La paja y el trigo del acuerdo MERCOSUR-UE
En un país en donde, en términos de Pablo Touzon y Martín Rodriguez, un corner puede pensarse bajo las categorías de la grieta, desde el viernes han sido escritas cientos de notas ya sea alabando o defenestrando el acuerdo entre el MERCOSUR y la Unión Europea. Una cosa tienen en común todas ellas: la única base que detentan es el marketing del acuerdo; aun no se conocen al detalle las posiciones arancelarias que irán convergiendo al arancel cero a ambos lados de la negociación cerrada, ni otros elementos más allá de lo arancelario. Es decir, no puede hacerse un análisis serio sobre los impactos.
Por ende, solo pudo leerse grieta, entre los que gritan exultantes como gol de Caniggia a Brasil que es el acuerdo más importante de la historia mientras van firmando el acta de defunción de los sectores más intensivos en empleo de una Argentina con 35% de pobreza y los que anuncian que aumentará el stock de espejitos de colores y disminuirá el de oro en la región. Pero separemos la paja del trigo con la información que tenemos hasta ahora (un informe de la UE que se conoció ayer es lo más detallado hasta el momento) y expliquemos de qué se tratan los acuerdos entre bloques de países para entender de qué estamos hablando y cuál puede ser el alcance.
Hace algunas semanas repasábamos en El Canciller qué es el MERCOSUR. Como bloque de integración económica, desde hace más de dos décadas que negociaba un acuerdo con la Unión Europea, la única Unión Monetaria en la historia de la integración económica. Con estos acuerdos, los países miembros de los bloques buscan mejorar la inserción de productos propios en plazas del otro bloque, al tiempo de cuidar los intereses de los productores propios en caso de que haya fuertes asimetrías en las escalas de producción de un bien determinado. El objetivo es abrir la economía.
Humo Real: la inviabilidad de una moneda común en el Mercosur
Sobre pocos temas hay tanto consenso entre economistas de distintas escuelas como sobre la importancia del comercio y los beneficios de mantener una economía abierta. En un mundo donde la brecha tecnológica se agiganta y donde las cadenas de valor operan de forma global, las dos fuentes base para no perder el tren competitivo son las inversiones en I+D y la incorporación de tecnología, el "catching-up” que puede permitirse cuando las empresas tienen acceso a tecnología de punta no desarrollada en su país (importante: no es una opción u otra, las dos deben coexistir. Y, en Argentina, la inversión en ciencia y tecnología no estaría pasando su mejor momento). En este sentido, y desde esta mirada genuinamente optimista sobre la integración podemos disparar dos preguntas para reflexionar.
La primera que se abre es si con este acuerdo se favorece la incorporación de tecnología y si se estimulan las exportaciones con el mayor agregado de valor posible o si los incentivos del acuerdo se orientan a primarizar (aún más) nuestra base exportable y se ponen trabas al usufructo y captación de renta asociados a los intangibles de los bienes comerciados. No lo sabremos hasta conocer la letra chica.
La segunda pregunta es si los técnicos de los gobiernos de MERCOSUR han estudiado a fondo los impactos y si hay una política industrial consistente diagramada de largo plazo para que en los próximos 10 a 15 años las industrias locales (existentes o por desarrollarse) puedan competir con sus pares alemanas, italianas o francesas.
Qué sabemos hasta ahora
Mientras en Argentina recién mañana el ministro Dante Sica compartirá ante representantes de la UIA y cámaras industriales de peso los detalles de lo negociado (quien escribe estará presente), en el día de ayer se dio a conocer un resumen del acuerdo editado por la UE. Allí pueden leerse algunas conclusiones sobre la percepción de los europeos respecto del acuerdo y las aclaraciones y salvaguardas que hacen.
En él se adelanta que MERCOSUR aceptó liberalizar el 91% del comercio bilateral con la UE, mientras que los europeos aceptaron liberalizar el 95%. Es importante en este punto aclarar que el grueso de las exportaciones de nuestra región hacia Europa son primarias y de manufacturas de origen agropecuario; mientras que las exportaciones europeas al MERCOSUR son mayormente bienes industriales intensivos en tecnología. En este marco, el resumen indica que en un período de 10 a 15 años se removerán aranceles en industrias como la automotriz, autopartista, química y medicamentos. A su vez, en el acuerdo quedan prohibido el uso de "licencias no automáticas” para importación; un elemento permitido por la OMC que permite analizar importaciones de productos sensibles en cuanto a sus valores criterios, flujo, concentración u otros elementos que pueden ser de interés por su impacto en el mercado.
Como analiza en Twitter la cuenta del Observatorio de Coyuntura Internacional y Política Exterior: "La UE logró imponer criterios flexibles de origen que le permitirán la utilización de insumos de terceros países (principalmente de Asia) en sectores que son muy sensibles a la liberalización como textil, químico, siderúrgico y calzado. Esto habilitará que, una vez ingresada la mercadería a la eurozona, las empresas llevan adelante procesos mínimos de terminación para luego certificar que se trata de un producto europeo y entrar sin arancel al Mercosur”.
Es este punto donde nos remontamos a la segunda pregunta que nos hacíamos. ¿Que política industrial será propuesta para los sectores mercado-internistas intensivos en mano de obra? La primera alarma que surge a este respecto es la laboral; la pérdida de empleos potencial para este tipo de sectores.
Como sostiene el economista experto en mercado laboral, Martín Trombetta: "¿Esos trabajadores podrán reinsertarse? Pues no será fácil. Los más jóvenes y los que tengan mejores credenciales educativas, posiblemente sí. Los viejos con menor nivel educativo, la veo mucho más difícil. Esa gente irá a engrosar una tasa de desempleo que ya está en 10%”.
Otro elemento polémico del acuerdo es el vinculado a las compras públicas. La UE se aseguró, en cuanto entre en vigencia el acuerdo, condiciones de igual competencia para ser proveedor de los estados miembros del MERCOSUR en iguales condiciones que los estados locales. Esto entra en plena contradicción con el proyecto de ley de compras públicas elaborado por el gobierno de Cambiemos en 2017 y va a contramano de lo que ocurre en la propia Europa, Estados Unidos, Israel y numerosos ejemplos del mundo desarrollado, donde las compras gubernamentales son un instrumento clave de política industrial y desarrollo de nuevas tecnologías (los ejemplos van desde Google y la misma internet en Estados Unidos, pasando por las TICs israelíes y hasta la foresto-industria de Finlandia).
El ajedrez comercial
El verdadero impacto en materia de comercio exterior no puede evaluarse hasta no conocer el detalle estricto del acuerdo. Brasil, principal socio comercial de la Argentina y a la vez principal competidor, es el destino del 16,4% de nuestras exportaciones totales y del 36% de nuestras exportaciones de origen industrial. ¿Cuánto dejará Brasil de comprar de productos argentinos con el mayor agregado de valor posible y los reemplazara por europeos? ¿Cuánto compensará esa pérdida el incremento de ventas a Europa? ¿De qué tipo de productos? ¿Cómo impactará en la creación de empleo y aumento de la competitividad esta lógica? Son preguntas aun sin respuesta. Son las preguntas clave que surgen de un acuerdo de esta naturaleza.
No son preguntas menores para la economía argentina, que no crece desde 2011 y que se muestra en franca caída desde 2016; con destrucción estructural de empleo privado formal y aumento de la pobreza. El anuncio de este acuerdo llega en el cierre de una década perdida para la economía argentina. Por ello, es fundamental que se presenten signos de una política industrial consolidada que constituya los pasos para mejorar la competitividad y lograr una inserción inteligente al mundo. El comercio es bueno, pero no es sencillo. Más teniendo en cuenta las imperfecciones del MERCOSUR; que tras 30 años de existencia, nuestro Mercado Común Del Sur funciona como una zona de libre comercio imperfecta, porque aun en este tiempo no se han armonizado aranceles y quedan pendiente aranceles externos comunes para numerosas posiciones arancelarias.
Todavía es largo el camino a recorrer, con los parlamentos de los países que deben aprobar el acuerdo y la puesta en marcha a nivel técnico que será de largo plazo, además de los tiempos de desgravación para los productos acordados. Por ello, las emociones tanto por la algarabía como por la pena deben mesurarse hacia el punto focal: celebrar un acuerdo de estas condiciones implica acelerar los procesos de mejora de la competitividad de una región sensible a la volatilidad y que debe definir hacia adentro un perfil productivo que no se encierre en la trampa de la primarización.