en donde observo que el pensamiento se suprime para mí son muy nutritivas y muy productivas. El baile es otra instancia en donde el pensamiento no interviene.

—Me sorprendió haber leído en la solapa de tu libro que estudiaste filosofía, algo que desconocía porque te leo y nunca advertí referencias directas a ese saber.

—No chapeo con eso. Con la filosofía me pasa que me recibí y nunca más volví a pisar la academia salvo para hacer un trámite posterior. Al no haber hecho una carrera académica siento que mal me puedo llamar filósofa. Eso por un lado. Por el otro al no haberme dedicado a la filosofía un montón de contenidos filosóficos me los olvidé. Es la verdad. Hoy me preguntás: “¿Qué sostenía Santo Tomás de Aquino?”, y no me acuerdo. Nunca más volví a leer un libro de filosofía. Sí me gustó estudiar. Pero por ahí también algunas preguntas filosóficas me quedaron lejanas. Y también hoy en día me suenan pretenciosas. Pero sin lugar a dudas agradezco la educación que me otorgó la carrera, la formación, y la habilitación que me dio para leer y entender cualquier cosa. Cierto procedimiento.

—¿Sos filósofa, recibida, con título?

—Sí. Que te extiendan el título es un trámite meramente burocrático. Días previos pensé que no me iba a pasar nada. Pensaba: “Tengo que jurar tal fecha”, y no me interpelaba para nada. Invité a mis padres, qué sé yo. Y el día que juré el título me levanté con unos nervios tremendos, me conmocionó. Le pedí a una amiga de la vida, egresada de Puan, para que me dé el título, porque si no te lo da una autoridad que esté ahí. Y empezó el día y me di cuenta que me había levantado re nerviosa. Habló la decana y fue muy emocionante. Me cayó la ficha de todos esos años que estuve en Puan, de toda la educación que había recibido, del esfuerzo que había hecho.

—Esto que hacés referencia en tus poemas a cierta vergüenza de progresar respecto a tus papás, ¿te pasó mientras estudiabas en la facultad?

—En realidad los ocho, nueve años que estuve en Puan fueron años de estudiar con muchísima culpa. Diciendo: "¿Qué hago acá estudiando los diálogos platónicos mientras mi viejo tiene que levantarse a las 5 de la mañana para ir a trabajar de soldador?". Por lo cual siempre el mundo de los consumos simbólicos o culturales fue algo que no asimilé ni con naturalidad ni con facilidad.

—Está muy presente en el poema a tu papá, el de la camisa marca Ombú, que terminás resignificando de cierta vergüenza al orgullo.

—La camisa que él usaba, que era su ropa de trabajo, que tenía más de una, por supuesto. Y cuando era chica mi viejo era bastante afecto a volver de trabajar y continuar su día con la ropa de trabajo. Y yo pensaba: "¿Por qué no se viste como un civil, como un hombre normal, con una camisa y un pantalón?". Y en realidad era: "¿Por qué mi viejo no es otra cosa?". Con el tiempo fui reconociendo todo lo que mis padres fueron y todo lo que mis padres hicieron con su vida. Tuvieron muchas menos libertades de elección que yo y por eso en dos poemas deliberadamente utilizo una misma frase: "Ahora gano más que las dos jubilaciones juntas de mis padres y me da una vergüenza enorme". No es culpa, es vergüenza. Ellos deberían ganar más que yo. Deberían haber ganado muchísimo dinero.

—En el libro se lee esta cosa de que hay que irse del barrio como mandato. Y en la progresión terminás en otro lado: algo así como “De Sarandí a Nueva York”.

—Me he diferenciado de mis padres en muchas cosas. Y cada diferencia que establecí por modos de vida y de experimentar la realidad sentí que fueron amarras que se fueron cortando. Y cada vez que veía que estaba en un proceso de diferenciación de ellos lo viví como un duelo. Otro canal de comunicación que se corta. Otra manera de ver la realidad, diferente, que nos alejaba. Hay mucho movimiento en el libro. En la serie, porque son 23 poemas, hay una especie de movimiento entre el primer y último poema, pero también hay movimiento en cada uno de los poemas. En cada poema hay como una tensión. En el poema sobre el padre hay una tensión. El padre es un ser sumamente austero como para dar amor y a su vez desde esa austeridad conmueve a la hija. Una explicitación de tensiones. En el libro no utilizo palabras o vocabulario propiamente poético. Tanto el vocabulario como las temáticas son muy cotidianas. Escribí lo que quise dentro de lo que pude. Yo no sé si un escritor escribe lo que quiere. Escribe lo que quiere dentro de lo que puede. Dentro de las herramientas de las que dispone. Eso sí: elegí los temas sobre los que quise escribir. Me dicen: “Escribís sencillo”. Y muchas veces pienso que escribo sencillo porque lo que quiero es que me entiendan mis padres.

—¿Te esperabas este suceso? Que para el mundo de la poesía es un bestseller.

—No me lo esperaba. La poesía es un género poco frecuentado incluso por gente que lee. Se le tiene entre miedo, respeto, a la poesía. Hay una distancia entre el lector y la poesía. Vos vas a una librería y el sector de la poesía no existe o está escondido o está mal acomodado: no tiene visibilidad. Es la prima pobre de la narrativa. El otro día una amiga me decía: "Lograste tres cosas muy difìciles de conseguir en la literatura: vender libros; que te lea gente que no lee; y que la gente del mundo de la literatura lo haya recibido bien, que haya sido un libro elogiado". Y la verdad es que no quiero pecar de falsa humildad pero pasan bastante de las tres cosas. Que no es frecuente que pase con otros libros. ¿Causas? Yo no sé si soy la persona indicada, por ser la autora, para encontrarlas. ¿Por qué se vende?, ¿por qué lo lee gente que no lee?, y ¿por qué ha sido bien recibido por gente que sí lee? Eso preferiría que lo digan otros.

—¿Eso genera cierta rispidez entre los que vienen laburando una obra hace mucho sin tanta repercusión frente a vos que en un debut impactás con presencia, repercusión y lectores?

—Martín Rodríguez, gran poeta, entre otras cosas, una vez me escribió un mensaje de texto tipo 6 o 7 meses después de que se publicara el libro, que se publicó en octubre de 2017: está cumpliendo un año. Y me dijo: "Sil, abriste una ventana en el mundo de la poesía por la que le entró aire a un cuarto que tenía olor a encierro". Y puede ser que tenga razón. El mundo de la poesía no me registraba sencillamente porque yo no había decidido participar. No por una especie de exclusión. Cuando me preguntan si soy poeta, filósofa, escritora, la verdad es que prefiero no quedar cristalizada en un atributo. Esto me genera libertad para tomar caminos en base al deseo y no en base a cómo estoy siendo mirada. No quiero tener que dar respuestas en base a cómo me definí.

—A su vez despertás el interés en la poesía como género y eso suma nuevos lectores a otros grandes poetas quizás menos leídos.

—El otro día se me cruzó un hombre considerado importante, un autor prestigioso. Estábamos compartiendo un ciclo de lectura de poesía hace poco. Y me dijo: “Muchas gracias porque tu libro acercó mucha gente al mundo de la poesía”. Y es posible que partir de haber leído el libro exista mucha gente le haya perdido el miedo a leer poesía. A quienes les parecía un género distante. Que le tenían un respeto excesivo, que los inhibía. A lo mejor por el tipo de poesía que hemos leído cuando nos formamos en el secundario: lejana, que no interpela, con un lenguaje barroco. Por eso quizás se genera una especie de distancia. Incluso gente que lee muchísimo siente que no tiene las herramientas adecuadas para abordar el género, para disfrutarlo, para sacarle algo.

—¿Cuál fue la respuesta más inesperada que recibiste de parte de un lector que no conocías?

—Es un artefacto estético cualquier tipo de libro. Ahora bien hay mucha gente que se me acerca, que me escribe, que me agradece por el libro. Que me dice: "Tu libro me acompañó, fue indispensable, o fue importantísimo en tal situación que tuve que atravesar”. O “se lo compré a la persona que quiero”, o “se lo regalé a mi mejor amigo”, o “le leí un poema a alguien”. Y en ese sentido, a veces, cuando alguien me habla tomado por esa emoción, parecería que el libro le significó una especie de manual de superviviencia. Pero no me llama tanto la atención porque a mí muchas veces muchos libros en diferentes momentos funcionaron como un manual de supervivencia y no meramente como un conjunto de palabritas. Fueron algo que me ayudó a atravesar una situación o reflexionar mejor sobre una situación personal.

—¿Esa devolución te produce alegría o más bien incomodidad?

—Me gusta la idea de que cada cual lo resignifique a su manera. Como manual de supervivencia, como experiencia estética, como un conjunto de palabras. Asumo que hay quienes el libro le pasó por el costado. Si bien me considero una persona no demasiado controversial no estoy exenta de que parte de la agenda propia que tengo -o por lo que se generó con el libro- pueda determinar que exista gente a la que no le cierra mucho mi persona. No tengo idea. No soy muy consciente de qué tipo de aversión genero en alguien porque por lo general la gente que se siente irritada no viene a decírtelo de frente. La gente a la que le despertás un sentimiento que le sirve para algo, te lo dice. La gente a la que le despertás como una irritación o una aversión te lo dice por canales a los que llegás indirectamente o directamente no llegás nunca. Yo soy de barrio. Y en un barrio las cosas se dicen de frente, no se mandan cartas documento.

—¿Te identificas con esa cosa de barrio o en ese proceso de emancipación te interpelaron mejor otros valores?

—Yo soy portadora de todo lo que viví y además soy una persona muy nostálgica. Entonces de las cosas que me formaron soy deudora, soy portadora. En el libro está ese lugar de marca de origen, que es Sarandí, aunque Sarandí nunca aparece mencionado. Sí algo parecido a un barrio.

—¿Qué significa Independiente?

—La primera experiencia popular que viví en mi vida. Ir a la cancha. Sentirme parte de un todo. En principio el nombre: Independiente. Es un nombre genial. Me identifico mucho. Es lo que siempre busqué en mi vida, ser independiente, tener una independencia. Que nadie me guione. Y valores ligados al club. Siempre fue visto como un club de fútbol pero también como mucho más que eso. Un club social y cultural, una institución modelo. Si bien en los últimos años esa marca identitaria se ha visto interpelada siempre fue mucho más que un club de fútbol. Siempre se lo identificó como un equipo que además de querer ganar pretende respetar el buen juego. He ido a la cancha muchísimos años y recuerdo perfectamente de que Independiente estuviera ganando y que los hinchas se indignen porque no estaba jugando bien. Hay clubes que enaltecen otro valores; el aguante, ganar como sea. No sucede de esa manera en Independiente. Y así y todo hasta dentro de tres semanas creo que amerita que se nos siga llamado “Rey de Copas”. Veremos esta Libertadores en manos de quién se queda.

Cuestionario flotante: Silvina Giaganti

—¿Cuál es la ensalada ideal para acompañar un bife?

—No como bife así que la ensalada en sí mismo es un plato principal para mí.

—¿Qué te olvidás de comprar cuando vas al supermercado?

—Crema de leche.

—Si tuvieras que elegir un personaje de Los Simpsons para naufragar en una isla desierta, ¿cuál elegirías?

—La chiquitita, la hijita, Lisa.

—Una banda para recomendar en Spotify.

—Cocteau Twins

—Emoji que más usás.

—¿Una torta o un tostado?

—Chocotorta.

—Algo para recomendar que hayas visto recientemente en Netflix.

—Recomiendo “Feministas, ¿qué estaban pensando?”, un documental que subió Netflix el mes pasado.

—Tu puteada favorita.

—La reconcha de tu madre.

—La poesía que más te gusta.

—Una de Leonard Cohen que como no las titula, les pone números, no me acuerdo. Tampoco cómo empieza: es que no me acuerdo de las primeras líneas de ninguna de mis poesías favoritas.

—Poeta o poetisa favorite.

—Leonard Cohen y Mary Oliver.